La tradición dice que al llegar a la Cruz de Ferro el peregrino debe
arrojar la piedra recogida al salir de casa y de
esta forma librarse de las dolencias que le lastran en su vida cotidiana.
Este acto de renovación se lleva haciendo desde antaño, y a consecuencia
de siglos de peregrinación se ha acabado formando un montículo. Y lo que un día
fueron piedras ahora ya es polvo compacto. También hay amuletos, camisetas,
pintadas, cenizas,... y sobretodo lágrimas.
Aquí mucha gente se ha perdonado con uno mismo, ha cumplido promesas, ha
depositado enseres de amigos difuntos... y ahora forman parte del substracto
de esta montaña. Igual que mi piedra recogida la primera noche en calle Estafeta muerto de frío e inconciente de la
experiencia que me esperaba.
Kim abandonaba las piedras de sus amigos. La sra.I lloraba desconsolada por los 8 años que había
ahorrado por estar cicatrizando heridas. Y yo me perdonaba los errores,
convirtiéndose en lecciones.
Un alemán chuleaba cargando una piedra de varios kilos enfrente de una
suiza que no paraba de reír. Encerrados en cajas, los perros esperaban
impacientes el inicio de la batida. Y un Sol orgulloso se levantaba, alumbrando algo más que un nuevo amanecer.
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