La pensión de la calle Fuencarral

Mucho tiempo atrás, en el umbral de la juventud, Madrid fue la primera estación de todos los viajes que hubieron a continuación, por eso, desde esa fecha, y cada vez que me acerco a la capital he recorrido las calles de Chueca y Fuencarral para echar un ojo en la pensión que mi hucha de adolescente de 19 años podía costear. Ha sido divertido dormir en antros para ahorrar o conocer gente, en un coche o en un playa, pero entonces, eso fue una necesidad y siempre he asomado la cabeza en esa pensión para encontrar otro Dani esperando las llaves en el mostrador. Fueron durante las ocho horas de vuelta en ese autobús nocturno de la España de antes de la crisis, sin móviles con Internet, ni el sin fin de música, en plena meseta y en pleno febrero, a oscuras, cuando tuve la certeza, que ya nadie ni nada me iba a hacer parar.

Por eso, cuando regreso a Madrid, vuelvo a ese barrio en busca de esa pensión y de ese sentimiento, aunque en esta noche de verano, noche del Orgullo, la ciudad está irreconocible. Lo único que no ha cambiado parecen ser las señoritas de Montera, pero ni el Rastro, ni Madrid Central, ni la Plaza de Sol repleta de indignados gritando "Barcelona no está sola" la tarde de los porrazos,  ya habían desaparecido para siempre. Se respira ese ambiente de satisfacción y tranquilidad de unos buenos tiempos, en el cual, el país había sido un icono internacional hacia la normalización de la libertad sexual.

Los restaurantes de toda la ciudad atiborrados, la misma internacionalidad que siento en Barcelona, pero con los acentos de toda España, gallegos, murcianos, catalanes, manchegos y andaluces, me recuerdan, que aquí, de globalización hace muchos años que se tiene constancia. Tan tolerante y abierta como siempre, tan cargada de historia, tan llena de secretos y sorpresas y de esa aridez castiza, desde lo alto de Vallecas, parda como toda Castilla, que siempre freno mi mudanza. 

Cuzco, Callao, Atocha, Goya, las paradas que recuerdan a las clases de historia y a los capítulos de Cuéntame, a las canciones de Sabina y de Ismael Serrano. Y entre canción y canción, entre lateros con lates de Mahou, vuelvo a ser el Dani de los 19 años que en busca de su pensión. Pensión que ya no existe, que dejó un hueco en la calle Fuencarral.


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