Cuando Barcelona era Barcino

Cuando los romanos pusieron el pie en lo que luego se llamó la plana de Barcelona debieron ver un llano muy diferente al que conocemos hoy en día en esa tierra que habían llamado la tierra de los conejos (iberia) y a sus habitantes íberos, sin percatarse de sus diferencias y como es habitual en una fuerza invasora, tratando en un su conjunto como algo homogenio, aún así, a los de esta zona les llamó Layetanos, por su afición a comer yogurt.

Si querían ir a visitar a los íberos, tenían que acercarse a Puig Castellar, en la actual Santa Coloma de Gramanet, los cuales preferían ubicar sus pueblos en lo alto de los cerros. A los pies de esa montaña, los romanos fundaron Baetulo, la actual Badalona, que tenía por aquél entonces la autoridad económica en la zona y que servía para comerciar y romanizar la sierra de Marina, desde Montcada hasta Mataró, donde hoy en día se pueden ver y visitar diferentes poblados. Algo debía haber en Collserola puesto que Tibidabo, la montaña más alta, es uno de los pocos nombres que nos quedan del origen íbero.

En aquellos tiempos hasta la geografía era diferente, el nivel del mar era más alto, justo donde existe la parada de metro de Llacuna, había una llacuna donde no era muy agradable de vivir por el riesgo de contraer malaria. El Clot no existía. Montjuic no era en si una isla, però si que tenía una entrada de agua en la zona que hoy sería el Rabal, la actual Barceloneta si que estaba aislada de la tierra continental y lo más sorprendente, el río Llobregat en lugar de acabar en delta acababa en estuario. És decir, el mar llegaba muy adentro, hacia alrededor de Sant Adreu de la Barca, pueblo que lleva el nombre por una barca romana que se encontró hace siglos a unos 30 km del nivel del mar.

A pesar de haber sufrido colonias, migraciones, invasiones e incluso 40 años de fascismo, aun podemos encontrar algún que otro vestigio anterior. A parte de elementos funerarios como dólmens, en las noches cercanas al solsticio de verano en los altos valles del Pirineo, aun se hace la bajada de antorchas (o Falles dels Pirineus), una tradición que por su antiguedad (más de 2000 años) está reconocida y protegida por la Unesco.

En esta tierra tan poco habitada y por la que transcurría una calzada romana que comunicaba l'Empordà con la capital de provincia, Tarraco (actual Tarragona) existía una tramo de terreno sin población y con una rica explanada para explotar. Por ello, sobre una pequeña montaña que existía justo en frente del mar, se fundó Barcino, siguiendo el patrón de ciudad romana. Por eso no es de extrañar que cuando salimos del metro Jaume I, tengamos que subir hasta Plaza Sant Jaume para luego volver a bajar hasta las Ramblas. Lo mismo pasa para cualquiera de las calles que rodean la calle Banys Nous, y que no es más que un camino de ronda exterior que rodeaba la antigua ciudad romana.

Para roma Barcino era insignificante, una de las muchas ciudades que se crearon para llenar un vacío y explotar econòmicamente el área de alrededores, a la vez que se puebla con el excedente de población de otras regiones. En este caso, además gestionaba un tramo de carretera. L'Empordà que es más bien conocida como Costa Brava, procede de Emporium, que significa lugar de intercambio, y es herencia de lo que fue en su inicio, un centro comercial. Alrededor de él se fundaban las explotaciones agrarias, conocidas como Villas, y por ello, no es de extrañar que varías de las poblaciones de la comarca tengan un nombre derivado de Villa. De allí seguía la vía que tenía que pasar por Badalona y de allí hasta Barcino, en lo que son sorpendemente hoy en día las calles de Gran de Sant Andreu, Gran de la Sagrera, el Clot y después Rec Condal, hasta cruzar la Vía Layetana. Más allá seguía por el carrer Hospital, una vez se llega a Sant Antoni, seguía por la calle Mistral hasta llegar a Plaza Espanya, donde en época medieval había una cruz con una cubierta que marcaba el límite de Barcelona. La actual carretera de Sants que llega prácticamente hasta el Llobregat también sigue el trazado romano.

