Acampada libre en Europa

La acampada libre consiste en instalarse en una zona no urbana con una tienda de campaña con tal de pasar una noche. En ella, el campista se compromete a dejar limpia la parcela por la mañana y no hacer ruido en sus actividades, ni hacer fuego.

Este comportamiento inofensivo es ilegal en muchos países, y en otros, está tolerado. Normalmente, la excusa reside en que el campista supone un riesgo de incendio, hurto o de salubridad. Supongo, que como siempre, se habrán dado casos de un mal uso que han obligado a restringir el acceso a cualquier persona.

La otra hipótesis sería que la tierra pertenece a una persona y que esta debe ser compensada económicamente por ceder un espacio.

Caemos en castigar justos por pecadores. No digo que no habrá quien se haya aprovechado de la situación, pero, en un país con tantos muertos en la carretera a causa de las temeridades de los conductor, ¿no se habría de limitar a TODOS y bajo CUALQUIER circunstancia el uso de las autopistas, carreteras,... a cualquier vehículo?. Por la misma razón ¿Si el alcoholismo es una enfermedad tan problemática para el enfermo y su entorno que en algunos casos ha llevado al suicidio o a agresiones físicas.... no sería mejor prohíbirlo?

Por la misma razón, las hipotéticas consecuencias de un mal uso de la acampada libre deberían ser castigadas al individuo y no al colectivo.

La otra razón, la acampada no reporta remuneración al propietario del terreno. Si alguien acampada, se están ahorrando pernoctaciones en hoteles y otras actividades relacionadas con el turismo.

Si al fin y al cabo no se considera la acampada una forma más de turismo, se puede afirmar que la sociedad está enferma. Que desconfía o que tiende a regularizar cualquier actividad librepensante de sus ciudadanos. Cuando, la acampada, no es más ni menos que el único sistema posible de pernocatar para aquel que viaja cada mañana sin saber donde dormirá.

Lista de países y grado de aceptación en Europa

Los que si dejan son:

Francia. SI. Se debe estar a más de 1km de un lugar histórico y a menos de 10km de agua potable. Por mi experiencia, en las entradas a los pueblos pone si está permitida la acampada libre.
Inglaterra. SI. No es legal estrictamente hablando pero esta bien visto pasar una noche, recoger e irte. Las fuerzas del orden no dicen nada.
Irlanda. SI. Se puede pasar una noche en un lugar que no sea privado y no se puede permanecer mas de 48h.
Escocia. SI. Sin restricciones.
Gales. SI. Sin restricciones.
Bélgica. SI. Hace falta tener el permiso del propietario del terreno.
Alemania. SI. Hace falta tener el permiso del propietario del terreno.
Suecia. SI. No se puede estar mas de 48h en el mismo lugar y debe ser un sitio accesible desde la carretera o camino. No puede ser en parques o reservas nacionales.
Noruega. SI. No se puede estar mas de 48h en el mismo lugar y debe ser un sitio accesible desde la carretera o camino. No puede ser en parques o reservas nacionales.
Finlandia. SI. No se puede estar mas de 48h en el mismo lugar y debe ser un sitio accesible desde la carretera o camino. No puede ser en parques o reservas nacionales.
Polonia. SI. Hace falta tener el permiso del propietario del terreno.

Dependiendo de la región:

España. A medias. Se regula por comunidades autónomas y todavía queda algún lugar retirando donde está permitido

Bajo ninguna circunstancia:

Portugal. Holanda. Países Bajos. Dinamarca. Rusia. Estonia. Letonia. Lituania.  República Checa. Austria. Croacia. Albania. Montenegro. Eslovaquia. Hungría. Rumanía. Bulgaria. Turquía. Grecia. Italia. Suiza.











Estambul (III)

Explicado lo del iraní, y lo de las mujeres en el pavimento, retorno a la crónica del té en Taksim y de G. cuando empieza a desgranar una filosofía compleja que jamás pensé que fuera capaz de desarrollar. De una explicación doctoral sobre el sentido de la vida, la causa del optimismo y en cada una de sus sentencias, conllevaba sus expresiones turcas no verbales: el guiño de un ojo durante una confidencia, chuparse un dedo y escribir en el aire, como símbolo de veracidad o tocarse una oreja mientras lanza un beso para decir "tocar madera".

