La Hammam de Salem

Dejé mis recuerdos bien empaquetados en Marrakech para dejarlos en cima de una mesa del café Argana, por si alguien los veía, los recogiera y los guardara, igual que con el itinerario que planeamos I. y yo en Ouarzazate y lo dejamos escrito en una servilleta.

La siguiente parada era Fez, y ya la última de mi viaje en Marruecos, después tocaría asediarme en la habitación de Tánger donde mis huesos fueran a topar y luego tomar el barco. Y antes, una sorpresa, dejarme caer de nuevo por Salem, en la casa de I. para agradecerle como fuese todo el trabajo que él había realizado para que yo disfrutara del viaje.

El me propuso un plan que yo hacía tiempo quería realizar, pero que por miedo de ser tratado como un vulgar turista, y no como un viajero, no quise llevar a cabo. Visitar y bañarme en una auténtica hammam, lo que en Europa se conoce como baño turco, fue introducido en Europa por los romanos, quienes tenían tres salas, la de agua caliente (caldarium), tibia (templarium) y fría (frigidarium). Luego llegaron los años oscuros, donde la falta de higiene condujo a pestes y otras enfermedades, mientras que en el mundo musulmán se siguieron usando los baños turcos (o árabes) y así llegaron hasta el siglo XXI.

Pero antes fui a su trabajo, donde una de sus compañeras celebraba su cumpleaños, con tarta, galletas y dulces de esos que aquí en Barcelona no tenemos y que tanto hecho de menos, con ese hojaldre, la crema de pistacho y sudando miel.

El resultado de las elecciones se acababa de conocer y no se hablaba de nada más. Todos los trabajadores eran jóvenes y tenían mucha esperanza en el futuro, en que su país por fin, después de la época colonial y de sufrir dos reyes absolutistas y egocéntricos, salía adelante. Eran jóvenes, como la generación de mis padres, quienes con el esfuerzo en los estudios y en llevar una vida sin muchos lujos ni privilegios les llevaría a un trabajo donde cada vez pudieran tomar más responsabilidades y más remuneración. En cambio, unos quilómetros más al norte, otra generación, una que casi no le falto de nada durante su infancia, y aun así no se sació en una adolescencia consumista que llevo al endeudamiento asfixiante que tanto nos lastra y que no cambia al tendencia de tantos y tantos caprichos envenenados, esa generación se desanima y deja de buscar trabajo y empieza a vivir de la picaresca que tanto daño aun más nos puede llegar a hacer.

Pero vamos a relajarnos en la hammam. Primero de todo hay que empaquetar todo lo que se necesita: toalla, chancletas (si, porque eso debe ser un nido de...), cubos como los que se usan para hacer castillos de arena, botellas con agua (que se recalentaran y tendrán gusto a demonios), una esponjas que sirven para expoliar, una toalla pequeña para cubrirte el pelo cuando vas para casa y jabón. 

Primero se deben comprar los tíquets, eso se hace en la calle, como si de una taquilla de cine se tratara. Entonces se llega al vestuario, que está en el mismo recibidor, allí uno se cambia y le da una propina a un señor para que te guarde la ropa y te de un gran cubo de agua. 

Se entra a una sala abovedada, con una pared de azulejos blancos, después, de un metro y medio de azulejos empieza una pintura de cal rosada hasta la punta superior del techo. Varias tuberías conducen agua a través de la pared y un pequeño conducto recoge por la pared el agua sucia.

Cuando llegué me sorprendió como dos hombre realizaban ejercicios de estiramiento uno encima de otros, para que se hagan una idea, al más puro estilo de lucha greco-romana, también los padres limpiaban al milímetro a sus hijos, y otros dos adolescentes hablaban de marranadas y hacían reír a todo el mundo, excepto unos señores con la barba muy larga que se fueron.

Uno debe llenar el cubo grande con agua del grifo e írselo esparciendo por el cuerpo con los cubitos para hacer castillos de arena que se hayan traído de casa. Luego, se tumba y se relaja. Luego el compañero que haya venido contigo te empieza a limpiar y te saca la piel muerta, puesto que aquí la limpieza se hace por exfoliación y sudoración en lugar de con jabón.

Una vez acabados, se bebe mucha agua y se sienta en la sala donde no hace tanto calor. Luego se abre la puerta y uno se prepara para el cambio térmico. 

En Marrakech bajé a unas calderas de una Hammam de un hotel. Todo era de piedra y por una pequeña ranura se introducía el serrín que lo cubría todo. Fui invitado por los trabajadores que nos cazaron curiosos por la calle. Estuvimos a punto de caer en una emboscada, pero el jefe de la cuadrilla llegó y parecía que no le gustaran esta forma de ingresos extra.

Aquí había sido de nuevo un viajero inculcado por un marroquí sobre sus costumbres, otra vez, sin guías de viaje, otra vez sin intermediarios, otra vez por el hecho de recibir del que da des-interesadamente. Y por lo visto el placer de dar y recibir era mutuo.

Ken va a Egipto

A veces, uno se debe quitar el sombre delante de ciertos personajes, quienes demuestran que cualquier proeza es posible. Y lo más maravilloso es que la historia no proviene de un amigo de un amigo, o ha sido distorsionada o inventada por los medios de comunicación. Se trata de un ser que respiró delante mío y que comió de la comida que yo cociné.

Se trata de Ken Schroeder, un americano algo aventurero quien salió hace medio año de Porto Alegre (Portugal) y piensa completar su ruta hasta llegar a Egipto, pero su momento álgido será cuando llegue a oriente medio y le haga entrega de un manifiesto para el jefe de Hamas, pidiendo que deje las armas, y al responsable de las colonias judías, pidiendo que retire los asentamientos. Para dotar de aun más rigor su azaña va recogiendo firmas por los lugares donde pasa.