Barcino tenía sed y traía el agua principalmente del Besós. Aunque muchos piensen que el acueducto romano sigue en pié tal como se puede ver en la Plaza de la Catedral, hay que decír que el tramo que se ve es completamente falso. Pero si se andan 100 metros hasta la Plaça del 8 de Març, uno de los edificios usó la estructura del acueducto para formar una pared. En el Centre Excursionista de Catalunya también se puede ver parte de las columnas del Templo que tenía la ciudad y desde la Plaça del Rei se accede al Museo de Història de la Ciutat, donde se puede ver los fundamentos romanos.

Aunque Barcino era apenas un pequeño municipio aislado, también tuvo una heroína, Santa Eulàlia, que fue patrona de la Ciudad por más de 1000 años, había nacido en Sarría y procesaba su fe católica a pesar de que el gobernador romano estaba locamente enamorado de ella. La quiso convertir y para convencerla le aplico 13 severos castigos, hasta que el último acabo provocando su muerte. Hoy en día, cada una de 13 ocas del claustro de la Catedral rememora cada uno de sus martirios. Y el ayuntamiento intenta está reivindicandola promoviendo unas segundas fiestas en Febrero, las Festes de la Laia.

Antes de cerrar este articulo quería llegar a una conclusión. ¿No os parece que Barcelona fue fundada por un grupo de expatriados?

El salto del gitano

Hay sitios que no llegaríamos ni siquiera por Internet, sitios que desconocemos porque no nos inundan con anuncios ni fotografías de amigos ni de conocidos que tenemos como amigos en redes sociales. Lugares que no quedan cerca de nada y nunca se escucha pero que conocía por ser parte de mis raíces y por ser narrado por la pasión de quien ha ido de un sitio a otro hasta saber que algo era insuperable, que era la misma perfección.

Y de tanto haberlo escuchado y de nunca haber ido, a pesar de haber visto mundo y estar en la mitad de la treintena. De tanto esperar y ver como el asfalto iba siendo cada vez más testimonial, la presencia del hombre más escasa y sus restos más residuales fui entendiendo que de algún momento a otro sería engullido por los alcornoques y de alguna forma pasaría a ser pasto de la nube de buitres como un destino nítido y natural. Esa espera y esas leyendas hizo de mi transición hacia otro mundo en que la naturaleza volvía a ser ella y el hombre solo velaba por su equilibrio, cuando me dirigía al corazón de Monfrague.

Para ello había conseguido alquilar una piragua y junto a un grupo y a los guías nos metimos en el río para ver en las islas de los meandros las anidaciones y muy a lo lejos la entrada al cañón. Quizás el sitio no fue lo que más me sorprendió ni esa agua turbia y cálida en la que nos bañábamos, sino los integrantes de esa expedición y que consistía en una familia media y típica de la España castiza, luego un padre y un hijo gallegos y el guía que se trajo a una amiga de Badajoz. Era si que la familia hizo sus cosas de familia allí en su mundo, los gallegos jugaban a ser Milhouse Van Houten y su padre siendo tan plastas como esa gente que se te engancha para hablar de fútbol y de que lo del Barça es una racha y el Madrid se volverá a imponer y de que es una pena que Cristiano se haya ido para no pagar impuestos, y el guía a lo suyo, con su amiga tumbada en la canoa mirando las nubes, y hablando de que paises irán a visitar cuando llegue el frío. Más adelante, bañándonos en el agua se repetirá la escena en cada uno de los roles y el guía recalcará que esa es su oficina, por la mañana a buscar nidos y por la tarde a bañarse al río cada día del verano.

En algún momento de mis veinte años soñé en ser es guía nómada en invierno y epicúrista en verano. Y en algún momento se desvió hacía una tendencia mucho más natural como la de la familia que hace cosas de familia o como la del plasta que quiere intimar hablando de fútbol. Y ese momento y esa reflexión fue lo que me enseñó Extremadura.

Le pregunté al guía donde podría ver la cigüeña negra y me describió una pared que se encontraba a 3 km, casi palmo a palmo, los recobecos, los salientes y los matojos que debía seguir para encontrar el nido, con sus poyuelos y la madre a un metro secando sus plumas al Sol. Me despedí y el sintió la admiración y la envidia. Más arriba, en el último atardecer del viaje, en lo alto del castillo recordé las siestas que alguien me había contado que se había hecho durante su mili en Cáceres. Y entre medias unas montañas por la que pastaban tranquilas familias de ciervos a centenares.