Vamos construyendo nuestro mundo a través de las terrazas de restaurantes que nos rodean a donde sea que fuésemos. "Ahí no entremos, este estaba en contra de la revuelta" y acabamos cenando bajo la sombra de la torre del Galata miestras bebemos el Yiran, una mezcla de yogurt, agua y sal.

Nuestros objetivos en la vida, y en este punto, no distan mucho, solo cambia el lugar y la generación, pero vamos tejiendo nuestras revoluciones a raíz de los respectivos golpes recibidos.

Ella se niega a que yo pague, lo que escandaliza al tabernero quién discute con G. Al acabar exijo una traducción. "El del restaurante dice que lo que has hecho está mal, que una vez en este barrio había una pareja que se iba a casar y que él dijo que no tenía dinero encima para invitar a la chica. Entonces, ella pagó la suma y acto después canceló la boda".

Vamos a bailar y le gorronea un cigarro a un pobre indigente quien le pide a cambio su teléfono para quedar en otra ocasión. Luego se acerca a mi para preguntarme de donde soy, pero antes pone su mejilla peluda para que la bese. G. me chilla, "hazlo!, aquí no lo puedes rechazar".

Nos metemos en el sótano de una discoteca donde huele a laca industrial. Esto es de "apachis", la palabra que usan en Estambul para los "canis", y salimos corriendo antes de encontrarnos a Guti.

En el mismo edificio hay un ascensor, sin puertas, por supuesto, que nos lleva al ático. Un cuarto piso donde alguien toca un rocanrol en la Plaza del Pueblo, luego vendrán el partisano y algunos temas poco conocidos de Manu Chao, nosotros, nos descalzamos como ya hicimos en las fiestas de Barcelona y hacemos un agujero en la pista de baile repleta de anglosajones idiotas.

Nos encontramos un hombre peculiar, unos 50 años, pinta de científico loco con americana y pelo de estropajo canoso, es el rey de la pista y a la vez dentro de mi imaginación, el astrónomo turco del cuento del Principito, que descubrió el pequeño asteroide y al que nadie tuvo en cuenta por vestir diferente a los demás hombres adultos. Ahora, con su americana, celebraba como la comunidad de astrofísicos mundial aplaudía su descubrimiento. Yo intentaba arrancarle un pelo, para comprobar que todo era normal.

Dejamos el bar cuando a G. le pillaron fumando un cigarro por debajo de la mesa. Empapados la acompañé hasta la estación de Dolmuç mientras me explicaba como volver a casa.

El conductor decidió acabar mi noche arrancando de impreviso con medio cuerpo dentro de su transporte. Reaccioné a tiempo y todo había pasado: Taksim, nuestros sueños esfumándose entro los minaretes, la cena bajo la torre, el vagabundo besucón, el científico loco... y me encontraba, a mis 27 años de edad siguiendo con mis ojos una musa en una furgoneta. Al volver a la realidad estaba solo en medio de Estambul en una calle repleta de transexuales.

La vuelta a casa fue rápida, me dormí y antes de darme cuenta los minaretes llamaban al primer rezo de la mañana.

Al día siguiente tocaba ser un turista más en Agia Sofia, como una gota más en el océano. "Do you want a tour guide?", me decía un guía que se llamaba Erdogan. "No, no, yo no soy familiar del presidente, mi amigo" y me hacía el popular signo italiano de la figa juntando sus dedos hacia arriba, lo que en Turquía es señal de aprobación. Pronto llegó llegó Gizem con su misteriosa personalidad y nos metimos a empujones en la Mezquita Azul, hasta donde pudimos ya que los que estaban fuera querían ser los primeros en querer entrar. Los que salían, musulmanes corriendo a sus casas a retomar la rutina de sus comidas. Los que entraban, turistas que no veían más que piedras y azulejos y la desagradable imagen de mujeres blancas sentadas en las fuentes de la ablución, limpiándose los pies y las caras con fines puramente refrescantes.

Aburridos de Europa cogimos un boto hacia Ásia. Apretujados en el embarcadero G. me pedía que vigilara mis pertinencias. Al calor se le sumaba el roce a las pieles sudadas de la gran cantidad de turcos que se apresuraban a coger el barco. Abrieron las puertas y una horda otomana lo tomó de la forma menos educada. G. se reía "Bienvenido a Estambul". La escena era tan cotidiana que los niños ni siquiera lloraban.

