Zagreb 2.0

Avagabundear vuelve a la ciudad donde lo vió nacer, Zagreb, durante el verano de 2009, en el que debía ser un viaje circular por los Balcanes que acabó en Suramérica. Este artículo va dedicado a la frase "vale la pena volver a empezar" y "a caminar se aprende caminando".

El tren sale muy pronto de Hungría (según el concepto Español de pronto), a las 6:15, pero a esa hora el Sol ya radia la inocencia del alba, y el cuerpo, que es movido por las leyes de la naturaleza y no por las del reloj, ya ha despertado, saciado el hambre, desprendido los líquidos acumulados y la cabeza empieza a dotarse de genialidad.

El tren, una reliquia de tiempos más grises va lento, pero es cómodo para los pasajeros abarrotados que se amontonan en las cabinas de 6 plazas o de pié en el pasillo. Destaca el último vagón, que está dedicado a las bicicletas.

Se tarda un tiempo en abandonar el cinturón urbano y se descubre que la vida debe ser muy tranquila en las casas idílicas de las interminables afueras. De vez en cuando se ven alguna que otra fábrica abandonada.

La llanura es extensa y apenas se toman curvas. De repente se llega a un intento de mar, con olas y casas veraniegas al pié de uno de los largos más alargados de Centroeuropa. Allí nos dejan los primeros compañeros de viaje, tres jovenes húngaros que darán un tour alrededor del lago en bicicleta. Y se suben tres daneses procedentes del festival de música que se acaba de celebrar en sus orillas. Carteles "Zimmer" (habitación en alemán) cuelgan de todas las casas recordando que estos parajes fueron el punto de encuentro entre dos mundos, los que vivían en Alemania del Este y los que habían saltado el muro.

Silueta en el Tren
Un ajetreo especial interrumpe en la última estación, antiguo borde irritado entre los países comunistas satélites de Moscú y la variante de Tito. Una mujer, fantasiosamente una antigua soprano en la república del trabajador reeducada en estampadora de sellos profesional, se mueve dificultosamente entre los estrechos pasillos del tren decidiendo quien puede pasar. El ritual dura casi 20 minutos y nadie es forzado a bajar del tren. Otro hombre, con sombrero, señal de mano y silbato da la orden para que el tren vuelva a arrancar.

Un ligero repunte de tímidas colinas empieza aparecer igual que las iglesias cristianas y las nubes desaparecen a medida que nos acercamos al Adriático. Después de 7 horas sentados no tenía ni la más mínima gana de volver a andar. Pero Zagreb se me descubría por segunda vez, con ojos más gastados, limpia, renovada, verde y en plena pubertad. El Boulevard hacía la ciudad antigua parecía recién inaugurado y la utopía había tomado las calles. La gente parecía contenta.

Tren de antaño
Un halo que recordaba a la Barcelona y a la España en general de los días anteriores a la crisis y el desempleo. Pero que mordía el anzuelo de nuevo para ser domesticada por el narcótico de los prestamistas ya que por doquier se encontraban anuncios sobre créditos fáciles de conseguir.

El centro de la ciudad estaba deslubrante y los escaparates rebosaban de una prenda atribuida a la región: la corbata. Los maíces hervían en ollas para ser comida como fast-food en una ciudad donde te podías hinchar a comer por menos de 3 euros. Los adoquines guiaban hacía la catedral o hacía Santa Marta, previo paso por un túnel donde se mostraba la imagen de una virgen cuyos bancos en la otra acera rebosaban de devotos de todas las edades y ambos sexo.

Los edificios oficiales mostraban, a parte de las banderas locales la de la Unión Europea, algo extraño para un país que aun no es miembro. La reflexión sobre la ostentación de este símbolo será completada y compartida en el trayecto entre las dos fronteras croatas que separan la ciudad bosnia de Neum.

Museo de las Relaciones Rotas
Pero volvamos a la idílica Zagreb y de lo bien que fuimos tratados en el escondido Fulir Hostel. Quienes consiguieron vender nuestro billete de vuelta a Budapest y evitar la brutal catástrofe de que un obeso brasileño durmiera en el piso de arriba de mi litera alámbrica.


La fricada más grande que vimos y que se lleva el premio a "LA FRICADA MÁS GRANDE" en mayúsculas fue el Museo de las Relaciones Rotas (Museum of Broken RelationShips) donde hay que pagar para que te cuenten historias de gente que ha roto con el novio. También venden una goma con la que puedes borrar relaciones. Fantastico: adivinad que clase de público habían: borderlines pero bien vestidos.

