De Villafranca de Montes de Oca a Burgos


Villafranca era un pequeño pueblo rural evocado al olvido y a la vejez. Burgos, la primera capital después de días andando por el páramo de la nada: avenidas, farolas, mendigos, albergues multitudinarios, kebabs... Volver al bullicio fue la oportunidad perfecta para conocer si mi espíritu empezaba a mudar hacia lo inmaterial. Y así fue.

Villafranca queda atrás después de repechos y bosques de pino albar y rojo a poca distancia de una autopista en construcción. Es un auténtico rompe piernas, pero eran las últimas sombras antes de entrar a la Meseta y había que aprovecharlas. Días después un profesor de literatura mejicano me confesó que allí había perdido el miedo a la soledad, mientas contemplaba por primera vez emocionado los campos castellanos de una meseta quijotesca que tantas veces había descrito a sus alumnos.

Esto es un gallego, un catalán y un vasco que
se encuentran en el camino de Santiago
En los Montes de Oca
Un monumento a los fusilados por los franquistas en el 36 recuerda que en un lugar indeterminado descansan los restos de unos ideales que aun siguen vivos.

Después tocaba cambiar de paisajes; eran encinas centenarias, senderos embarrados, trigo hasta la altura de la cintura. Todo en su conjunto tenía un aire parecido al Serengueti sino fuera por el campanario de Atapuerca.

Lugares para la siesta
Pasado Atapuerca y a los turistas algo pedantes haciendo comentarios en inglés (como si no les entendiera nadie) sobre los peregrinos, nuestra apariencia y nuestros olor y desvalidando nuestras motivaciones, tocaba subir la Sierra de Atapuerca, bordeando un campo de tiro militar en cuyos alambres de espino los peregrinos habían introducido signos pacifistas.

Pero en la cima me esperó algo más que unas bonitas vistas. Peregrinos habían colaborado por llenar el suelo de corazones, nombres, nacionalidades y deseos con piedras, tatuando la montaña de compañerismo para siempre.

De allí hasta Burgos hay una transición de lo rural a lo urbano algo precipitada para mi. Se bordea un aeropuerto, un polígono industrial cargado de polución y prostíbulos, y la tentación de coger un autobús urbano hasta el centro,... pero al fin se divisa el centro histórico y se justifica el sufrimiento de haber andado 40 kilómetros sin saber de donde sacaba las fuerzas. Había descubierto cual era mi límite.

Este era el segundo Patrimonio de la Humanidad que
veía en un día

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