Arroz en los bolsillos: el Delta en peligro

Tengo envidia de esas personas capaces de decir lo que piensan sin temor a las consecuencias o a las represalias. Un individuo como ése corre el riesgo de ser maleducado o ser tratado como un charlatán. Pero que le responderían a alguien que viene a su casa y le pregunta descaradamente "Que es lo que puedo ver?", ese charlatán, le mira a los ojos, como el que va a dar una respuesta sincera y le pregunta al forastero, "Dígame, de donde viene usted?", "Vengo de la carretera de Poble Nou", a lo que responde el individuo socialmente insolente "Pues vaya otra vez hacia Poble Nou, y de allí hasta Amposta, cuando llegue coja la autopista y conduzca a 120km por hora", entonces cambia el tono de voz para acabar diciendo, "mire por la ventana, y verá muchas cosas".

El autoproclamado "Lo Rei" del Delta
 
El caso es real y se trata de una conversación entre un turista y un trabajador de la hostelería del Delta de l'Ebre. El mismo trabajador me cuenta que hay gente que le ha llegado a preguntar: "A que hora salen los flamencos?", como si se tratara de un espectáculo programado o de un bus interurbano. Seguimos hablando y me cuenta que el Delta más que verlo se siente, como los días que va a pescar de noche y de repente le perturba el vuelo rosado de unos flamencos por encima de su gorro de paja.

El Delta se encuentra entre dos estribaciones costeras muy singulares: la provincia de Castellón y la Costa Daurada. Un viaje en tren desde Barcelona hasta la Aldea puede dar una idea de los excesos de la avaricia: poseer 30 metros cuadrados para habitarlos un mes al año, tiendas de flotadores y toallas, carteles en alemán, discotecas de garrafón y calas de hormigón, y todo se justifica con que el dinero autoriza a comprar y a destruir.

Pero la Aldea ya es diferente. Este pueblo, atravesado por la N-340, el equivalente español a la ruta 66 americana, y de establecimientos dirigidos al público flotante guarda una calma en su población confiada, en una vejez pausada y sana, en calma y feliz. Si no como explicar el hecho de acabar abrazando a dos abuelos que trabajaban en una tienda de ultramarinos, o ser sorprendido por un campesino al que se autoproclama rey del Delta.


Arrozales del Delta del Ebro
Sus caminos son laberínticos. Pistas, tierra, acequias y asfalto, todo engaña, incluso las pequeñas barracas rodeadas por cipreses que sirven como puntos de referencia. Y la luz que juego con las canalizaciones, ya sean barrosas o artificiales de hormigón. Sus habitantes saben los senderos, pero allí no hay nadie, solo una manto de libélulas y de patos. Que luego darán paso a los sapos y a los grillos. Para volver a desaparecer al ritmo de los colores cambiantes de la plantación infinita de arroz.

Aqui el labrador es un ente más del ecosistema, el que sobra soy yo, y todo aquél que se cree encontrarse en la Costa Daurada, y no tienen ningún reparo en ensuciar la Punta del Trabucador, cuando abandona el sitio dejando atrás un manto de suciedad, en chillar y escuchar electrolatino como si todo el parque fuese suyo. También conducen a 80 km por hora dejando un triste rastro de patos aplastados cada 15 metros, allí donde se mire.

Cuando uno ha recorrido los 7 km de istmo que dividen la "mar brava" y la "mar morta" y se encuentro las puertas de la Banya cerradas para preservarla del turismo inconsciente. Uno siente en primera persona los perjuicios de una sociedad que debe poner barreras a cualquier miembro a costa de un incivismo generalizado. Algunos le llaman mediocridad, yo prefiero llamarle involución.

Esta no es la única zona restringida al paso incauto. Al final del todo, como la punta de lanza más amenzada de todo el Delta se encuentra la isla de Buda. Una porción de tierra que divide ambos brazos finales del río. Cubierto de eucalíptos y de árboles que recuerdan más a esa tierra prediluvial entre el Tigris y el Éufrates. Donde yo, no hubiese dudado ni un segundo en desprenderme de mi hoja de higuera y de una costilla para engendrar a Eva.

Desembocadura
Corta fue mi estancia de la primera de mis visitas al sur. Pero de todo lo sucedido solo quiero recordar dos cosas que no encontrarás en la guía de Lonely Planet. La primera, que este enclave sea un punto de referencia para voluntarios internacionales de todo el mundo, de tal forma, que en una de sus ediciones pintaran un mural donde cada uno acabara la frase, "Antes de morir quiero...". Y sin saber porque, me sentí coautor de alguna de esas sentencias.

La otra cosa fue más dantesca. Dante Alighieri, por supuesto, no Leonardo Dantes. El de la divina comedia, el que fue a buscar a su amante del brazo de Virgilio, del que se embarco en la barca de Caronte, del que dejó toda esperanza al cruzar las puertas del infierno.

Barraca
Una noche sin luna, y sin estrellas, me dispuse a recorrer el camino de la tapia lateral del camping, cuando acabó solo había una casa y un perro ladrando. Bien podría haber sido uno de tres cabezas, pero había decidido salir sin luz. De esta forma, debía educarme a ver sin los ojos, solo con el oído y el corazón.

Dediqué toda la atención a ver los surcos del camino, lo esencial, al fin y al cabo, es no caerse por la estrecha vereda anegada de arrozales para no acabar como un Charlie atrapado por el Meng-Kong. Y mucho más lento, mucho más asustado ande. El camino acababa, sin duda, como todos, y como solo el último, me esperaba un pequeño embarcadero donde dos de las tres barcas filtraban agua y se encontraban medio sumergidas. La tercera, debía ser la mía, pero Caronte debía estar haciendo un cigarro.

Me senté a esperarlo, como lo esperamos todos, y me fijé en el agua, llena de musgo que a oscuras podrían ser las almas del Ades movidas por un ecosistema virgen de sapos y peces. La cuerda parecía ceder, y en un momento, salté a tierra con la impresión de que el timonel había ocupado ya su lugar.

Ya en tierra no vi a nadie y me gustaría acabar la historia diciendo que la barca se alejó suavemente hasta perderle de vista, que encendió una pequeña luz y que un hombre; un gondolero triste miraba al pasajero sin billete y le recriminaba, "Este no es tu momento, ve y vive".

De todas formas, por más mágico que esto parezca, por más infantil y cobarde, no pude volver a entrar al bote, que se balanceaba burlescamente. Y el camino de vuelta fue pesado y de espaldas, hasta que al sentir mi corazón latiendo vi que estaba vivo. Un poco más adelante, el can cerbero tenía sin duda una cabeza. Seguí otra vez la tapia, encontré la carretera y poca más allá el camping. Al día siguiente saldría el Sol y toda esa magia habría desaparecido.




 

No hay comentarios:

Publicar un comentario