Merece la pena dedicar un artículo informativo a esta ciudad para que el visitante acceda de forma completa y será publicado al final de este viaje. Pero ya por acabar tuvimos la suerte de asistir a un concierto de música celta en la torre del cañón, donde un gracioso "hobbit" cruzado con caballo daba saltitos sin preocuparse de que cada vez más público se riera de las escalofriante cataratas que afloraban debajo de sus bracitos. Todo eso entre chiringuitos con precios para turistas y la posible autoridad atenta a quien consumiera cerveza comprada fuera en botellas de cristal. Siempre queda el truco de comprársela en una tienda y pedir con una sonrisa un par de vasos de cristal en el chiringuito con precios para turistas.






No es la entrada al metro, es la entrada al retrete


Y al octavo día Dios creó Buda

En la habitación se encontraban tres pares de literas, curiosamente ocupadas por una pareja de Sitges, un basco y una salamanquina y la conversación resultante se fue deslizando inevitablemente hacia la crisis (técnicamente recesión). Los siguientes días aprendí que gente de todo el mundo sentía una curiosidad inmensa por lo más morboso de la situación.

Accidentalmente nos dimos cuenta que nos habían vendido lo que parecía ser un único billete de ida y vuelta hasta Zagreb, lo que nos probocó cierto escalofrío. Como el trabajador del hostel solo pasa unas horas al día en el piso, nadie más podía traducir lo que estaba pasando. Al día siguiente, nos escribió en un papel lo que debíamos decirle en húngaro a la taquillera de la oficina de tiquets internacional. Curiosamente todo estaba correcto, lo sucedido, es que el billete de ida y vuelta sale más barato que el de solo ida. Cruzamos los dedos para que nos saliera algún comprador en Zagreb para la vuelta.

En la orilla derecha de la ciudad se aposenta la antigua ciudad de Obuda, de origen militar, aprovechaba la cima para concentrar una fortaleza, mucho mejor defendible que Pest, que es completamente llano. En la época de gran esplendor centroeuropeo, Budapest competía arquitectónicamente con Viena y Praga para ser la ciudad más monumental. Tanta competencia probocó la creación de un palacio monumental, así como de una iglesia y un barrio privilegiado en la cima de la montaña. Desde el palacio se puede observar un castillo en el cerro ligeramente superior que se encuentra a la izquierda según se sube, así como el parlamento y un Danubio, aun no lo suficientemente majestuoso como el que sigue a su paso por Belgrado.

Tanta piedra labrada a fuerza de absolutismo generó las mismas desigualdades que las padecieron los subditos de Luis XIV o Felipe II, pero bajo el reinado de una emperatriz cuya historia la literatura se ha encargado de dulcificar. Aquí en concreto, se pueden apreciar metralla en sus muros.

Se puede visitar el museo militar. Ha recibido buenas criticas por predecesores míos, pero aun así fue suficiente con los cañones y replicas de húsares que se encuentran en las afueras para satisfacer mi afán bélico. En Croacia encontraría tanques en varios puntos estratégicos para probocarme escalofríos. Es la diferencia entre las guerras que se pintaban en cuadros y las que veía por televisión siendo un niño.

Visitamos las cuevas que se encuentran debajo del castillo, por recomendación de la Zaragozana que conocímos el día anterior. Esta era nuestra única opción puesto que los Laberintos del Vino y el del Castillo permanecían cerrados. Pagamos 1500 florenies como estudiantes para visitar un reciclado museo de cera en unas grutas frescas que pueden ser mejor disfrutadas si se aleja del camino ordinario, de todas formas, está orientado al turismo clásico.

También nos dejamos caer por el escondido Museo del Teléfono, tan recondido que fuimos los únicos visitantes. Divulgativamente el museo es excelente, consta de tres salas, dedicadas a los telefonos y centrales manuales, a las centrales de conmutación mecánicas (esta pieza es increible) y a las digitales. Le caímos muy bien a la única trabajadora del museo quien se intetaba comunicar con un inglés lastrante, pero que conseguíamos salvar gracias a la ayuda del traductor Google del ordenador que simbolizaba las tecnologías del futuro en la última estancia del museo.

El palacio es tan sobervio como el de Versalles, algo menos barroco y más frío por la dominación de la piedra gris frente los cristales del palacio parisino. Unos leones amenazantes te dan la bienvenida así como una fuente adosada a la pared en forma de cascada que representa diferentes escenas bélicas.

Andando hacía el río disfrutamos de comida húngara preparada por un italiano, otra reliquia del cruce étnico del centro de Europa. Debimos tomar un tramvia puesto que la caminata por la ladera del río empieza a sentirse pesada después de diez minutos contemplando el parlamento.