Madrugué para cruzar la M-40 a una hora relajada y un poco más allá en Medinacelli recogí a una autoestopista canaria de 24 años que hizo mi viaje más ameno. "Sabes, Dani, el tema del autoestop y el vivir en comunas se me está haciendo cada vez más complicado, y sobretodo la recolección de la vendimia, cada vez me duele más la espalda" y tras una pausa de arrepentimiento "Dani, debería haber estudiado", y mi respuesta fue clara y concisa "Yo creo que no, has hecho bien".


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Un dia por Medellín, Trujillo, Mérida sin pasaporte ni aviones

En lo alto de un anfiteatro de casi 2000 años, el viento de la noche giraba en el aire exactamente a las diez de la noche, en ese momento que en mitad del verano, y sin necesidad de lluvia, con el privilegio que conceden algunos ecosistemas altos y secos, la temperatura se volvió tan agradable como agradable es una tarde entre abril y julio.

El viento de la noche, que aun no cantaba bajo la noche estrellada, lo haría y reinventaría la ópera para recordarnos la muerte de un pueblo, en la tierra que los marginó y los exilió, de la diáspora judía. En ese gran taburete de piedra tosca y gastada, que había sido el respaldo rudo de una de mármol noble en una provincia apartada de un imperio legendario.

Sin numerar, el pueblo llano nos sentábamos en lo alto, allí donde la piedra erosionada daba cierto confort, o sobre las almohadas que los veteranos habían traído. Mientras se llamaba al público a tomar asiento, los vecinos y amigos se saludaban en los sillares del anfiteatro de Mérida.

Esa mañana, me había despertado cerca de Medellín. El pueblo que vio nacer a Hernán Cortés y que estaba tan vacío como vacío se había quedado cuando Hernán fue para América con alguno noble, pero sobretodo con los que no tenían que perder ni ninguna razón por la que quedarse. Algo agotadas las cigüeñas estaban ya de aguantar el verano, cada vez más costoso y portadoras de nanas entre África y el sur de Europa a la orilla de un Tajo ancho por el que cruzaba un puente de piedra que había visto partir a los hijos hacia América.

Por allí crucé para ir a Trujillo siguiendo la sombra del otro conquistador, Pizarro quien había llorado las frustaciones de la infancia en esas calles, en esa enorme plaza en cuyas escalinatas habían situado su estatua. Si no fuese por las migas, dudaría si me encuentro en alguna ciudad colonial de América. Pero no, allí en medio de Extremadura, aun con el recuerdo de los amigos que me pedían una justificación por encontrarme allí, observando en una sombra, cada uno de los detalles, de los balcones, de las puertas, de las cigueñas y del pasar pesadumbre de algún otro turista, curiosamente japonés o coreano que no tengo ni idea de como había acabado allí.

Ambos tratados como héroes, aunque tengamos el deber de revisar ahora que ya no hemos de sostener nuestro autoestima en épocas mejore,  ni en personajes de leyenda ni en santos y sus milagros dogmáticos. Y para revisar tendría que seguir viajando a otro hemisferio, con otras leyendas y a otra altitudes.


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Por la vereda de la puerta de atrás

En cualquier viaje, llega un momento en que desearías despertar en tu cama, poner los pies sobre las cosas y empezar con tu rutina. Tus hábitos de desayuno, el ruino de la vecindad, las noticias y la asistencia a un trabajo al que dedicas 10 horas al día, y que te deja agotado pero realizado. Con el tiempo, aprendí que debo llevar encima para no sentir esa desesperación, cuando estar solo y cuando buscar compañía, hasta cuando vale la pena improvisar o trazar un plan, y dar su tiempo a cada acto cotidiano, aunque se transite a un lugar desconocido.

