En las gargantas de Tinghir

Hasta que no estuve al pie de las gargantas no empecé a tener consciencia de donde me había metido, la primera prueba fue atravesar el desierto y sentir su fría soledad, la segunda, entrar en ese pasillo de piedras y agua, y si superaba esta, estaría preparado para afrontar el reto más difícil que hasta el presente he realizado.

Cuando nos despedimos de nuestros amigos I. y yo requilibramos nuestras pertenencias para hacer el camino más justo, y andamos hasta que la lluvia y la oscuridad nos achicó. Entonces, tendimos el dedo y esperamos que alguna alma tuviera suficiente piedad como para llevarnos tan adentro de la garganta como quisieramos.

Ollando Tinghir

No tardó mucho en producirse el milagro, una furgoneta de bascos fanáticos de la escalada nos cogió, aunque aun no se si por bondad o porque creieron que teníamos algún conocimiento de cual era la pared más buena. Subimos unos 12 km hasta encontrar la primera luz de un hogar y allí aterrizamos.

Una vez cruzado el río tocamos a la puerta de una casa hecha con un solo bloque de cemento. Nos abrió un señor de una extrema humildad y le preguntamos si podíamos montar la tienda al borde de su casa. Y el hombre no tuvo ningún impedimento.

Tienda dulce tienda
Al poco tiempo, vino otra persona, y nos explicó que eso era un hotel y que debíamos hablar con el propietario para que éste nos diese permiso de acampada. Lo acompañamos hasta una casa muy confortable y cálida y allí I. intento, con su mejor amazigh hablar con el responsable. Nos ofreció una habitación pero no la quisimos pagar; solo queríamos dormir en un trozo de su suelo, que más le daba, sino dormiríamos un poco más arriba o más abajo de la garganta. Pero entonces dijo una frase que siempre se me quedará grabada en la memoria: "¿Porqué no teneís dinero?" 

Volvimos cabizbajos hacía la casa de los trabajadores humildes y la reacción que tuvieron hacia nosotros fue la esperada. La humanidad es una virtud más propia del que tiene menos sustento para vivir.

Sin paraguas, con babuchas y alumbrado por la luz del móbil, cruzó el río, la carretera y andó unos metros hasta llegar a un desvío de arena. Allí, detrás de una roca nos dijo donde y la posición donde podíamos plantar la tienda, y lo hicimos tan rápido como pudimos.

Dentro de la tienda, una vez cenados y algo más secos, habrimos la puerta para que se ventilara, y una luz, a lo lejos, se acercaba hacia nosotros. Por dentro me invadió el miedo de que un propietario huviera enviado a uno de sus secuaces para llevar al extremo un plan para alquilar una habitación.

Pero por supuesto no fue así; el mismo hombre que nos había enseñado el escondrijo venía ahora cargando un par de mantas secas para abrigarnos. Y durmimos mientras las paredes de la tienda se iban impregnando con la humedad.

El amanecer fue forzoso con los primeros rayos de luz y la amenaza de lluvía. Fuimos a la casa donde vivía nuestro ángel de la guarda y lo recompensamos con comida. Él, tuvo suficiente con eso y aun agradecido nos invitó a tomar un te bien caliente y a desayunar con ellos.

Con nuesro salvador

Entonces fue el momento de descender para llegar de nuevo a Tinguir, tendiendo el dedo y esperando otro milagro.

El primer coche que pasó por nuestro lado tuvo la amabilidad de parar. Quien había parado era un chofer a sueldo de un coche alquilado por una pareja de jubilados belgas quienes se negaban en primer momento a compartir el coche, y menos con alguien que no lo había pagado. I. me pidió que me sentara detrás y les diera toda la conversación que pudiera, él se sentó delante y se dedicó a agradecer a nuestro nuevo salvador.

El jubilado empezó a hacer comentarios sobre los jóvenes, lo vagos que eramos y el poco esfuerzo que hacíamos para ganarnos un futuro. Entonces, después de escuchar como él había trabajado toda su vida en una fábrica me preguntó por mi profesión: "soy ingeniero" y la bofetada en su alma fue tan sonora que no volvío a abrir la boca. La mujer en cambio empezó a hacerme preguntas, sobretodo referentes al hecho de viajar de esa forma; le hable de Santiago y le resumí los últimos 45 días.

Sin darnos cuenta llegamos a la parada de grandes taxis y pudimos desayunar algo caliente.

Tinghir

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