I. y yo cogímos los dos asientos delanteros de un gran taxi en Tinghir. El taxista gritó algo para anunciar a los otros cuatro pasajeros que ya podíamos partir.
Abandonamos la ciudad y el sendero se volvió un paisaje marciano. Camino a Ouarzazate cruzamos un valle custodiado por dos extremidades del Atlas. Y no vimos rastro de civilación hasta llegar a la ciudad cinematográfica.
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Nuestro conductor algo preocupado por las
inclemencias meteorológicas |
Como bien supimos en las gargantas, durante los dos útimos días no paró de llover en las montañas, lo que probocó un fenómeno conocido como riadas. Ríos espontáneos sobre cauces secos o improvisados en el medio de la nada y que cruzaban la carretera por el lugar más inapropiado.
Allá donde el río se había hecho ancho y la corriente poderosa una gran columna de coches esperaba las horas que hicieran falta falta para cruzar a la otra orilla.
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Algunos pueblos aparecían por el camino |
Aunque nuestro chófer se negó a seguir adelante inicié un "yela yela" (vamos, vamos) en el que todos los ocupantes participamos.
Milagrasomente llegamos a Ouarzazate, una ciudad administrativa en medio de la nada y actualmente una indústria del cine poderosísima.
Una habitación doble por 10€ cumplía las condiciones higiénicas necesáreas y más si era nuestra primera cama en varios días.
Al caer la noche salimos a la plaza principal donde había un concierto de Hip Hop pagado por la embajada Americana. Después de Serbia y Venezuela, Marruecos se convirió en el tercer país que visitaba donde EEUU pagaba acontecimientos culturales por alguna causa. Sin duda, si no huviese viajada no habría sabido nunca de esta práctica.
El concierto fue precedido por una manifestación de una organización que invitaba a la abstención electoral bajo la excusa que todo era un montaje para justificar la aceptación de la monarquía.
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Ouarzazate. Calendario hecho con I. y por mi |
Mientras tanto fuimos a cenar, primero unas palomitas y voy a contar, como se las ingenian en esta esquina del mundo para calcular la ración. Ellos usan una balanza romana, pero como contrapesos emplean objetos cotidianos como bujías o coches de juguete.
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Ouarzazate. Cola de coches esperando cruzar el charco |
En medio de la cena reordenamos nuestro plan por enéssima vez escribiendolo encima de una servilleta. Por falta de fe en que lo cumplieramos y para dejar un recuerdo de nuestro paso I. me recomendó que dejasemos el papel en la mesa de aquella cafetería.
Fuimos a dormir, sin antes comprobar que la derecha había ganado las elecciones en España. ¿Valía la pena perderse aquella experiencia por un voto?
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Dani, riada y cola de coches |
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Ouarzazte. Entrada del hotel |
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