Esa primera noche, en la que había aparcado en la ladera norte del valle de la Vera, bajo unos montes de 2000 metros, desconocidos en mi geografía, leía con la puerta abierta mientras escuchaba el río, allí abajo. Decía que por allí, el hombre más poderoso que había existido hacia ese momento, después de dejarlo todo bien arreglado había decidido pasar sus últimos días a 20 km de allí. Carlos I, por no pisar la traidora ciudad de Plasencia se había hecho subir y bajar por cuatro portadores por esas montañas. Y en eso se acercaba un coche con dos pasajeras que me hicieron reaccionar algo brusco. Al fin y al cabo, siempre es mejor pasar desapercibido cuando se duerme en un coche. Ellas empezaron a fumar y se sintieron tan relajadas que decidieron besarse. Y yo me preguntaba, si aun existirán sitios done se hayan de esconder algunas formas de amar. La lectura es agradable pero es mejor apagar la luz y fundirse a negro. Ellas volverán a su rutina y volverá el tranquilo cantar de las ranas.

A la mañana y no muy temprano, antes de que abriesen los bares, empecé a subir por esa ladera que tenía un poco de ibera, romana, mora y judía hasta llegar a un salto de río sin nada ni nadie. No sabía cuanto tardaría en aparecer la Aloja, pero me quedé hipnotizado casi dos horas mientras el Sol iba ganando terreno y finalmente, irremediablemente llegó la humanidad y toco salir en un momento en que un sin fin de recuerdos, pensamientos y ideas habían transcurrido al mismo ritmo que la catarata.

Otros lugares del Norte me esperaban, lugares conocidos en las delicadezas del supermercado como el Pimentón de la Vera y las cerezas del Jerte, dulces, pero calientes, rojas y a raudales, en el suelo y en los cielos, tan imposibles de sintentizar su sabor. Pasaba de valle en valle por los altos, una hora o dos horas en cada uno, mirando la aguja del combustible y el otro ojo en las aves que volaban a ras de las carretera. En cualquier momento aparecía una catarata o un barranco abrupto, el valle y un campanario allí abajo. Las pozas de agua, fría, llena de los hijos que emigraron, sencillamente felices, y yo uno más, en el eterno de debate del quejarse del calor o meterse en el agua helada.

Y así es como había olvidado que haría al regresar a casa, donde dormiría, o que tendría que hacer al día siguiente, pero aún me equivocaba, aun había mucha Extremadura antes de volver a casa.


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Dulce introducción al caos (*)

Cuando paseamos en un lugar nuevo o descubrimos una nueva ciudad, o justo todo lo contrario, en los trayectos más habituales y cotidianos, sucede que pasamos por alto un sin fin de detalles para ignorar o categorizar según nuestras experiencias. En la infancia todos tenemos y perdemos la curiosidad, pero en una adultez sana y sin prejuicios vamos acumulando los valores, la experiencia e incluso el dinero para el empeño del arte de interpretar, sentir, comer, escuchar y mirar. Entonces, el trazado de una antigua ciudad puede romper nuestros esquemas.

En Plasencia* y Extremadura en general hubieron dos hechos, producidos ambos en un mismo reinado, que marcaron el trascurso de la historia. De esta tierra sin mar, salieron los conquistadores europeos que poblaron y saquearon en su primera oleada América Latina, por eso no es de extrañar que algunos lugares del continente andino, sean un puro injerto extremeño. El segundo, la expulsión o conversión forzosa de los judíos impuso un nuevo orden social. Esta entrada en Avagabundear explica estos hechos y otros debidos a esa costumbre lejana y tan nuestra de dejar las cosas a media y de hacernos la puñeta. Plasencia no son piedras, es un museo al aire libre de un micro-todo.

Todo empieza cuando el rey Alfonso VIII se crea una ciudad para su propiedad en un sitio donde no había nada y le da un lema bien relajado: "Ut placeat Deo et Hominibus" que en español del XXI significa para que plazca Dios y el hombre. Le place tanto al obispo de la ciudad de Coria, que cierra la sucursal y mueve el obispado a Plasencia. A los de Coria les gusta tanto la idea, que en el palacio obispal cuelgan el cartel, "se vende cuadra porque se nos ha marchado el burro".

