A medida que pasan los días el cuerpo y la mente empiezan a cambiar. Lo noté cuando despertaba todas las mañanas a las 6 y empezaba la rutina a tientas de vestirme, recoger mis cosas, desayunar e irme intentando no despertar al compañero que había roncado contigo toda la noche; pero lo maravilloso es que no me levantaba ni cansado ni perezoso, sintiéndome como después del café y la ducha.
Otra cosa era el frío del amanecer, pero bien valía la pena andar los primeros kilómetros en la oscuridad hasta la primera cafetería abierta y ver salir el Sol día tras día.
El amanecer de
Estella es algo diferente: tras andar algún kilómetro y cruzar el
monasterio de Irache, uno se encuentra con las bodegas del mismo nombre. Lo particular de estas bodegas es que puedes saludar por una webcam a tus amigos mientras bebes de la fuente que da vino gratis. Después de tanto escuchar la existencia y la no existencia de esta fuente me sentía como si hubiera descubierta la Atlántida.
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Fuente del Vino en las bodegas de Irache |
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Fuente de los Moros. Ni se os ocurra beber agua de alli |
Antes de entrar a Azqueta hay la Fuente de los Moros y merece la pena detenerse a visitarla. Los últimos 12 kilómetros hasta Arcos se hacen por un "secarral" como dicen mis amigos canarios, sin fuentes, sin sombra, sin nada, y de bien seguro hubiera enloquecido de soledad y aburrimiento si no hubiera recibido un bastonazo por la espalda. Era un maño (aragonés) que me saludo diciendo "bastonazo de la buena suerte". Hablamos y hablamos, él había empezado el camino en el GR11 y se había cruzado todos los Pirineos con un machete más grande que la palma de mi mano y su vida era espectacular. Pretendía llegar a Santiago en 15 días, haciendo etapas de más de 50 km, y sentí total admiración por su reto. Fue de extrañar que me lo encontrase en la misa cantada de
Santo Domingo de la Calzada (si, si,
donde la gallina cantó después de asada) 3 días más tarde, pero aún así, me hizo una ilusión terrible.
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En los Arcos |
La iglesia de
Los Arcos es espectacular, aunque el pueblo no vale mucho en sí. Los hospitaleros del albergue eran 4 flamencos que apenas podían hablar castellano (por no decir nada), pero se hacían entender para decirte que dejaras fuera tus botas sudadas. También vendían conchas de peregrinos en la máquina expendedora de refrescos.
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Monasterio de Los Arcos |
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Momentos álgidos de la cena |
La cena comunitaria fue espectacular y estuvimos riendo horas y horas. Y eso que la mayoría de gente no entendía ni italiano, ni francés, ni portugués, ni español. Fue mágico que en esa Torre de Babel hubieran tantas ganas de entendernos.
Fui de los últimos en dormirme, eso comportó que al llegar a la habitación los roncadores ya estaban listos para el concierto. En concreto, un italiano que debió ser el tenor de Musolini dormía plácidamente roncando como deben chocar las olas contra el espigón minutos antes del apocalipsis.
Los demás peregrinos sabían de este hombre. Todos me daban las buenas noches riéndose, dándome la mano, y yo, valiente, decía que eso no era para tanto. Y nada fue lo que dormí, porque hasta las tres ese hombre no me dejó dormir ni a mi, ni a la pareja de canadienses, las tres coreanas y un francés que compartíamos el suplicio. Entonces se hizo el silencio y empezó el surrealismo. Y lo que pasó después me lo guardo para mi.
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