El otro lado tiene un ambiente menos cargado y funcional. "¿Ves ese edificio de allí?" Era algo histórico, de todos, se quemó y ahora va a ser un hotel".

Me llevó directa a un jardín de té donde se juntaban los intelectuales de izquierdas, algo que hecho de menos en mi Barcelona, algo mucho menos elitista que el Ateneu Barcelonés, o más funcional que alguna nave ocupada por argentinos del Poble Nou.

En una mesa, tras un Mac, dos "revolucionarios" debatían el formato de un panfleto. Las mujeres argumentaban con los mismos derechos y respeto que sus camaradas barones. Estaba en una especie de asamblea y tenía ganas de votar, solo de levantar el brazo, en el momento de la asamblea más reñido, para provocar un empate y la continua ida y venida de argumentos en esa lengua ininteligible que no era más que música, de una de las revoluciones románticas que hubieron al principio del siglo XXI.

Quizás en una de esas mesas había surgido la idea de "renombrar" alguna de las calles con el nombre de los cinco muertos de Taksim.

En un embarcadero me despedí de una forma intercontinental. Un abrazo, tras un decorado de película, un atardecer capaz de hacer callar a los turistas más exhibicionistas. Y otra vez, la  inevitable sensación de que hay que seguir hacia adelante.

Estambul (II)

Detrás del cenit me esperaba G., a la hora en que el calor se guarda en el cajón, y los locales salen a la calle con lo mejor de su sangre occidental, oriental, moderna o arcaica. Ella, con sus rasgos del Mar Negro, hija de una tiempo, mucho más global, lista para violar los prejuicios de generaciones y generaciones manchadas con la sangre de sus hermanos. Ella, con el privilegio de ser del grupo de las más bellas y alegres en el país de las mujeres bellas y alegres formaba la primera pieza de mi harén y yo me limitaba a acariciar las aceras con mi mano durante la tarde entera.

Desde la estación de Tunel recorrimos los rieles de un antiguo tranvía viendo los niños agarrarse y entrando por las ventas entreabiertas por puro entretenimiento. Quien diría que unas horas antes todos estos fieles ayunaban. Ahora se abrazaban efusivamente al ver un familiar, vecino o amigo. Unos chicos sacaron un tambor de un portal y empezaron a tocarlo. Pronto muchos jóvenes juntaron sus manos y bailaban pegados. "Es un música del Mar Negro", y G. se llenaba de orgullo al contarmelo. 20 días después comía el Lokum en Safranbolú rodeado de calma y genuidad y entendí el origen de su orgullo.

Cruzamos delante del colegió francés y después de algunos zumos y algún lokum de cortesía llegaba a Taksim. Era la misma plaza que conocí dos años atrás y era la misma plaza de 24 horas antes. Pero junto a ella era otra cosa, señalaba los furgones policiales sin miedo, con palabras de desafío. El material de las obras, el mínimo agujero que los operarios hicieran antes que los estudiantes tomaran el parque igual que otros elo hicieran en Sol, Tel-Aviv, Wall Street o Kiev.

Un vendedor de té nos invitaba a sentarnos en su alfombra y antes que nada ya nos servía la bebida, a más riesgo de hervirse la mano. Delante nuestro, una familia de algodoneros de Louisinia, o algo parecido lloraban con su banjo los tiempos de la Confederación.

El té, la sombra, el lugar. Si hubiese llegado a esa ciudad 100 años antes hubiese visto visires yendo de un lado para otro intentando trazar alianzas para volverse a repartir los territorios perdidos a oriente y a occidente con prusianos, alemanes e italianos. Pero solo estaba ella y su gesticulación otomana; de otomana recién licenciada de un Erasmus.

El té si que fue una autentica decepción. Quizás esperaba que Turquia fuese una replica mejorada del Magreb que conocí unos años atrás, pero no era nada de eso y el té era amargo, no sabía a menta, no olía a menta, no se saturaba el azúcar en él.

Nos encontrábamos delante de la estatua que recuerda el "glorioso" nacimiento de esta nación turca. Al día siguiente un joven parsi me contó que la estatua del hombre a la derecha era ni más ni menos que el fundador del estado moderno iraní. Dos proyectos que empezaron en los aós 20 con el fin de modernizar los dos países y acabar con las estructuras feudales.

Los americanos acabaron poniendo un gobierno títere en Irán miestras que Turquia avançaba hacía la igualdad, quizás al sostener las más avanzadas bases de la OTAN. Raíz de esa hermandad posterior a la gran guerra se girmaron tratados bilaterales, Irán Turquía, como el de la libre circulación de personas durante 100 años. "Un milión de Iranies viven en Turquia. El gobierno turco tiene ganas que se acaben los 100 años, solo les damos problemas". El chico había venido hasta Turquia para descargarse la música que no podía escuchar en su país. Al Iraní le pregunté como hacían para ligar en su país sin discotecas. "Es imposible" se reía, " hay que ir a los restaurantes o las cafeterías, hablar con ellas varias veces, pero raramente ves chicas en estos sitios". Finalmente, acabé preguntando por el programa nuclear. Me contestó que casi todo el mundo estaba convencido que existía, en cambio, nadie estendía porque el páis quería la bomba. Acabo con un rotundo: "no te creas nada de lo que dicen de Irán por la tele, has de venir".

Disculpen el inciso de nuevo, pronto volveré a Taksim, però justo en el momento que estoy escribiendo este cuaderno, veo dos cuerpos muertos tendidos en la carretera tras un accidente de coche camino a Dikili. Salimos de la autopista por una carretera horriblemente asfaltada. Damos botes hasta dar con la cabeza en el portaequipajes y entramos en un poblado que hace reír a la palabra subdesarrollo. Debería estar temiendo la muerte ahora mismo, igual que los demás pasajeros, pero esa una sensación que no vale la pena escuchar. Por más que ahora en adelante, será muy difícil seguir mi camino a dedo.

Arroz en los bolsillos: el Delta en peligro

Tengo envidia de esas personas capaces de decir lo que piensan sin temor a las consecuencias o a las represalias. Un individuo como ése corre el riesgo de ser maleducado o ser tratado como un charlatán. Pero que le responderían a alguien que viene a su casa y le pregunta descaradamente "Que es lo que puedo ver?", ese charlatán, le mira a los ojos, como el que va a dar una respuesta sincera y le pregunta al forastero, "Dígame, de donde viene usted?", "Vengo de la carretera de Poble Nou", a lo que responde el individuo socialmente insolente "Pues vaya otra vez hacia Poble Nou, y de allí hasta Amposta, cuando llegue coja la autopista y conduzca a 120km por hora", entonces cambia el tono de voz para acabar diciendo, "mire por la ventana, y verá muchas cosas".

El autoproclamado "Lo Rei" del Delta
 
El caso es real y se trata de una conversación entre un turista y un trabajador de la hostelería del Delta de l'Ebre. El mismo trabajador me cuenta que hay gente que le ha llegado a preguntar: "A que hora salen los flamencos?", como si se tratara de un espectáculo programado o de un bus interurbano. Seguimos hablando y me cuenta que el Delta más que verlo se siente, como los días que va a pescar de noche y de repente le perturba el vuelo rosado de unos flamencos por encima de su gorro de paja.

El Delta se encuentra entre dos estribaciones costeras muy singulares: la provincia de Castellón y la Costa Daurada. Un viaje en tren desde Barcelona hasta la Aldea puede dar una idea de los excesos de la avaricia: poseer 30 metros cuadrados para habitarlos un mes al año, tiendas de flotadores y toallas, carteles en alemán, discotecas de garrafón y calas de hormigón, y todo se justifica con que el dinero autoriza a comprar y a destruir.

Pero la Aldea ya es diferente. Este pueblo, atravesado por la N-340, el equivalente español a la ruta 66 americana, y de establecimientos dirigidos al público flotante guarda una calma en su población confiada, en una vejez pausada y sana, en calma y feliz. Si no como explicar el hecho de acabar abrazando a dos abuelos que trabajaban en una tienda de ultramarinos, o ser sorprendido por un campesino al que se autoproclama rey del Delta.