El obispo llega y dice que la iglesia románica no le gusta así que empieza la reconstrucción y durante el periodo de transición, periodo que aun dura hoy en día, irán construyendo de a poquito en poquito un tramo de unos 5 metros de la nueva catedral gótica. Y a medio hacer, paran, lo que da la sensación que un edificio se esté comiendo a otro de tal forma, que el obispo que tiene su casa a los pies de la portada románica tiene miedo que la pared se caiga encima suyo y manda construir un puntal. Puntal que aun dura 5 siglos después. Es tan cinematográfico lo que sucede aquí, que se han rodado varías series, aunque no tengan nada que ver. La Catedral del Mar se grabó aquí, y no en el Born, igual que la serie Isabel, que se hizo aquí en lugar de Sant Jeroni de la Muga en Badalona.

Pero por otro lado, Plasencia y toda Extremadura se fue llenando con los dividendos de las expediciones maya e inca, así que las familias pudientes adornaron sus casas con el componente arquitectónico que estaba de moda: el balcón cantonero, con un gran escudo familiar encima de él. Este tipo de balcón indica que la familia controla dos calles, por lo tanto es un signo de poder, y que ha podido pagar la construcción a un buen arquitecto, por lo tanto, que tiene dinero. Y dos de estas familias, podrían ser perfectamente la versión placentina de los Capuletos y los Montescos, los Zúñiga y los Guzmán. Tenían tanto odio entre ellos que levantaron una iglesia entre sus dos palacios para no tenerse que ver. Hoy en día, delante de los dos palacios y la iglesia, se encuentra la sucursal de la delegación de Hacienda. Para hacer el tema más morboso, diremos que uno de los palacios pertenece hoy en día al SAREB (el banco malo), pero solo su mitad.

De aquí, fueron expulsado los judíos, de un día para otro, igual que en toda Castilla y Catalunya (donde les habían pegado una paliza culpándolas de la Peste Negra). Los Sefardíes, que ya habían estado aquí en los tiempos de los romanos, pierden sus propiedades y la Península pierde sus oficios. Aun así, algunos se quedan e incluso copan estamentos altos en la Iglesia y la Inquisición. Es el caso de uno de los obispos de Plasencia, y era tan salao, que como procedía, igual que la Virgen María, de la tribu israelí de los Levi, rezaba en las misas. "Virgen María purísima, madre de Dios, y pariente mío".

No fue ni el primero ni el último que cambió de chaqueta. De allí el origen gastronómico de "la Patatera", un embutido que emplea el pimentón de la Vera (pimentón traído de América en el primer o segundo viaje), hecho originalmente con patata y que tiene la apariencia de un chorizo.

Ya hemos hablado de la catedral, un poco, porque da para ríos de tinta, como los insultos explícitos que hay hacia algunas ordenes religiosas en el interior de la iglesia, como frailes montando orgías o teniendo relaciones con perros, todo labrado en fina madera en los sillares del coro. Resalta la tumba de un obispo carlista tan lejos de Navarra, donde Isabel II lo mandó a morir por poner tierra de por medio. La misma Isabel que un día vio que un tallo de mujer andaba desnudo por la catedral y le dio uno de los vestidos que llevaba en la maleta. Fuera de la catedral, en una de las torres, la leyenda dice que una gitana estropeó uno de los relojes. Maldición gitana o no, lleva ya algún siglo y nadie ha subido a cambiarle la pila.

Y finalmente, la joya de la corona, un autómata al estilo Gepeto que da martillazos a las campanas de la casa consistorial. El Abuelo Mayorga, que funcionaba perfectamente, lo restauraron un poquito y se rompió, y allí sigue, quietecito a los cuartos y a las horas en punto.

(*) El título del artículo es un reconocimiento al grupo Extremoduro, nacido en esta ciudad, y cuyo tema, "Dulce Introducción al caos" escuche al entrar, al salir y en otros momentos del viaje y la vida.


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Para que plazca a Dios y a los hombres

Para un barcelonés de pro, acostumbrado a sus dos nudos, el de la Trinidad y el del Llobregat, circumbalar Madrid por la M-40, aún sea en pleno verano, es más que un acto de fe en el GPS, es un examen de geografía e historia. Por la M-30, O'Donell y otros borbones e ilustrados que muy bien ya no recuerdo ni que hicieron ni porque se merecen ser recordados. Después, la salida para Brunete, que si, allí no solo la República plantó cara a los fascistas italianos, sino que les ganó. Y finalmente las ciudades periféricas en sentido horario: Alicante, Málaga, Sevilla y por fin, dirección Badajoz.