A mi casa en Barcelona llegó después de recorrer 2000km y parecía un hombre nuevo. Hasta entonces había andado hasta Marrakech, luego había vuelto por Nador y había resiguiendo la costa española, hasta engancharse con la ruta 92, en la desembocadura del Ebro. Hablaba mucho sobre la represión policial en las manifestaciones del primero de mayo, sobre como la policía se infiltraba, daba un par de empujones y como luego incitaban a la gente para que fueran a pegarles.

Al momento de escribir yo este blog, él se encuentra en Banyoles, a menos de 50 km con la frontera francesa y a unos 10.000 de su meta.

Si quieres conocer más sobre aventura visite su blog aqui

Ken en algún lugar de la Mancha



Cuentos de Marrakech

Equity Point se había vuelto un lugar afrodisíaco; una nueva piscina, rodeada de arcos y un segundo piso, ambos con habitaciones, muy bien equipadas y con un buen baño. Unas luces tenues hacían de todo este lugar un lugar maravilloso, y de tan maravilloso que era se había llenado de turistas pijos. Gente que llegaban a Marruecos porque este país empieza a ser obligatorio en los EuroTrips de muchos americanos, pero aun así, solo atienden a esos lugares donde las condiciones son propias de hospedajes de lujo pero a precios realmente bajos. Aun así era cuestión de preguntar a que se dedicaban, con que universidad hacían el intercambio, cual era la profesión de sus padres... la Sorbona, Oxford,... eran sus respuestas, gerentes, modistas,... pagaban los caprichos de unos hijos quienes no lo sabían valorar, pegando voces para romper momentos idílicos, vistiendo ropas que equivalen al salario de 3 meses de toda una familia marroquí, pagando el precio que fuese por embriagarse, enseñando toda la pierna que Mahoma oculta y el tak tak de sus maletas rodando.
Con el trabajador que se acordó de mi

Aun así, de una forma u otra, uno de los trabajadores que allí residía fue capaz de volver la vista atrás un par de años, cuando el hostel era otra cosa, para afirmar que yo ya había estado allí. "Si, tu bajastes con otro amigo, viniste a hacer el voluntariado, como acabo todo?¿" para aquel entonces él era un estudiante universitario, trabajador a la vez del hostel. Entonces a mi también se me iluminó la bombilla y lo recordaba llamando a nuestro hombre de contacto en el campo de trabajo para que le dijese como debíamos llegar hasta allá y como escribía en un papel lo que debíamos enseñarle al taxi, con un epitafio que decía: "no nos engañes, somos voluntarios".

El reencuentro con la aventura lo conseguí en un albergue muy cercano, aun poco conocido pero lleno de una fauna increible. Allí debatíamos cual es la mascota más estúpida, conocí de una artista vietnamí que había encontrado la inspiración en Agadir y a un francés muy tocón, también había un estudiante de cine puertoriqueño, que no se porque, me huelo que algún día lo veré andar por la alfombra roja. Hablamos del dijin, y de las supersticiones en la montaña e íbamos en masa para ser estafados en Jemma.
La tertulia en el Claro de Luna

A un polaco se le cambió la cara cuando después de pedir el taijine de pollo sin pollo el usurero no le rebajo nada la cuenta. O como, después de pedir una ración de caracoles pequeña el tendedero me cobraba la grande, a pesar de haber comido solo un par, y de como los devolvía a la olla. También puedo contarles como un niño me pedía dinero por haberme hecho ver que se me veía parte de la raja del culo. Vi a un par de soldados fumando kifir en una caseta de guardia.

Y así mil y una historias, en un par de noches, que mucho valieron la pena, cuando encontré cual era mi lugar adecuado en el sitio adecuado.

Marrakech, mi Marrakech de todos.

Ya los filósofos presocráticos decían que un río nunca puede ser igual porque el agua que lleva nunca vuelve a ser la misma.

La plaza de Jemma el Fna, patrimonio de la humanidad por las ricas muestras de cultura local se descubría entre el humo de las carnes de cordero cociéndose. Músicos, cuentacuentos, acróbatas, hechiceras, tatuadores de jena, encantadores de serpientes, restauranes callejeros, limpiabotas, mendigos,... y tiendas de zumo por cuatro dirhams el vaso.

Estas pequeñas tiendas exigen un pequeño estudio de marqueting. Son unas 20, y todas venden el mismo producto y al mismo precio. La competencia es tan alta y sorprende que nadie se desvíe ofreciendo lo mismo por unos céntimos menos. Entonces, cual es la razón inconsciente que te hace pararte enfrente de uno o otro tenderete?¿ En 2009 encontramos el mismo frutero que salía en las fotos de Lonely Planet, nos dejó subir a su carroza, y desde allí conseguimos clientela chillando "Zumo sin diarrea, el único zumo sin diarrea".
De nuevo en la carroza

Esta vez, como ya hice antaño, me dirigí hacia el Equity Point Hostet y me sorprendía que poco habían cambiado los souks (bazares): los hombres rezando en las mezquitas, las vacas colgando, los niños guiando a turistas por las tiendas en busca de la comisión, mientras renunciaban a otro futuro.

Resultaba que este hostel estaba lleno pero aun así reservé para el día siguiente. Me moví un par de calles hasta el "Claro de Luna", en un callejón muy andaluz, y me encantó la sencillez, la familiaridad y la bohemia de los inquilinos. Aquí tuve muy buenas charlas y encontré a muy buenos viajeros.

De Marrakech puedo contar mil cosas, pero pasaré por alto varias de ellas porque tengo unas ganas terribles de acabar de escribir el blog, y para no volver a decir como de bonito era algún lugar, y así, el favor es mutuo.

