Equity Point se había vuelto un lugar afrodisíaco; una nueva piscina, rodeada de arcos y un segundo piso, ambos con habitaciones, muy bien equipadas y con un buen baño. Unas luces tenues hacían de todo este lugar un lugar maravilloso, y de tan maravilloso que era se había llenado de turistas pijos. Gente que llegaban a Marruecos porque este país empieza a ser obligatorio en los EuroTrips de muchos americanos, pero aun así, solo atienden a esos lugares donde las condiciones son propias de hospedajes de lujo pero a precios realmente bajos. Aun así era cuestión de preguntar a que se dedicaban, con que universidad hacían el intercambio, cual era la profesión de sus padres... la Sorbona, Oxford,... eran sus respuestas, gerentes, modistas,... pagaban los caprichos de unos hijos quienes no lo sabían valorar, pegando voces para romper momentos idílicos, vistiendo ropas que equivalen al salario de 3 meses de toda una familia marroquí, pagando el precio que fuese por embriagarse, enseñando toda la pierna que Mahoma oculta y el tak tak de sus maletas rodando.
Aun así, de una forma u otra, uno de los trabajadores que allí residía fue capaz de volver la vista atrás un par de años, cuando el hostel era otra cosa, para afirmar que yo ya había estado allí. "Si, tu bajastes con otro amigo, viniste a hacer el voluntariado, como acabo todo?¿" para aquel entonces él era un estudiante universitario, trabajador a la vez del hostel. Entonces a mi también se me iluminó la bombilla y lo recordaba llamando a nuestro hombre de contacto en el campo de trabajo para que le dijese como debíamos llegar hasta allá y como escribía en un papel lo que debíamos enseñarle al taxi, con un epitafio que decía: "no nos engañes, somos voluntarios".
El reencuentro con la aventura lo conseguí en un albergue muy cercano, aun poco conocido pero lleno de una fauna increible. Allí debatíamos cual es la mascota más estúpida, conocí de una artista vietnamí que había encontrado la inspiración en Agadir y a un francés muy tocón, también había un estudiante de cine puertoriqueño, que no se porque, me huelo que algún día lo veré andar por la alfombra roja. Hablamos del dijin, y de las supersticiones en la montaña e íbamos en masa para ser estafados en Jemma.
A un polaco se le cambió la cara cuando después de pedir el taijine de pollo sin pollo el usurero no le rebajo nada la cuenta. O como, después de pedir una ración de caracoles pequeña el tendedero me cobraba la grande, a pesar de haber comido solo un par, y de como los devolvía a la olla. También puedo contarles como un niño me pedía dinero por haberme hecho ver que se me veía parte de la raja del culo. Vi a un par de soldados fumando kifir en una caseta de guardia.
Y así mil y una historias, en un par de noches, que mucho valieron la pena, cuando encontré cual era mi lugar adecuado en el sitio adecuado.
Con el trabajador que se acordó de mi |
Aun así, de una forma u otra, uno de los trabajadores que allí residía fue capaz de volver la vista atrás un par de años, cuando el hostel era otra cosa, para afirmar que yo ya había estado allí. "Si, tu bajastes con otro amigo, viniste a hacer el voluntariado, como acabo todo?¿" para aquel entonces él era un estudiante universitario, trabajador a la vez del hostel. Entonces a mi también se me iluminó la bombilla y lo recordaba llamando a nuestro hombre de contacto en el campo de trabajo para que le dijese como debíamos llegar hasta allá y como escribía en un papel lo que debíamos enseñarle al taxi, con un epitafio que decía: "no nos engañes, somos voluntarios".
El reencuentro con la aventura lo conseguí en un albergue muy cercano, aun poco conocido pero lleno de una fauna increible. Allí debatíamos cual es la mascota más estúpida, conocí de una artista vietnamí que había encontrado la inspiración en Agadir y a un francés muy tocón, también había un estudiante de cine puertoriqueño, que no se porque, me huelo que algún día lo veré andar por la alfombra roja. Hablamos del dijin, y de las supersticiones en la montaña e íbamos en masa para ser estafados en Jemma.
La tertulia en el Claro de Luna |
A un polaco se le cambió la cara cuando después de pedir el taijine de pollo sin pollo el usurero no le rebajo nada la cuenta. O como, después de pedir una ración de caracoles pequeña el tendedero me cobraba la grande, a pesar de haber comido solo un par, y de como los devolvía a la olla. También puedo contarles como un niño me pedía dinero por haberme hecho ver que se me veía parte de la raja del culo. Vi a un par de soldados fumando kifir en una caseta de guardia.
Y así mil y una historias, en un par de noches, que mucho valieron la pena, cuando encontré cual era mi lugar adecuado en el sitio adecuado.
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