Y aquí entraríamos en el momento de calzarme las gafas de Sol, y prender la música de Triana o La Raíz. Pero sufro uno de los efectos veraniegos peninsulares. La carretera está cortada y si miro a la derecha veo el porque: en la Sierra se vislumbran las cortinas de humo del incendio cerca de Parla. Hoy algunas personas llegarán tarde a sus trabajos, o serán realojados de sus casas, pero también algún pájaro perderá sus pollinos en el nido, y sufrirá igual que cualquier madre sufre al perder sus crías. Aunque lo cómodo sería esperar en la retención forzando una temperatura de confort y mirar o ignorar como arde el monte, prefiero aparcar en una sombra de Xanadú, un centro comercial que es famoso por albergar una pista de esquí artificial. Si está pista, y el edificio que la alberga ha de estar a menos de 0 grados mientras el monte se quema al otro lado de la autopista, da que pensar que algo no funciona en nuestro racionamiento.

Coincide que dos de mis amistades más cercanas me escriben en un lapso de tiempo muy corto. ¿Como? ¿Extremadura? ¿pero que ha pasado algo? Bueno, ves con cuidado. Y es que que razón conlleva a un ser a fijar hacia este destino tan poco común al cual solo se llega por algún rastro de sangre en el parentesco? El perfecto desconocimiento hacia un lugar vacío en el mapa con una primera parada en el norte, Plasencia, donde no me esperaba el Rober tocando el cuarto movimiento de la Ley Innata, sino uno de esos individuos capaces de andar por la calle a 40 grados y que ya me creía extinguidos, gorristas o gorreras, seres de poca carne y hueso que de facto se vuelven los parquímetros de los pueblos. Esa fue mi bienvenida, con ya 700 km y el arrepentimiento porque todo ese trayecto realmente no había servido para nada, "Dani, te has vuelto a pasar de listo". Pero mi suerte estaba apunto de cambiar.

Tan acostumbrado a empezar las visitas a una ciudad con un simple tour de Sandelman o viendo un video sobre españoles sobre el mundo. Esa latitud y ese calor seco me daban a entender que debía empezar a tirar del hilo de otra forma. Siempre era igual, empezaba, y la historia de algún señor me llevaba a un sitio, de allí las leyendas de alguna anciana a otro, una llamada a casa, o a algún amigo, pero allí, tan lejos de todos debía empezar de otra forma, en algún sitio debía empezar la chispa, y estas fueron las ganas de contar y revivir este blog, de inmortalizar y compartir las vivencias, los sentimientos y las coincidencias. Como cuando al pasar por una portalada en la que no había prestado atención, escuché decir, para empezar el tour, necesitamos ser al menos tres. Entré en la oficina de información y turismo para ser el tercero de este tour multitudinario. "A ver, tu, de donde has salido?", de Barcelona, "Tienes sangre extremeña, verdad?", y por unos segundos me quedé pensando para contestar, "si, parte de mi, viene de aquí".


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La pensión de la calle Fuencarral

Mucho tiempo atrás, en el umbral de la juventud, Madrid fue la primera estación de todos los viajes que hubieron a continuación, por eso, desde esa fecha, y cada vez que me acerco a la capital he recorrido las calles de Chueca y Fuencarral para echar un ojo en la pensión que mi hucha de adolescente de 19 años podía costear. Ha sido divertido dormir en antros para ahorrar o conocer gente, en un coche o en un playa, pero entonces, eso fue una necesidad y siempre he asomado la cabeza en esa pensión para encontrar otro Dani esperando las llaves en el mostrador. Fueron durante las ocho horas de vuelta en ese autobús nocturno de la España de antes de la crisis, sin móviles con Internet, ni el sin fin de música, en plena meseta y en pleno febrero, a oscuras, cuando tuve la certeza, que ya nadie ni nada me iba a hacer parar.

Por eso, cuando regreso a Madrid, vuelvo a ese barrio en busca de esa pensión y de ese sentimiento, aunque en esta noche de verano, noche del Orgullo, la ciudad está irreconocible. Lo único que no ha cambiado parecen ser las señoritas de Montera, pero ni el Rastro, ni Madrid Central, ni la Plaza de Sol repleta de indignados gritando "Barcelona no está sola" la tarde de los porrazos,  ya habían desaparecido para siempre. Se respira ese ambiente de satisfacción y tranquilidad de unos buenos tiempos, en el cual, el país había sido un icono internacional hacia la normalización de la libertad sexual.

