De Astorga a Foncebadón: camino al fin del mundo


Cuando salí de Astorga solo tenía un pensamiento, debía esforzarme al máximo para dormir lo más próximo posible a la Cruz de Ferro y ver amanecer en el techo del Camino de Santiago a 1600 metros.

La Maragatería
El paisaje vuelve a ser asombroso y denso. Se anda entre la verja de un coto de caza y una carretera con más arrugas que el tiempo. Siempre hacia arriba. Y los pueblos parecen como los primeros pastos después del fuego, porque están renaciendo al calor del Camino y la neoruralización. 

El adobo efímero se quedó atrás en la Meseta. Aquí predomina la piedra eterna y los techos de pizarra. Hay más casas en obras de lo que podría imaginar. El turismo rural le está dando una segunda oportunidad al campo. Por cierto, en uno de estos pueblos vive un friki veterano de la legión que no te va a contar ningún chiste.

No me quería despedir de la Maragatería sin tomar el cocido maragato. Una mezcla de legumbres y carne de cerdo que parece nunca acabar, famosa porque se come en el sentido inverso a lo establecido, primero lo sólido y luego el caldo. En la montaña es mucho más barato que en Astorga y León, y seguramente mucho más bueno, pero no una buena opción si hay que seguir andando. Solo salir sentimos la necesidad de una buena siesta y los efectos flatulentos de las hortalizas.


Paso a paso cruzamos el enésimo desierto demográfico. La tierra aun humeaba y lloraba el sacrificio del último sensato que se había entregado a los deseos del loco pirómano. Entre matorrales y a los pies de una fuente en luto encontramos el retén exalando aire limpio, tumbados, con cara de haber perdido todos los partidos de la liga, sin sacarse las ropas innífugas que les hacían sudar y sudar por si eran llamados al frente donde quizás sus almas expirarían. Le dimos ánimos al conductor del camión, cuando nos dijo, ese de allí es el hermano del bombero difunto.

Cocido maragato
El retén estaba lleno de inmigrantes dando la cara para lo que mucho de nosotros ya no tiene valor. Sentí una fuerza que me planto, sin darme cuenta a 1400 metros de altura. ¿Seria rábia, o impotencia, o las ganas de cruzarme con el pirónamo para vengarlo? pero esa fuerza me hacía andar arriba y arriba. Hasta que llegué a un poblado, sin asfaltar, con surcos en la calle, casas en ruinas y un hospitalero que me resultaba familiar "yo a ti te conozco", "llegas tarde" me contestó el hospitalero de Foncebadón.



Cocido maragato

Los brasileños llegan a Foncebadón

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