Arrozales del Delta del Ebro
Sus caminos son laberínticos. Pistas, tierra, acequias y asfalto, todo engaña, incluso las pequeñas barracas rodeadas por cipreses que sirven como puntos de referencia. Y la luz que juego con las canalizaciones, ya sean barrosas o artificiales de hormigón. Sus habitantes saben los senderos, pero allí no hay nadie, solo una manto de libélulas y de patos. Que luego darán paso a los sapos y a los grillos. Para volver a desaparecer al ritmo de los colores cambiantes de la plantación infinita de arroz.

Aqui el labrador es un ente más del ecosistema, el que sobra soy yo, y todo aquél que se cree encontrarse en la Costa Daurada, y no tienen ningún reparo en ensuciar la Punta del Trabucador, cuando abandona el sitio dejando atrás un manto de suciedad, en chillar y escuchar electrolatino como si todo el parque fuese suyo. También conducen a 80 km por hora dejando un triste rastro de patos aplastados cada 15 metros, allí donde se mire.

Cuando uno ha recorrido los 7 km de istmo que dividen la "mar brava" y la "mar morta" y se encuentro las puertas de la Banya cerradas para preservarla del turismo inconsciente. Uno siente en primera persona los perjuicios de una sociedad que debe poner barreras a cualquier miembro a costa de un incivismo generalizado. Algunos le llaman mediocridad, yo prefiero llamarle involución.

Esta no es la única zona restringida al paso incauto. Al final del todo, como la punta de lanza más amenzada de todo el Delta se encuentra la isla de Buda. Una porción de tierra que divide ambos brazos finales del río. Cubierto de eucalíptos y de árboles que recuerdan más a esa tierra prediluvial entre el Tigris y el Éufrates. Donde yo, no hubiese dudado ni un segundo en desprenderme de mi hoja de higuera y de una costilla para engendrar a Eva.

Desembocadura
Corta fue mi estancia de la primera de mis visitas al sur. Pero de todo lo sucedido solo quiero recordar dos cosas que no encontrarás en la guía de Lonely Planet. La primera, que este enclave sea un punto de referencia para voluntarios internacionales de todo el mundo, de tal forma, que en una de sus ediciones pintaran un mural donde cada uno acabara la frase, "Antes de morir quiero...". Y sin saber porque, me sentí coautor de alguna de esas sentencias.

La otra cosa fue más dantesca. Dante Alighieri, por supuesto, no Leonardo Dantes. El de la divina comedia, el que fue a buscar a su amante del brazo de Virgilio, del que se embarco en la barca de Caronte, del que dejó toda esperanza al cruzar las puertas del infierno.

Barraca
Una noche sin luna, y sin estrellas, me dispuse a recorrer el camino de la tapia lateral del camping, cuando acabó solo había una casa y un perro ladrando. Bien podría haber sido uno de tres cabezas, pero había decidido salir sin luz. De esta forma, debía educarme a ver sin los ojos, solo con el oído y el corazón.

Dediqué toda la atención a ver los surcos del camino, lo esencial, al fin y al cabo, es no caerse por la estrecha vereda anegada de arrozales para no acabar como un Charlie atrapado por el Meng-Kong. Y mucho más lento, mucho más asustado ande. El camino acababa, sin duda, como todos, y como solo el último, me esperaba un pequeño embarcadero donde dos de las tres barcas filtraban agua y se encontraban medio sumergidas. La tercera, debía ser la mía, pero Caronte debía estar haciendo un cigarro.

Me senté a esperarlo, como lo esperamos todos, y me fijé en el agua, llena de musgo que a oscuras podrían ser las almas del Ades movidas por un ecosistema virgen de sapos y peces. La cuerda parecía ceder, y en un momento, salté a tierra con la impresión de que el timonel había ocupado ya su lugar.

Ya en tierra no vi a nadie y me gustaría acabar la historia diciendo que la barca se alejó suavemente hasta perderle de vista, que encendió una pequeña luz y que un hombre; un gondolero triste miraba al pasajero sin billete y le recriminaba, "Este no es tu momento, ve y vive".

De todas formas, por más mágico que esto parezca, por más infantil y cobarde, no pude volver a entrar al bote, que se balanceaba burlescamente. Y el camino de vuelta fue pesado y de espaldas, hasta que al sentir mi corazón latiendo vi que estaba vivo. Un poco más adelante, el can cerbero tenía sin duda una cabeza. Seguí otra vez la tapia, encontré la carretera y poca más allá el camping. Al día siguiente saldría el Sol y toda esa magia habría desaparecido.