De lo primero que quiero hablaros es de un camino desde Jemma hacía la escuela a la que vine a trabajar en 2009. E igual que la última noche tras hacer ese trayecto camino al colegio, me puse a llorar y llegué a una pesada conclusión: "lo que hiciste nunca te hará feliz, solo lo que haces, ni tan solo que harás", la misma que en la cima del Toubkal. Después del desierto, las gargantas y los montes Atlas, volver a Marrakech superaba cualquier emoción antes sentida. Porque allí tenía la misión de encontrar cual había sido la causa de mi felicidad.

Me perdí en las últimas callejuelas antes de llegar a la escuela. Por entonces comprobé como las olores que tanto habían asustado a las croatas del campo de trabajo eran propios del verano y aquí, igual que en Europa, la gente estaba más apagada cuando el cielo era plomizo y el aire algo frío.

El suelo era muy barroso y me puse a seguir a los niños con mochilas sin caer en cuenta, (ya muy tarde) que se dirigían a sus casas, muy contentos, por cierto. Un niño muy mayor, de unos 35 años, escondía su bolsa con pegamento para guiarme "amistosamente" hasta donde quisiera, y para preguntarme, como otros tantos, "tu fumas marihuana?¿","-No, no, yo no", "Muy bien, mejor para ti, la marihuana es mala".


En el cielo de Marrakech se puede andar
En la puerta del colegio un hombre flirteaba con dos muchachas, "Mire, yo vine a trabajar a esta escuela gratuitamente hace dos años, saqué las malas hierbas y las quemé bajó un Sol de casi 50 grados, moví la tierra para hacerla fértil, la regué, planté semillas y brotes de plantas, podé las ramas de los árboles para que crecieran fuertes, y ahora, quisiera ver como cundió el trabajo", las chicas me miraron sorprendidas, anonadadas, "He venido desde muy lejos solo para ver esto", el vigilante, ofendido de como las chicas habían desplazado el centro de su atención se negó en redondo. Las entendí cuando hablaban en francés "Por favor, déjalo entrar". Pero no hubo manera, "shukram sajbi bislama" y me iba ofendido dándole las gracias a un paisano que se había extralimitado en sus funciones.

Entonces me desplacé hacia la escuela donde dormíamos, allí no tenía ninguna esperanza de entrar ya que se trataba de un dormitorio de una escuela femenina. Una pequeña puerta de hierro se abría ocasionalmente, para ver como entraban las chicas y el guardián se sorprendía de que un occidental estuviera mirando la puerta por más de media hora.

Me encontraba en un suburbio, de los que no salen en las guías de viajes, de los que solo llegan turistas cuando se pierden o son desviados conscientemente por un guía poco ético. Pero para nada se esperaba mi presencia, un espectro del pasado, sorprendido de que los zapatos colgaran en las cuerdas del tendido eléctrico, que los niños jugaran a futbol con una pelota desguazada y que cerrara de una vez por todas la puerta de la nostalgia, para no estar atrapado en el pasado, para poder vivir el presente, y algún día volver a saber que quiero en el futuro. 

En la zona cero de mis recuerdos. Marrakech y la farola de la despedida

De los Atlas a Jemma-al-fnaa casi tres años más maduro

A la mañana siguiente, la pareja de polacos nos esperaba a la hora y en el lugar acordado para volver juntos a Marrakech siendo minimamente estafados. Nosotros, en cambio, llegamos media hora tarde, respondiendo los cuatro a nuestros conceptos nacionales de puntualidad.

Pronto los intermediarios de taxistas empezaron a ofrecer carreras hasta donde quisieramos e I. se enfadaba con sus propios paisanos y su codicia crónica. Marruecos es un claro ejemplo de como el sér más ignorante es capaz de enriquecerse más que un médico o un ingeniero si está en contacto directo con los turistas.

Un 'autobús público' puede ser una buena solución, a pesar de que este sea un monovolumen Wolskwagen con los cristales rotos y reforzados con cinta adhesiva. Me extrañó que a pesar de que todos los asientos estaban ya ocupados el conductor no arrancaba. Entonces, se llenó el pasillo y algunos pasajeros se sentaron encime de otras. En los últimos asientos nos mirábamos sonriendo porque conseguiríamos llegar a Ansi (a 30km), por menos de un Euro a costa de que nuestras extremidades se durmiesen. "¿Cuánto pueden aguntar los brazos así?""- Unas cuatro hora", respondían la pareja de médicos polacos. Y una ve seguro de que no los perdería disfruté del paisaje desde el punto de vista de un marroquí pobre. Además, el autobús fue cogiendo todos los pasajeros que lo paraban por la carretera hasta el punto que algunos de ellos se sujetaban en la puerta trasera y del conductor, que estaban abiertas. En total casi 30 almas en un coche diseñado para 9, una forma aun más absurda de jugarse la vida tontamente que subir una montaña de 4000 metros sin inhalador.

Con el inebitable dolor producido por el despertar de las extremidades nos desplazamos un par de metros hasta un gran taxi que no quisimos compartir por nada en el mundo y por fin, después de tanto camino llegabamos a Marrakech sin antes pasar por una coperativa de aceite de argana, que curiosamente no fue iniciativa del taxista, que tenía ganas de llegar a Marrakech lo antes posible.

Mujeres trabajando en una Coperativa de Argana a las afueras de Marrakech con herrmaientas tradicionales
















Las coperativas de argana son uno de los negocios más extendidos de Marruecos en la zona comprendida entre Marrakech y Essaouira, y está producido por las semillas del argana, un arbol parecido al olivo pero con un fruto mucho más duro y que es recogido solo por mujeres una vez se han caído del árbol. Con eso se pueden producir una serie de cosméticos muy caros en occidente y también tiene aplicaciones culinarias.

Las coperativas están creciendo al calor del comercio justo para dar oportunidades laborales a las mujeres. Y una mujer fue la que nos atendió preguntandonos si queríamos ser atendidos en español, francés, alemás o inglés, una políglota en toda regla cuyo valor sería equivalente al de la argana en Europa.

