Rompo la secuencia cronológica de este blog para retomar, bajo algún (o ningún) criterio lo sucedido durante este viaje (aún sin nombre) de 79 días y que me parece justo compartir.
Al igual que la madrugada del 1 de octubre hoy es un primer día, y los primeros tienen algo en común: no se parecen en nada a lo que esperabas y te pillan con el pié cambiado, pero es el deber de uno reaccionar lo más rápido posible a pesar que darse la vuelta pueda ser una solución, es la forma más rápida de defraudarse a uno mismo. En realidad, los primeros días son muy laboriosos, porque en ellos se cimienta el castillo que hace tiempo construiste en las nubes.
Mi primer día comenzó muy temprano, a las 4:30 un sábado en Pamplona, en un autobús repleto de personas que salió a las 22:00 con Imagine sonando en la radio. Atrás quedaba Sants y meses muy intensos e inolvidables.
El autobús con dirección a Irún nos dejó en el exterior de la estación ya que ésta permanecería cerrada hasta las 6:00 de la mañana y yo me puse a buscar el albergue de peregrinos. Fue fácil con el GPS del móvil que me prometí no volver a usar en el Camino. Lo difícil fue hacerle entender al hospitalero, un hombre ataviado con un traje de peregrino, que fuera hacía mucho frío. Una conversación no verbal a través de una ventana era suficiente para entender que no estaba dispuesto a abrirme la puerta. Y así me encontraba yo, con poca ropa de abrigo, agarrado a los barrotes de una ventana para poder hablar con el hospitalero.
Solo había una forma de no pasar frío: andar. Busqué el Santo y el recorrido del encierro de San Fermín. Luego por las calles y plazas del Navarrete, donde los bares estaban hasta la bandera y en las plazas se hacía botellón libremente bajo la mirada de un peregrino, con frío y cansado, a pesar de no haber andado su primer kilómetro. Mi presencia se hizo notar enseguida y la gente empezó a animarme y a chillar "Peregrino, buen camino!!!" y aun eran las 5:00 de la mañana.
A las 6:00 me encontraba en la puerta de la estación, detrás de un africano y delante de una mujer mestiza americana, ambos con pinta de haber pasado una noche de mucho frío en la calle. La cola estaba encabezada por dos chicas muy arregladas que venían de fiesta. A todo esto, tres chicos que por allí pasaban y hartos de vino, se quedaban mirándonos "vaya estampa" decían como si no les pudiera entender.
Al abrir dí una vuelta por la estación buscando información sobre el autobús que saldría hacia Roncesvalles; mala suerte, tendría que esperar hasta el lunes a las 6:00 con lo que no empezaría a andar hasta el martes. A esas fui a buscar el lugar más cómodo para dormir en una estación de madrugada: el lavabo.
Y allí me encontraba yo, haciendo tiempo, pasando el frío y enfadado porque mi falta de planificación me había hecho renunciar a la etapa de Roncesvalles. Ese día, mientras yo esperaba y dormía en una plaza y me preguntaba que demonios hacía yo aquí, cruzaron la ciudad muchos de los peregrinos que me encontré durante los siguientes 30 días. Fue un prologo original, para nada divertido, pero literario y sobretodo educativo:
Ahora se que llegué a Santiago y más lejos, que lo logré por mi propio pié, que tuve que solucionar muchos otros problemas a pesar que lo que primero que pregunté en información era cuanto costaba y cuando salía el primer autobús para Barcelona. Y si hubiera vuelto atrás, ahora no podría contar lo que escribo.
Al igual que la madrugada del 1 de octubre hoy es un primer día, y los primeros tienen algo en común: no se parecen en nada a lo que esperabas y te pillan con el pié cambiado, pero es el deber de uno reaccionar lo más rápido posible a pesar que darse la vuelta pueda ser una solución, es la forma más rápida de defraudarse a uno mismo. En realidad, los primeros días son muy laboriosos, porque en ellos se cimienta el castillo que hace tiempo construiste en las nubes.
Mi primer día comenzó muy temprano, a las 4:30 un sábado en Pamplona, en un autobús repleto de personas que salió a las 22:00 con Imagine sonando en la radio. Atrás quedaba Sants y meses muy intensos e inolvidables.
El autobús con dirección a Irún nos dejó en el exterior de la estación ya que ésta permanecería cerrada hasta las 6:00 de la mañana y yo me puse a buscar el albergue de peregrinos. Fue fácil con el GPS del móvil que me prometí no volver a usar en el Camino. Lo difícil fue hacerle entender al hospitalero, un hombre ataviado con un traje de peregrino, que fuera hacía mucho frío. Una conversación no verbal a través de una ventana era suficiente para entender que no estaba dispuesto a abrirme la puerta. Y así me encontraba yo, con poca ropa de abrigo, agarrado a los barrotes de una ventana para poder hablar con el hospitalero.
Aspecto de una calle desértica a las 5 de la mañana |
A las 6:00 me encontraba en la puerta de la estación, detrás de un africano y delante de una mujer mestiza americana, ambos con pinta de haber pasado una noche de mucho frío en la calle. La cola estaba encabezada por dos chicas muy arregladas que venían de fiesta. A todo esto, tres chicos que por allí pasaban y hartos de vino, se quedaban mirándonos "vaya estampa" decían como si no les pudiera entender.
Mítica calle pamplonica |
Y allí me encontraba yo, haciendo tiempo, pasando el frío y enfadado porque mi falta de planificación me había hecho renunciar a la etapa de Roncesvalles. Ese día, mientras yo esperaba y dormía en una plaza y me preguntaba que demonios hacía yo aquí, cruzaron la ciudad muchos de los peregrinos que me encontré durante los siguientes 30 días. Fue un prologo original, para nada divertido, pero literario y sobretodo educativo:
Ahora se que llegué a Santiago y más lejos, que lo logré por mi propio pié, que tuve que solucionar muchos otros problemas a pesar que lo que primero que pregunté en información era cuanto costaba y cuando salía el primer autobús para Barcelona. Y si hubiera vuelto atrás, ahora no podría contar lo que escribo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario