El mundo acaba en Focebadón


Si el mundo fuera plano, y con forma poligonal, Foncebadón sería sin duda su esquina. Pasar de ella sería insensato y se justificaría la insensatez de las personas que hubiesen decidido vivir allí, como comerciante o diplomático entre el mundo de los vivos y su cordura.

Foncebadón es mágico y la sensación de ser el primer visitante que cruza sus calles en siglos pone la piel de gallina. Fui recibido por una pareja de perros entregados al placer de la cópula mientras un chico pelirrojo con pecas manejaba un diábolo y su hermano menor le exigía el turno en perfecto irlandés. Los camareros de un restaurante celta vestían sus ropajes élficos y Jesús me recibió con una risa burlona "llegas tarde".

Jesús era el nombre del hospitalero voluntario. Lo había visto en Nájera y estuve a punto de comerme su jamón. Entonces me pareció alguien amargado, ahora rebosaba de felicidad en la soledad de Foncebadón, mientras leía una revista de computación. Llegaba tarde, exactamente dos días, des de que el primer peregrino que durmió en Nájera la misma noche que yo llegase a Foncebadón.

Esa tarde nos sentamos muy orgullosos a contemplar la caída del Sol y me sentí muy especial por encontrarme allí. Estaba en la esquina del mundo, a punto de coronar el Camino, junto a mis amigos.




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