Entramos y en el patio interior habían varias mujeres separando de la cáscara las semillas para luego molerlas en un mortero de piedra. Mientras tanto la políglota nos describió todo el proceso de elaboración para luego guiarnos hasta la tienda, donde nos mostró cada uno de los productor: jabones, maquillajes, aceites, cremas,... finalmente nos invitó a la terraza para que vieramos el paisaje y el taxista haciendose los mocos.

A I. le dije, me juego lo que quieras a que si bajamos sin hacer ruido las mujeres de la coperativa estarán de cháchara y no trabajando.... y gané!!!!!

Finalmente llegamos a Marrakech por la misma carretera que dos años y medio atrás éramos forzosamente invitados a un cumpleaños y a una presa de agua caliente donde nadávamos desnudos. Pero entonces el cielo estaba azul y ahora era gris.

Entonces, siguiendo los pasos intuitvos de un camino grabado con fuego en la memoria me dirigí, casi con los ojos cerrados a Jemma-al-fnaa. Dos años después la esquina donde me despedí de Fátima estaba cubierta por una lona que cubría el agujero del Café Argana. Todo lo demás seguía igual.

S'ha fet el cim: Les Mouflons - Toubkal - Imlil

Desayunando con I. y los dos polacos recibimos la noticia de que estos aficionados a la cerveza no nos acompañarían hasta la cima aludiendo un comentario que habían escuchado la noche anterior. Estaban seguros de que los dos dedos de sus pies se podrían negros y se gangrenarían a causa del frío. Se despidieron de nosotros diciendo infantilmente, "haced lo que queráis, yo quiero a mis dedos". 

A parte de ellos dos, todas las demás personas madrugamos para llegar a la cima, inclusive una nueva pareja de polacos que se apuntaron a nuestra expedición.

Toubkal. Empieza el última ataque
Aunque esa mañana a 3000 metros de altura el Sol brillara radialmente, nuestro guía nos insistió a salir rápido. Crampones en manos partimos ladera arriba y entre dos pares de picos menores una nueva collada nos decía que aun faltaba mucho para la cima. Este espejismo se repitió varias veces.

Aun así el cielo tomó un color diferente por como la falta de oxígeno filtra de otra forma los rayos de luz y yo, a causa de este efecto atmosférico empecé a sentir una fatiga muy aguda al remontar solo 700 metros más. Por entonces ya teníamos los crampones puestos, y un mal paso fuera del estrecho camino donde la nieve había quedado compacta significaba que una de las piernas se sumergiría completamente, y así pasaba muy a menudo, la solución era sacarse la mochila y con las dos manos libres empujarse fuerte hacia arriba. Las agujas de los crampones también podían engancharse en las tobilleras del pantalón, entonces, lo más probable es que te cayeras hacia delante y el pantalón impermeable quedara hecho trizas, quedando en igual de condiciones que el guía.

Toubkal. Y la increible aventura de abrir una botella con guantes
A -5 grados y pasados los 3.900 metros un viento empezó a alzarse, aun así la cima no se veía y aun estar muy cansados el guía nos amenazó en que el tiempo estaba cambiando y podríamos quedar atrapados. El viento levantaba polvo de nieve en los picos menores que íbamos superando.

Desde nuestra posición se veía como íbamos dejando abajo las últimas cimas y delante, a menos de un kilómetro se vio por primera vez el montículo que marcaba de una vez por todas que llegamos a la cima. De los últimos metros poco recuerdo, pero si que me acuerdo del pensamiento que sentí allí.

Les Mouflones. De vuelta al refugio
En línea recta, los Alpes eran el punto más cercano donde alguien podía estar en ese momento por encima de nosotros. Una distancia abismal. Delante mío había una niebla que impedía ver más allá de los 20 metros, detrás, I. rezaba a Alá con las manos en forma de libro, -agradece a Diós este momento- decía I., más atrás, en un valle lejano y soleado Marrakech era inconsciente de lo importante que era para mi ese logro. Pero que mejor forma de expresar que es la vida: un futuro nublado del cual no se puede saber apenas nada y como mucho intuir lo que sucederá los próximos metros, un presente que se tiene que luchar, y un momento bien alto, de protagonismo, que son los segundos que estamos viviendo en este momento, sea en la cima del Toubkal o luchando por nuestro futuro y atrás, una explanada acogedora con una ciudad que no es más que un recuerdo y solo se ve desde arriba y borroso y no se puede volver.
 
El bajar se hizo pesado y en algún momento tuve que estar sujeto por dos compañeros. A pesar de esto, bajar es mucho más fácil y se hace en línea recta en forma de tobogán. En 5 o 6 tramos llegamos de nuevo al refugio y en poco tiempo nuestras ropas volvían a estar delante del radiador sudando humo. Necesitaba una ducha caliente tan urgente que hasta estar debajo del agua no caí en cuenta que la caldera podría estar apagada, y así fue.

El tiempo se volvía gris y hostil mientras engolíamos una merecida comida y nos apresuramos como a quien un convenio colectivo mal negociado le obliga a comer en medio hora, en nuestro caso fue una tormenta que había subido y bajado ambas laderas mucho más rápida que nosotros. Pasada la ambición por coronar el techo del Atlas, y de su respectiva subida de adrenalina, ahora faltaban unas 5 horas para que todo esto acabara.


El camino se había vuelto muy pedregoso y todos esos vendedores que vimos a la subida habían desaparecido. Algunos, pero pocos, turístas subían maldiciendo su mala suerte. En la casa del "diablo", la piedra maldita a la que I. me había recomendado no acercarme había abierto una ventana y en las casitas de hormigón un hombre me pidió una aspirina para aguantar la sodomía que el "dijin" les hacía sufrir cada noche de tormenta.


