Ayer mi amigo me pidió que hicieramos lo que más deseaba cuando era pequeño y decidí subirlo al Tibidabo.
"¿Cuanto hace que no venías por aquí?", si se refería al parque de atracciones unos quince años, si se refería a subir al Tibidabo unos 6 o 7 cuando en esos arrebatos adolescentes por descubrir el mundo subí con un amigo en bicicleta para al bajar empezar a sentir el gusto que da jugarse la vida por nada. "La primera vez que recuerdo haber estado aquí fue a principios de los noventa, hubo una nevada. Ya no estamos todos los que habíamos" afirmaba mientras señalaba como quienes eran adolescentes paseaban a preadolescentes por el mirador que da a la ciudad.
Desde arriba de la montaña donde según la leyenda un alcalde de Barcelona vendió su alma al demonio le apuntaba el observatorio Fabra, inútil sobre tanto fanal, los cañones sobre el Turó de la Rovira e intentaba reseguir el perímetro de seguridad de la antigua fortaleza de la Ciutadella. Todos esos detalles que había conocido junto a un profesor soñador y romántico que nos abandonó a todos un verano mientras viajaba, y por otro desconocido profesor de universidad recién doctorado quien hoy en día aparece casi a diario por televisión.
El bosque con ecosistema mediterraneo continental estaba dando paso a una nueva especie de árbol. A medio camino entre el cambio climático y el chonismo en la jardinería, un nuevo problema, quizás tan importante como los económicos está penetrando en estos montes.
Paseábamos por la planta superior del parque de atracciones, al cual hoy se puede acceder libremente sin entrada. Contento contemplaba como dos de las estaciones más antiguas seguía aun allí: la Atalaya y el Avión. La noria había "caído" hace poco y otras se habían rehabilitado tal como el laberinto de espejos (donde ahora te dan unos guantes desechables de plástico para que no los ensucies) y el múseo de autómatas.
Dicen que Walt Disney quiso comprar la colección de muñecos animados que allí se encuentran. No se que debía albergar en origen esa habitación pero sus adornos de yeso infunden un antiguo gusto perdido. Varias de las máquinas ya no funcionan. Otras muchas me trajeron recuerdos de infancia. Un pasaje del infierno, la Moños, y la dínamo para controlar la fuerza. Me quedé parado delante una que se llamaba el Turista, no recordaba ese moñigote con vermudas, cámara de foto y estilo caucásico. Estaba allí desde los 70 y vió tantas y tantas corrientes de turistas que el hombre caucásico quedó anticuado. Le pregunté a una trabajadora si sabía de un "abuelo", un muñeco que recordaba en la entrada del museo,..."si,si, está allí", sacado el bastón, el bigoté y puesto dentro de una cabina de conserje el muñeco que más miedo me había dado de toda mi infancia daba más risa que una muñeca chochona.
Los trabajadores son todos muy jovenes pero aun así parecen personas muy seguras de si mismas y alegres. Realmente pienso que deberían premiar al equipo de selección de personal. Todos sin excepción eran personajes entrañables, de los que le darías un abrazo y eso que quizás no llegaban ni a los 20 años.
Hace un par de años, y quizás para sacarse un estúpido complejo de parque anticuado montaron una atracción que consistía en una caída libre. Dos usuarios murieron.
El Tibidabo era un milagro que se repetía año tras año. A diferencia del parque de atracciones de Montjuic al cual solo asistí un par de meses antes de que quebrara. Pero un parque novedoso y mucho más grande abrió las puertas 100 kilometres a las afueras de la ciudad y los niños preferímos cambiar de rumbo. Los recuerdos que tengo de esa época eran los de un parque que estaba a punto de quebrar sino huviese sido por el sentimiento nostálgico de algunos ciudadanos notables.
Hoy en día parece vivo, pienso que se ha hecho una auténtica remodelación y que existe un plan estratégico coherente. Creo incluso que una buena inversión permitiría sacar buenos beneficios sin perder el carácter histórico. Y sobretodo creo que tu o cualquiera que haya pasado aquí un día de verano de la infancia, debería volver.
"¿Cuanto hace que no venías por aquí?", si se refería al parque de atracciones unos quince años, si se refería a subir al Tibidabo unos 6 o 7 cuando en esos arrebatos adolescentes por descubrir el mundo subí con un amigo en bicicleta para al bajar empezar a sentir el gusto que da jugarse la vida por nada. "La primera vez que recuerdo haber estado aquí fue a principios de los noventa, hubo una nevada. Ya no estamos todos los que habíamos" afirmaba mientras señalaba como quienes eran adolescentes paseaban a preadolescentes por el mirador que da a la ciudad.
Desde arriba de la montaña donde según la leyenda un alcalde de Barcelona vendió su alma al demonio le apuntaba el observatorio Fabra, inútil sobre tanto fanal, los cañones sobre el Turó de la Rovira e intentaba reseguir el perímetro de seguridad de la antigua fortaleza de la Ciutadella. Todos esos detalles que había conocido junto a un profesor soñador y romántico que nos abandonó a todos un verano mientras viajaba, y por otro desconocido profesor de universidad recién doctorado quien hoy en día aparece casi a diario por televisión.
El bosque con ecosistema mediterraneo continental estaba dando paso a una nueva especie de árbol. A medio camino entre el cambio climático y el chonismo en la jardinería, un nuevo problema, quizás tan importante como los económicos está penetrando en estos montes.
Paseábamos por la planta superior del parque de atracciones, al cual hoy se puede acceder libremente sin entrada. Contento contemplaba como dos de las estaciones más antiguas seguía aun allí: la Atalaya y el Avión. La noria había "caído" hace poco y otras se habían rehabilitado tal como el laberinto de espejos (donde ahora te dan unos guantes desechables de plástico para que no los ensucies) y el múseo de autómatas.
Dicen que Walt Disney quiso comprar la colección de muñecos animados que allí se encuentran. No se que debía albergar en origen esa habitación pero sus adornos de yeso infunden un antiguo gusto perdido. Varias de las máquinas ya no funcionan. Otras muchas me trajeron recuerdos de infancia. Un pasaje del infierno, la Moños, y la dínamo para controlar la fuerza. Me quedé parado delante una que se llamaba el Turista, no recordaba ese moñigote con vermudas, cámara de foto y estilo caucásico. Estaba allí desde los 70 y vió tantas y tantas corrientes de turistas que el hombre caucásico quedó anticuado. Le pregunté a una trabajadora si sabía de un "abuelo", un muñeco que recordaba en la entrada del museo,..."si,si, está allí", sacado el bastón, el bigoté y puesto dentro de una cabina de conserje el muñeco que más miedo me había dado de toda mi infancia daba más risa que una muñeca chochona.
Los trabajadores son todos muy jovenes pero aun así parecen personas muy seguras de si mismas y alegres. Realmente pienso que deberían premiar al equipo de selección de personal. Todos sin excepción eran personajes entrañables, de los que le darías un abrazo y eso que quizás no llegaban ni a los 20 años.
Hace un par de años, y quizás para sacarse un estúpido complejo de parque anticuado montaron una atracción que consistía en una caída libre. Dos usuarios murieron.
El Tibidabo era un milagro que se repetía año tras año. A diferencia del parque de atracciones de Montjuic al cual solo asistí un par de meses antes de que quebrara. Pero un parque novedoso y mucho más grande abrió las puertas 100 kilometres a las afueras de la ciudad y los niños preferímos cambiar de rumbo. Los recuerdos que tengo de esa época eran los de un parque que estaba a punto de quebrar sino huviese sido por el sentimiento nostálgico de algunos ciudadanos notables.
Hoy en día parece vivo, pienso que se ha hecho una auténtica remodelación y que existe un plan estratégico coherente. Creo incluso que una buena inversión permitiría sacar buenos beneficios sin perder el carácter histórico. Y sobretodo creo que tu o cualquiera que haya pasado aquí un día de verano de la infancia, debería volver.
Silueta del Tibidabo. Fuente:fotoommunity |