S'ha fet el cim: Les Mouflons - Toubkal - Imlil

Desayunando con I. y los dos polacos recibimos la noticia de que estos aficionados a la cerveza no nos acompañarían hasta la cima aludiendo un comentario que habían escuchado la noche anterior. Estaban seguros de que los dos dedos de sus pies se podrían negros y se gangrenarían a causa del frío. Se despidieron de nosotros diciendo infantilmente, "haced lo que queráis, yo quiero a mis dedos". 

A parte de ellos dos, todas las demás personas madrugamos para llegar a la cima, inclusive una nueva pareja de polacos que se apuntaron a nuestra expedición.

Toubkal. Empieza el última ataque
Aunque esa mañana a 3000 metros de altura el Sol brillara radialmente, nuestro guía nos insistió a salir rápido. Crampones en manos partimos ladera arriba y entre dos pares de picos menores una nueva collada nos decía que aun faltaba mucho para la cima. Este espejismo se repitió varias veces.

Aun así el cielo tomó un color diferente por como la falta de oxígeno filtra de otra forma los rayos de luz y yo, a causa de este efecto atmosférico empecé a sentir una fatiga muy aguda al remontar solo 700 metros más. Por entonces ya teníamos los crampones puestos, y un mal paso fuera del estrecho camino donde la nieve había quedado compacta significaba que una de las piernas se sumergiría completamente, y así pasaba muy a menudo, la solución era sacarse la mochila y con las dos manos libres empujarse fuerte hacia arriba. Las agujas de los crampones también podían engancharse en las tobilleras del pantalón, entonces, lo más probable es que te cayeras hacia delante y el pantalón impermeable quedara hecho trizas, quedando en igual de condiciones que el guía.

Toubkal. Y la increible aventura de abrir una botella con guantes
A -5 grados y pasados los 3.900 metros un viento empezó a alzarse, aun así la cima no se veía y aun estar muy cansados el guía nos amenazó en que el tiempo estaba cambiando y podríamos quedar atrapados. El viento levantaba polvo de nieve en los picos menores que íbamos superando.

Desde nuestra posición se veía como íbamos dejando abajo las últimas cimas y delante, a menos de un kilómetro se vio por primera vez el montículo que marcaba de una vez por todas que llegamos a la cima. De los últimos metros poco recuerdo, pero si que me acuerdo del pensamiento que sentí allí.

Les Mouflones. De vuelta al refugio
En línea recta, los Alpes eran el punto más cercano donde alguien podía estar en ese momento por encima de nosotros. Una distancia abismal. Delante mío había una niebla que impedía ver más allá de los 20 metros, detrás, I. rezaba a Alá con las manos en forma de libro, -agradece a Diós este momento- decía I., más atrás, en un valle lejano y soleado Marrakech era inconsciente de lo importante que era para mi ese logro. Pero que mejor forma de expresar que es la vida: un futuro nublado del cual no se puede saber apenas nada y como mucho intuir lo que sucederá los próximos metros, un presente que se tiene que luchar, y un momento bien alto, de protagonismo, que son los segundos que estamos viviendo en este momento, sea en la cima del Toubkal o luchando por nuestro futuro y atrás, una explanada acogedora con una ciudad que no es más que un recuerdo y solo se ve desde arriba y borroso y no se puede volver.
 
El bajar se hizo pesado y en algún momento tuve que estar sujeto por dos compañeros. A pesar de esto, bajar es mucho más fácil y se hace en línea recta en forma de tobogán. En 5 o 6 tramos llegamos de nuevo al refugio y en poco tiempo nuestras ropas volvían a estar delante del radiador sudando humo. Necesitaba una ducha caliente tan urgente que hasta estar debajo del agua no caí en cuenta que la caldera podría estar apagada, y así fue.

El tiempo se volvía gris y hostil mientras engolíamos una merecida comida y nos apresuramos como a quien un convenio colectivo mal negociado le obliga a comer en medio hora, en nuestro caso fue una tormenta que había subido y bajado ambas laderas mucho más rápida que nosotros. Pasada la ambición por coronar el techo del Atlas, y de su respectiva subida de adrenalina, ahora faltaban unas 5 horas para que todo esto acabara.


El camino se había vuelto muy pedregoso y todos esos vendedores que vimos a la subida habían desaparecido. Algunos, pero pocos, turístas subían maldiciendo su mala suerte. En la casa del "diablo", la piedra maldita a la que I. me había recomendado no acercarme había abierto una ventana y en las casitas de hormigón un hombre me pidió una aspirina para aguantar la sodomía que el "dijin" les hacía sufrir cada noche de tormenta.


Al pasar por el lugar donde habíamos dejado las mulas, observamos como la línea de nieve había seguido bajando durante los dos últimos días. Y justo cuando cruzamos de nuevo el cauce seco una gran niebla nos envolvió y nos apretó a todos hasta estar lo suficientemente juntos para no perdernos o dejar de tener miedo. Y esa era nuestra sociedad, muy lejos de todos los problemas de nuestra vida cotidiana, caminando a ciegas con desconocidos y alumbrados por unas linternas casi inútiles y las luces de los primeros poblados que gracias al efecto de la niebla sus decenas de puntos luminosos se habían unificado en un solo faro.


Al llegar a casa de los portadores su jefe ya había cocinado la cena y rodeado de ancianos nos hizo una oferta para dormir allí. Pero para eso hacía falta ir al hotel a recoger nuestras maletas y yo estaba tan cansado que me negaba a ir para luego volver y perderme por el camino. I, en cambio, no tubo ni el más mínimo reparo en irlas a buscar solo, sin linterna (porque se la había dejado a los polacos) y bajo los copos de nieve que estaban cayendo. En ese momento solo recibí una lección de humildad y sacrificio y un remordimiento muy grande que solo se apaziguó cuando le insistí al guía y a su jefe una y otra vez que él entrara a la ducha primero.


Entonces, intenté olvidar toda esa situación concentrandome en una leña que ardía dentro del hogar y que no hacía humo, era magia, y junto al cansancio, el frío y la fiebre que subía sin parar tenía pocas ganas de pensar en cuan importante era el logro que acaba de conseguir.




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