Al pasar por el lugar donde habíamos dejado las mulas, observamos como la línea de nieve había seguido bajando durante los dos últimos días. Y justo cuando cruzamos de nuevo el cauce seco una gran niebla nos envolvió y nos apretó a todos hasta estar lo suficientemente juntos para no perdernos o dejar de tener miedo. Y esa era nuestra sociedad, muy lejos de todos los problemas de nuestra vida cotidiana, caminando a ciegas con desconocidos y alumbrados por unas linternas casi inútiles y las luces de los primeros poblados que gracias al efecto de la niebla sus decenas de puntos luminosos se habían unificado en un solo faro.


Al llegar a casa de los portadores su jefe ya había cocinado la cena y rodeado de ancianos nos hizo una oferta para dormir allí. Pero para eso hacía falta ir al hotel a recoger nuestras maletas y yo estaba tan cansado que me negaba a ir para luego volver y perderme por el camino. I, en cambio, no tubo ni el más mínimo reparo en irlas a buscar solo, sin linterna (porque se la había dejado a los polacos) y bajo los copos de nieve que estaban cayendo. En ese momento solo recibí una lección de humildad y sacrificio y un remordimiento muy grande que solo se apaziguó cuando le insistí al guía y a su jefe una y otra vez que él entrara a la ducha primero.


Entonces, intenté olvidar toda esa situación concentrandome en una leña que ardía dentro del hogar y que no hacía humo, era magia, y junto al cansancio, el frío y la fiebre que subía sin parar tenía pocas ganas de pensar en cuan importante era el logro que acaba de conseguir.




Primera etapa al Toubkal: de Imlili a Les Mouflons

 Al amanecer parecía como si la primavera hubiera llegado a Imlil. Un Sol radiante empezaba a fundir la nieve. Fuimos a casa de nuestros portadores, en una de las pedanías. Allí los dos polacos de la tarde anterior, muy bien equipados, se acababan de arreglar y desayunaban. Mientras las mulas se alimentaban y eran cargan, nosotros probábamos los crampones.

Imlil. Con el manager de "Sherpas"
 Igual que en el desierto, la industria turística se organizaba de la siguiente manera: un viejo "lobo" de la montaña, con mucha experiencia y respeto contrataba a varios chicos jóvenes portadores y tenía mulas, material de escalada, cama, cocina y agua caliente. Pero él no subiría. Solo se encargaba de poseer y generar negocio.


 La casa de este hombre puede ser un buen cuadro descriptivo de esta sociedad tan particular. Durante el rato que estuve allí no vi ni una mujer. Por edades conocí a un niño de unos cinco años, en plena inocencia y rebosante de alegría, probablemente estaba en ese momento de la vida que crees que el mundo es poco más que el lugar donde vives. Luego conocí a un adolescente precoz con un gran olfato para negociar, políglotismo y otra clase de inocencia; la de sentirse fuerte y joven para guiar turistas toda su vida hasta la cima. El joven dejó la escuela porque su profesor se "ausentaba" muy a menudo. En cambio, sus ojos se iluminaban por descubrir un mundo muy diferente del que había desde su casa hasta Marrackech y de donde procedían todos los turistas.


Pedanía de Imlil


Luego, había la masa predominante de población, chicos de entre 20 y 30 años; encargados de llevar el material una vez las mulas no quisieran andar por la nieve y de guiarnos montaña arriba y ladera abajo. Sus ropas no eran para nada tan buenas como la de los demás turistas. Estas personas, según ellos me contaron, tienen mujer e hijos en algún pueblo entre Imlil y Marrakech y que trabajan en la ciudad, pero cuando son llamados acuden a la montaña, para ganar un poco más.

Luego, una vez son mayores, toman dos caminos, él minoritario que consiste en poseer su propio negocio, o el mayoritario, el desamparado por un cuerpo castigado por andar por encima de lo natural y que acude por las noches a buscar el calor y a compartir la lumbre del hermano que tuvo más suerte.

Cuando uno empieza andar se ve tan fuerte como para seguir el paso del guía, después el de la mula y finalmente los ve alejarse hasta el punto que en alguna bifurcación se sientan a esperarnos.

Después de un primer tramo sin mucho que contar nos encontramos a la lejanía algún que otro pueblo, mucho más auténtico que los que había visto hasta entonces en Marruecos. Andamos por un ancho valle, en cuya ladera habían roncar de unos dos palmos que nos dificultaba el paso. Según me contó I. en verano eso se transformaba en un río con agua del deshielo, y dificultaba muchísimo el paso.

Pasado el valle empezamos a andar hasta encontrar una "estación de servicio". Como cajas de zapatos o de cerillas se habían colocado diferentes bloques de hormigón, donde dentro se podían encontrar algunas cafeterías con precios incluso más caros que en Europa. Por unas escaleras se podía subir a la azotea de estas tiendas y allí observar el fabuloso paisaje que el cañón permitía ver hacia abajo, porque para arriba, una pared natural anunciaba que la ascensión podría ser dura. Lo notamos por los diferentes grupos de personas fatigadas que caminaban en fila india y como algunas de ellas estaban andando en manga corta por la nieve.
 

El poblado del demonio, a unos 12km de Imlil
 Varias personas me contaron que en ese pueblo vivía el demonio y que muchas personas con tendencias religiosas ocultistas venían a adorar una gran piedra que era habitado por este maléfico ser. I. me dijo que podía ir, pero que no me aconsejaba para nada, de todas formas, igual que todas las personas de la región me dijo que no creía en esa ni en ninguna otra historia, y que la única leyenda verídica era Ala. Así intenté hablar con el guía y con cualquier local que hablara inglés, pero todos decían no haber escuchado nunca eso. En Marrakech el hostalero me dijo el secreto: esa gente de la montaña es muy supersticiosa, y la primera que niega con la escusa de la superstición es la que tiene la creencia más enquistada en el alma (bueno, así no lo dijo, pero queda más bonito).