Los restaurantes de toda la ciudad atiborrados, la misma internacionalidad que siento en Barcelona, pero con los acentos de toda España, gallegos, murcianos, catalanes, manchegos y andaluces, me recuerdan, que aquí, de globalización hace muchos años que se tiene constancia. Tan tolerante y abierta como siempre, tan cargada de historia, tan llena de secretos y sorpresas y de esa aridez castiza, desde lo alto de Vallecas, parda como toda Castilla, que siempre freno mi mudanza. 

Cuzco, Callao, Atocha, Goya, las paradas que recuerdan a las clases de historia y a los capítulos de Cuéntame, a las canciones de Sabina y de Ismael Serrano. Y entre canción y canción, entre lateros con lates de Mahou, vuelvo a ser el Dani de los 19 años que en busca de su pensión. Pensión que ya no existe, que dejó un hueco en la calle Fuencarral.


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Quilómetro cero

Todo país, de unas dimensiones considerables, debe tener un trazo característico he idóneo para ese género de viajes que los americanos bautizaron como road trip, donde la calidad con se pernocta y el comer son propias de la experiencia y los valores humanos que cargamos encima, y con la característica de que cada dos horas de trayecto se recorre una distancia lo suficientemente considerable como para que la historia, la orografía, la gastronomía y el modo de vivir de las personas cambien drásticamente.

En el caso de España, este se trata de un recorrido pardo, verde durante algún mes del año o si se circumbala su altillano o se traspasan sus grandes ríos caudalosos, por todo lo demás, será árido, con un perfil sinuoso y altamente esterilizado, de done brotarán pueblos mimetizados con su entorno en los sitios que alguna vez guardaron una materia prima importantes para su época, un cruce de caminos o el puente de piedra de algún río ancho. Y así, las diferentes capas de un mismo recorrido, recorrido desde el tiempo de una calzada romano, o quizás algo más, serán el testimonio de unas vivencias del primer episodio de un viaje que me trasportaba hacía un paraíso del cual aún no tenía constancia en ese verano del 2019 en que yo, con tres desconocidos cruzábamos el país en mi coche blanco forzando una temperatura de confort y esbozando la estructura de este cuento, sin saber aún, en que consistiría este capítulo, ni el siguiente, y el siguiente,...

Pero como es, gracias a las nuevas tecnologías, que en esa recta que va de Catalayud a Guadalajara, es posible que la joven pasajera y desconocida hace unas horas, quiera compartir, bajo el cielo de Aragón, uno de los más bonitos que conozco, y entre canciones de Triana, anécdotas y detalles como profesional del sexo. Saciado el cuerpo con unos torreznos en el tramo soriano de la A-2, pasado Contamina, en el kilometro 200. Las preguntas irán forzando respuestas, y sorprendentemente, la proactividad para el debate de la profesional, sobre el género pornográfico, el feminismo y los prostíbulos de carretera (que de repente empezaron a brotar entre los toros de Osborne).

Hacía un lado circulaban, como nunca había visto antes camiones del ejército para aniquilar el fuego que consumía mi ribera querida del Ebro. Hacía el otro brotaban aspas enormes para un nuevo generador eléctrico de la España vacía. Parece que algo está cambiando en la forma de vivir, pero, vamos a llegar a tiempo? Al menos, como ingeniero, siento que estoy en el equipo de los buenos. Y eso, que la profesional del sexo no paraba de darme buenos argumentos sobre su decisión el la vida, "cuando esperamos en el piso los clientes, leemos, y hablamos mucho de literatura con las chicas", "me gusta hacer porno, con gente normal".

Madrid se acercaba, otra vez más no había sucumbido a la gran recta de Guadalajara, ni a M-40 y merecía la pena celebrarlo con un tono navideño cantando Sol de Mecano. Nos volvimos a separar, con la certeza que no nos volveremos a ver, pero con la satisfacción de haber recorrido un tramo de vida juntos, así, al azar.


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