Primera etapa al Toubkal: de Imlili a Les Mouflons

 Al amanecer parecía como si la primavera hubiera llegado a Imlil. Un Sol radiante empezaba a fundir la nieve. Fuimos a casa de nuestros portadores, en una de las pedanías. Allí los dos polacos de la tarde anterior, muy bien equipados, se acababan de arreglar y desayunaban. Mientras las mulas se alimentaban y eran cargan, nosotros probábamos los crampones.

Imlil. Con el manager de "Sherpas"
 Igual que en el desierto, la industria turística se organizaba de la siguiente manera: un viejo "lobo" de la montaña, con mucha experiencia y respeto contrataba a varios chicos jóvenes portadores y tenía mulas, material de escalada, cama, cocina y agua caliente. Pero él no subiría. Solo se encargaba de poseer y generar negocio.


 La casa de este hombre puede ser un buen cuadro descriptivo de esta sociedad tan particular. Durante el rato que estuve allí no vi ni una mujer. Por edades conocí a un niño de unos cinco años, en plena inocencia y rebosante de alegría, probablemente estaba en ese momento de la vida que crees que el mundo es poco más que el lugar donde vives. Luego conocí a un adolescente precoz con un gran olfato para negociar, políglotismo y otra clase de inocencia; la de sentirse fuerte y joven para guiar turistas toda su vida hasta la cima. El joven dejó la escuela porque su profesor se "ausentaba" muy a menudo. En cambio, sus ojos se iluminaban por descubrir un mundo muy diferente del que había desde su casa hasta Marrackech y de donde procedían todos los turistas.


Pedanía de Imlil


Luego, había la masa predominante de población, chicos de entre 20 y 30 años; encargados de llevar el material una vez las mulas no quisieran andar por la nieve y de guiarnos montaña arriba y ladera abajo. Sus ropas no eran para nada tan buenas como la de los demás turistas. Estas personas, según ellos me contaron, tienen mujer e hijos en algún pueblo entre Imlil y Marrakech y que trabajan en la ciudad, pero cuando son llamados acuden a la montaña, para ganar un poco más.

Luego, una vez son mayores, toman dos caminos, él minoritario que consiste en poseer su propio negocio, o el mayoritario, el desamparado por un cuerpo castigado por andar por encima de lo natural y que acude por las noches a buscar el calor y a compartir la lumbre del hermano que tuvo más suerte.

Cuando uno empieza andar se ve tan fuerte como para seguir el paso del guía, después el de la mula y finalmente los ve alejarse hasta el punto que en alguna bifurcación se sientan a esperarnos.

Después de un primer tramo sin mucho que contar nos encontramos a la lejanía algún que otro pueblo, mucho más auténtico que los que había visto hasta entonces en Marruecos. Andamos por un ancho valle, en cuya ladera habían roncar de unos dos palmos que nos dificultaba el paso. Según me contó I. en verano eso se transformaba en un río con agua del deshielo, y dificultaba muchísimo el paso.

Pasado el valle empezamos a andar hasta encontrar una "estación de servicio". Como cajas de zapatos o de cerillas se habían colocado diferentes bloques de hormigón, donde dentro se podían encontrar algunas cafeterías con precios incluso más caros que en Europa. Por unas escaleras se podía subir a la azotea de estas tiendas y allí observar el fabuloso paisaje que el cañón permitía ver hacia abajo, porque para arriba, una pared natural anunciaba que la ascensión podría ser dura. Lo notamos por los diferentes grupos de personas fatigadas que caminaban en fila india y como algunas de ellas estaban andando en manga corta por la nieve.
 

El poblado del demonio, a unos 12km de Imlil
 Varias personas me contaron que en ese pueblo vivía el demonio y que muchas personas con tendencias religiosas ocultistas venían a adorar una gran piedra que era habitado por este maléfico ser. I. me dijo que podía ir, pero que no me aconsejaba para nada, de todas formas, igual que todas las personas de la región me dijo que no creía en esa ni en ninguna otra historia, y que la única leyenda verídica era Ala. Así intenté hablar con el guía y con cualquier local que hablara inglés, pero todos decían no haber escuchado nunca eso. En Marrakech el hostalero me dijo el secreto: esa gente de la montaña es muy supersticiosa, y la primera que niega con la escusa de la superstición es la que tiene la creencia más enquistada en el alma (bueno, así no lo dijo, pero queda más bonito).

Luego subimos y en un pequeño rellano del camino había otra cafetería, quienes usaban unas pequeñas cuevas en la pared para guardar la mercancía. Allí delante, un hombre de unos 60 años sacaba la nieve del camino con un pala. La escena me provocó asco porque unos turistas blancos se estaban tomando una Coca-Cola mientras alguien de la edad de su padre se jodía la espalda para que ellos pudieran sentarse.
Despedida de las mulas de carga
 Como prefiero actuar, y del acto sacar una lección, y de la lección algo que se pueda compartir voy a contarles lo que pasó. El que les habla le pidió al hombre que le dejara la pala para que pudiese acabar su trabajo. Agarré por 10 minutos la pala y tiré todo los bloques de nieve colina abajo mientras los turistas blancos me miraban y decían comentarios burlones (como si el inglés fuera un dialecto de la Siberia). Solo mirarlos y decirles: "ese hombre podría ser vuestro padre", les hizo callar, bajar la mirada y partir. Por el otro lado, el hombre mayor al que había librado de hacer su trabajo, se fue sin decir adiós, ni gracias y tuve que dejar su pala allí en el suelo. El sentimiento que tuve en ese momento ha sido único en mi vida, pero ha generado un seguido de reflexiones que aun soy incapaz de transmitir.

Poco después abandonamos las mulas y unas dos horas después llegamos al refugio, sin encontrar entre medio ningún rastro de civilización. Mientras todos los guías hacían las comidas, los montañistas nos agrupábamos junto los radiadores para ver como nuestra ropa se volvía vapor.


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