Luego subimos y en un pequeño rellano del camino había otra cafetería, quienes usaban unas pequeñas cuevas en la pared para guardar la mercancía. Allí delante, un hombre de unos 60 años sacaba la nieve del camino con un pala. La escena me provocó asco porque unos turistas blancos se estaban tomando una Coca-Cola mientras alguien de la edad de su padre se jodía la espalda para que ellos pudieran sentarse.
Despedida de las mulas de carga
 Como prefiero actuar, y del acto sacar una lección, y de la lección algo que se pueda compartir voy a contarles lo que pasó. El que les habla le pidió al hombre que le dejara la pala para que pudiese acabar su trabajo. Agarré por 10 minutos la pala y tiré todo los bloques de nieve colina abajo mientras los turistas blancos me miraban y decían comentarios burlones (como si el inglés fuera un dialecto de la Siberia). Solo mirarlos y decirles: "ese hombre podría ser vuestro padre", les hizo callar, bajar la mirada y partir. Por el otro lado, el hombre mayor al que había librado de hacer su trabajo, se fue sin decir adiós, ni gracias y tuve que dejar su pala allí en el suelo. El sentimiento que tuve en ese momento ha sido único en mi vida, pero ha generado un seguido de reflexiones que aun soy incapaz de transmitir.

Poco después abandonamos las mulas y unas dos horas después llegamos al refugio, sin encontrar entre medio ningún rastro de civilización. Mientras todos los guías hacían las comidas, los montañistas nos agrupábamos junto los radiadores para ver como nuestra ropa se volvía vapor.


Imlil. A las puertas del Toubkal

En Ouarzazate pudimos estar poco tiempo, quizás en otro viaje me dejaré estafar en museos del cine viendo viejas reliquias.

Supratours es la empresa estatal que se encarga de suplir aquellos recorridos donde aún no hay tren. El camino entre Ouarzazate y Marrackech es único. Si usted es una persona valiente deberá tomar dos tazas de café para no perder bocado; si en cambio le da miedo que el autobús sesee entre laderas más propias de los Andes, por una carretera de carril y medio donde en cualquier rebuelo se puede encontrar un rebaño de cabras despistado, le recomiendo que se vaya a dormir.

De todas formas, antes de subir a las alturas (donde se pasa mucho frío y una bezara sienta de maravilla) se pasan por poblados de barro de ensueño y yo noté que me encontraba en un lugar que desde bien pequeño quise estar.


Por todo lo demás, la llegada a Marrackech fue un jarro de agua fría y ya se hablará de ello más adelante.

Otro consejo de I. fue que no se debe comer en una estación de gran taxis y por eso de que estabamos fuera de temporada lo mejor era recrearse viendo los Atlas nevados a lo lejos.

Un asiento de gran taxi hasta Imlil cuesta 35 dirhams. Eso no lo digo yo, lo dice un cartel escondido entre la basura.
Vista de los Atlas
Está tan recondido Imlil que solo los turistas van para allá, así que compartir un taxi se hace difícil. Mi guía se negó al taxista a darle el placer y le forzó a salir por 50 dirhams con la condición de subir a todas las personas que encontrásemos por el camino.

Así llegamos a Imlil, final de la carretera esfaltada y punto demasiado alto y frío para atraer al turista común y su dañina afición por hacerse notar.

Los oficios perdidos viven en Imlil
Aun así encontramos una pareja de hombres polacos babeando por una cerveza. Los muy idiotas estaban siendo engañados por encantadores de turistas quienes aseguraban conocer un bar secreto no muy lejos de allí, pero que entre taxi y servicio deberían pagarles unos 200 dirhams por litro. Los turistas comunes estubieron apunto de aceptar, cando fueron salvados por un tipo de "autoridad" respetada de la localidad y los encantadores se escondieron bien rápido.

I. recordaba a ese hombre de una expedición anterior y acordamos pagar 600 dirhams para los dos, ambos polacos acabarían pagando, sin saberlo, la diferencia hasta el precio ordinario por un guía de una expedición de cuatro personas.
En el hotel volvimos a recalcular los pesos de las mochilas y dejamos algo allí para la vuelta, al fin y al cabo no necesitabamos un cargador de móbil. Nos tomamos la última ducha caliente y vimos por la ventana como la línea de nieve estaba tan solo unas decenas de metros por encima del pueblo. Un poco más arriba, un mosaico de piedras escrito en árabe rezaba: "Rey, patria y Alá".

Imlil




Descanso en Ouarzazate

I. y yo cogímos los dos asientos delanteros de un gran taxi en Tinghir. El taxista gritó algo para anunciar a los otros cuatro pasajeros que ya podíamos partir.

Abandonamos la ciudad y el sendero se volvió un paisaje marciano. Camino a Ouarzazate cruzamos un valle custodiado por dos extremidades del Atlas. Y no vimos rastro de civilación hasta llegar a la ciudad cinematográfica.

Nuestro conductor algo preocupado por las
inclemencias meteorológicas
Como bien supimos en las gargantas, durante los dos útimos días no paró de llover en las montañas, lo que probocó un fenómeno conocido como riadas. Ríos espontáneos sobre cauces secos o improvisados en el medio de la nada y que cruzaban la carretera por el lugar más inapropiado.


Allá donde el río se había hecho ancho y la corriente poderosa una gran columna de coches esperaba las horas que hicieran falta falta para cruzar a la otra orilla.

Algunos pueblos aparecían por el camino
Aunque nuestro chófer se negó a seguir adelante inicié un "yela yela" (vamos, vamos) en el que todos los ocupantes participamos.

Milagrasomente llegamos a Ouarzazate, una ciudad administrativa en medio de la nada y actualmente una indústria del cine poderosísima.

Una habitación doble por 10€ cumplía las condiciones higiénicas necesáreas y más si era nuestra primera cama en varios días.

Al caer la noche salimos a la plaza principal donde había un concierto de Hip Hop pagado por la embajada Americana. Después de Serbia y Venezuela, Marruecos se convirió en el tercer país que visitaba donde EEUU pagaba acontecimientos culturales por alguna causa. Sin duda, si no huviese viajada no habría sabido nunca de esta práctica.

El concierto fue precedido por una manifestación de una organización que invitaba a la abstención electoral bajo la excusa que todo era un montaje para justificar la aceptación de la monarquía.

Ouarzazate. Calendario hecho con I. y por mi
Mientras tanto fuimos a cenar, primero unas palomitas y voy a contar, como se las ingenian en esta esquina del mundo para calcular la ración. Ellos usan una balanza romana, pero como contrapesos emplean objetos cotidianos como bujías o coches de juguete.

Ouarzazate. Cola de coches esperando cruzar el charco
En medio de la cena reordenamos nuestro plan por enéssima vez escribiendolo encima de una servilleta. Por falta de fe en que lo cumplieramos y para dejar un recuerdo de nuestro paso I. me recomendó que dejasemos el papel en la mesa de aquella cafetería.

Fuimos a dormir, sin antes comprobar que la derecha había ganado las elecciones en España. ¿Valía la pena perderse aquella experiencia por un voto?











Dani, riada y cola de coches
Ouarzazte. Entrada del hotel




En las gargantas de Tinghir

Hasta que no estuve al pie de las gargantas no empecé a tener consciencia de donde me había metido, la primera prueba fue atravesar el desierto y sentir su fría soledad, la segunda, entrar en ese pasillo de piedras y agua, y si superaba esta, estaría preparado para afrontar el reto más difícil que hasta el presente he realizado.

Cuando nos despedimos de nuestros amigos I. y yo requilibramos nuestras pertenencias para hacer el camino más justo, y andamos hasta que la lluvia y la oscuridad nos achicó. Entonces, tendimos el dedo y esperamos que alguna alma tuviera suficiente piedad como para llevarnos tan adentro de la garganta como quisieramos.

Ollando Tinghir

No tardó mucho en producirse el milagro, una furgoneta de bascos fanáticos de la escalada nos cogió, aunque aun no se si por bondad o porque creieron que teníamos algún conocimiento de cual era la pared más buena. Subimos unos 12 km hasta encontrar la primera luz de un hogar y allí aterrizamos.

Una vez cruzado el río tocamos a la puerta de una casa hecha con un solo bloque de cemento. Nos abrió un señor de una extrema humildad y le preguntamos si podíamos montar la tienda al borde de su casa. Y el hombre no tuvo ningún impedimento.

Tienda dulce tienda
Al poco tiempo, vino otra persona, y nos explicó que eso era un hotel y que debíamos hablar con el propietario para que éste nos diese permiso de acampada. Lo acompañamos hasta una casa muy confortable y cálida y allí I. intento, con su mejor amazigh hablar con el responsable. Nos ofreció una habitación pero no la quisimos pagar; solo queríamos dormir en un trozo de su suelo, que más le daba, sino dormiríamos un poco más arriba o más abajo de la garganta. Pero entonces dijo una frase que siempre se me quedará grabada en la memoria: "¿Porqué no teneís dinero?" 

Volvimos cabizbajos hacía la casa de los trabajadores humildes y la reacción que tuvieron hacia nosotros fue la esperada. La humanidad es una virtud más propia del que tiene menos sustento para vivir.

Sin paraguas, con babuchas y alumbrado por la luz del móbil, cruzó el río, la carretera y andó unos metros hasta llegar a un desvío de arena. Allí, detrás de una roca nos dijo donde y la posición donde podíamos plantar la tienda, y lo hicimos tan rápido como pudimos.

Dentro de la tienda, una vez cenados y algo más secos, habrimos la puerta para que se ventilara, y una luz, a lo lejos, se acercaba hacia nosotros. Por dentro me invadió el miedo de que un propietario huviera enviado a uno de sus secuaces para llevar al extremo un plan para alquilar una habitación.

Pero por supuesto no fue así; el mismo hombre que nos había enseñado el escondrijo venía ahora cargando un par de mantas secas para abrigarnos. Y durmimos mientras las paredes de la tienda se iban impregnando con la humedad.

El amanecer fue forzoso con los primeros rayos de luz y la amenaza de lluvía. Fuimos a la casa donde vivía nuestro ángel de la guarda y lo recompensamos con comida. Él, tuvo suficiente con eso y aun agradecido nos invitó a tomar un te bien caliente y a desayunar con ellos.

Con nuesro salvador

Entonces fue el momento de descender para llegar de nuevo a Tinguir, tendiendo el dedo y esperando otro milagro.

El primer coche que pasó por nuestro lado tuvo la amabilidad de parar. Quien había parado era un chofer a sueldo de un coche alquilado por una pareja de jubilados belgas quienes se negaban en primer momento a compartir el coche, y menos con alguien que no lo había pagado. I. me pidió que me sentara detrás y les diera toda la conversación que pudiera, él se sentó delante y se dedicó a agradecer a nuestro nuevo salvador.

El jubilado empezó a hacer comentarios sobre los jóvenes, lo vagos que eramos y el poco esfuerzo que hacíamos para ganarnos un futuro. Entonces, después de escuchar como él había trabajado toda su vida en una fábrica me preguntó por mi profesión: "soy ingeniero" y la bofetada en su alma fue tan sonora que no volvío a abrir la boca. La mujer en cambio empezó a hacerme preguntas, sobretodo referentes al hecho de viajar de esa forma; le hable de Santiago y le resumí los últimos 45 días.

Sin darnos cuenta llegamos a la parada de grandes taxis y pudimos desayunar algo caliente.

Tinghir

Una dosis de dunas

Porque fui al desierto? La primera razón es porque tuve la oportunidad; dificilmente huviera ido sin I. y sus amigos, porque la experiencia se huviera vuelto casi imposible o artificial. Días después aprendí que "el maestro" daba clases al otro lado de las dunas, pero de este personaje y amigo ya se hablará en su debido momento. Las demás razones las encontré cuando llegué allí.

Los camellos y el guía no son muy caros de conseguir. Los guías son gente que va a pie, cargando lo que los camellos no han podido cargar y tirando de las cuerdas a través de las lomas de las dunas nómadas hasta su comunidad en el oasis.

Un camello no se sienta y se levanta tan fácilmente, como vemos en las películas; una cuerda anuda su mandíbula inferior y a la orden de su dueño es apretada hasta que el anímal quiera doblegarse. Entonces es cuando otro animal, (es decir, yo), deja sus pertenencias en las alforjas y se monta. Después se levanta y empieza a andar por donde su dueño le indica.

Así la cadena social del desierto queda repartida de la siguiente manera: abajo de todo el camello, domesticado y comercializado, después el bereber que lo domestica y lo comercializa, y al final yo, que he pagado 10 euros por tenerlo dos días conmigo paseando por donde a mi me de la gana. Con estos 10 euros el bereber hace lo que le da la gana con lo que le ha sobrado de la manuntención del camello.

En las dunas uno tiene muchas razones para conocerse a si mismo, más que nada, porque pronto el paisaje se vuelve estático y los sentidos se relajan porque son capaces de percibirlo todo. Uno piensa que el mundo tarde o temprano será como ese montón de arena y que en algún tiempo ese lugar fue fértil y prospero y los camellos libres y los habitantes se entregaban a una vida más plena.

Entonces asoma otra clase de turista, va montado en un Jeep, también lo ha alquilado, es otra clase de camello y su cadena social va así. Abajo de todo está el chino, tailandés o indio que ha hecho las piezas, después el bereber que lo adquirido por un precio mucho más alto que el camello, luego el turista que lo alquilado por un par de horas. El turista ha pagado una cantidad más grande al propietario, quien no tiene que andar por las dunas y mientras tanto puede deciarse a otras cosas, como a generar más riqueza y adquirir más coches para que más chinos, tailandéses o indios puedan trabajar más horas.
Merzouga
 Entonces el turista del Jeep cree que cinco camellos y dos berebers guiándolos al atardecer es una escena bucólica que merece ser fotografiada. Pero no se da cuenta que es una mancha, tanto en el desierto como en el sistema, y que por supuesto han hecho que mis sentidos vuelvan a percibir ruido y colores y hasta la peste de su tubo de escape. Se dan la vuelta y suben a toda velocidad la duna más alta.

Hasta al cabo de una hora no volvemos a ver un ser viviente, son una pareja joven, provablemente polacos o canadienses recién casados, se les ve muy felices, totalmente integrados. Hasta al cabo de dos días no volvería a ver a nadie más.


Merzouga
 Llegamos a un oasis aparcelado y nuestra haima ja está montada. Mientras nos hacen la comida nos dedicamos a correr por las dunas, y sobretodo a subir la más alta de unos 120 metros, donde a cada paso tenemos que vencer unos pies que se unden hasta la altura de las rodillas. Una vez arriba el paisaje quita el sueño: se ven las palmeras del río seco que separa Marruecos de Argelia. Curiosamente, no podemos ver Merzouga porque está tapada por la cima de la montaña. Entonces, quizás por primera vez en mi vida, soy capaz de mirar a todos los puntos cardinales y ver la maravilla de un paisaje donde el hombre no ha podido intervenir: ni una carretera, ni una fábrica, ni una industria, LA LIBERTAD, LA NATURALEZA.

Entonces, se me olvida que en el mundo hay guerras, hambre y abusos sociales. Se me olvida que mi país está inmenso en una crisis laboral, se me olvida que tengo familiares preocupados por donde estaré y por lo que estaré haciendo, se me olvidan los ultimos 45 días de mi vida, el asma, la prótesis, me olvido que tengo una realidad dura que afrontar una vez vuelva a mi casa. Y entro en un estado narcótico probocado por la perfecta antropía.
Merzouga. En la cima de la vida

Nos empezamos a tirar por las laderas secundarias con un trineo que habíamos subido y cuando ya me canso decido empezar a volar. Corriendo ladera abajo, y una vez cogida la velocidad adecuada se podía saltar y mis pies no volvían a tocar la arena suave de la duna hasta al cabo de 4 o 5 segundos después. Durante ese tiempo me sentía ingrábido, un pájaro primitivo, un Ícaro a punto de tocar el Sol, o un ser en el vientre de su madre.
Merzouga. Llegando a la comunidad del oasis

Comer con amigos recién conocidos cuya lengua es totalmente incomprensible alrededor de una madera que parece nunca acabar de arder, y que una vez lo hace me permite contemplar algo que no había visto desde finales de los 90, una noche de verano en los olivares de Jaén: era la Vía Láctea, apuntandando hacia el este.

Después de una noche soportando frío, viento y recibiendo sueños de dioses, dijins y otros seres mitológicos del desierto era la hora de despertar y empezar el camino de vuelta a la civilización. No fue nada fácil volver a ver personas. La vuelta a la civilización, en pleno día, fue mucho más espectacular de lo esperado, en Errachidia paramos a comprar dátiles y me tocó guardar el coche en un párquing donde a la vez se estaba realizando un miting: fue una lástima no ver los kalasnilkov que los medios de comunicación se empeñan en hacernos creer que abundan en estos lugares. Muchos hombres si, y un tipo de trileros que hacían juegos con cuerdas y nudos. Cuando alguien se daba cuenta que era un occidental tocaba esconderse entre la multitud.

Errachidia. Miting político
Cuando emprendimos otra vez la marcha no paramos hasta las gargantas de Tinguir, allí el coche nos dejó, y solo quedamos I. y yo, una tienda de campaña, una muda seca y una sombra cada vez más pronuncida, fruto de la hora y de unos acantilados mucho más eternos que cualquier rascacielos.







En la entrada de las gargantas