Llegamos a isla Margarita, cuyo puente único tiene una rampa para acceder a una de las puntas de la isla. Donde apreciamos hasta ue punto los ciudadanos llegan a ser de cívicos en estas ciudades. Una chica llamaba a los servicios médicos porque un indigente borracho había perdido el conocimiento a fuerza de intoxicación etílica olímpica.

El parque es bonito, tiene una fuente parecida a la de Montjuic de Barcelona así como jardines verdes donde se puede encontrar de todo: desde perros muy feos hasta un BarTender profesional ensayando malabares con copas y cubiteras.

Poco más que decir de la ciudad. Los ruin bar ganan mucho por la noche. Cerveza asequible y un ambiente entre freak y acogedor algo raro de exportar hacia las culturas mediterraneas y que solo puede ser disfrutado aquí, previa cena en el restaurante cosher de enfrente de la Sinagoga.

En otra ocasión más calurosa nos bañaremos en alguno de las 70 termas de la ciudad, o llegaremos hasta el Memento Park donde se guardan reliquias del comunismo, o hasta la Avenida de los Heroes. No se puede exigirle todo al que mucho quiere abarcar, y además, tengo la intención de vivir muchos años.

Ya para acabar algunas sugerencias gastronómicas: existe una sopa roja muy buena, seguramente en los restaurantes la hacen precocinada, así que buscamos los polvos de Nestlé. Pero lo que si se debe probar es un cucurucho dulce y hueco cuyo nombre no recuerdo por la estupida costumbre de no anotar cuando realmente estoy disfrutando de una genialidad.

Vista del Parlamento en Budapest


Vista del Parlamento desde la montaña de Buda

Humor espontáneo

Metro intercomunicador de hemisferios. Budapest- Sidney

Zarva Budapest

En el aeropuerto de Barcelona se percibe el incesante aumento de pasajeros rusos. Es muy pronto en la mañana y ajustamos los bultos de nuestra mochila para pasar el estricto control de RyanAir, mucho más estricto que el policial, por el cual conseguimos pasar jabones líquidos, comida enlatada, cubiertos, un mechero, agua y hasta una navaja suiza.

Mientras desfilan familias herederas del bolchevismo ataviadas con sombreros mejicanos, uno de los souvenirs más populares de la ciudad condal. Nos paseamos por los Duty Free y compruebo que la evasión del impuesto no se ve reflejada para nada en el precio, si no en una ligera perturbación en la recaudación para las arcas del estado.

Cenicero y prohibicación de fumar en una misma puerta
Se abren las puertas del embarque y unos representantes de una agencia de viaje nos insisten para que participemos en el concurso de un viaje a la Capadocia. Si seguimos la suerte que dos parejas de amigos míos tuvieron en sendos viajes independientes a Hungria, a nosotros, también nos va a tocar la maravillosa estancia de 7 días (ya ves tu, si el dinero ahora lo regalan!).

Los trabajadores de RyanAir caen como buitres sobre los portadores de maletas rígidas para ver cuales de ellas van a tener que ser facturadas a un precio altisimo, nuestros macutos pasan sin problemas. Ya en el avión tomamos conciencia de la pequeña distancia que separa mis rodillas del asiento delantero y miro a mi alrededor para buscar alguien que estuviera pasando un calvario aun mayor. Me encuentro al veterano waterpolista olímpico Iván Pérez y a la selección nacional, donde el más bajito debía medir como mínimo dos metros.

Existen dos alternativas contrapuestas en la respuesta del cuerpo frente tanto estancamiento: el nerviosismo o caer en un profundo sueño. Gracias a Diós fue la segunda y al levantarme juraría haber visto el Cap de Creus, pero ya se trataba de la costa Croata. Poco después empezamos a descender y se observaban cada vez mejor pueblos idílicos y aislados uno de otros, ríos caudalosos y bosques inmensos. El avión vuela por encima de la capital húngara y gira a la derecha sobre el río Danubio, entonces se observa la planicie de Pest, la isla Margarita y el parlamento, en una estampa de ensueño.

Ejemplo de uñas Calipo
El aeropuerto no exige mucha explicación. Se agarra el autobús 200E hasta la última parada de la línea azul de metro. El billete es algo curioso, se trata de pequeños papelitos de papel de un solo uso y en el caso de quererse comprar diez se te ofrecen diez de estos papelitos grapados. Aunque fuera extremadamente tentador entrar por la puerta de atrás aprovechando la marabunta de gente preferimos ser prudentes.

En el bus empezamos a conocer la población local y una de sus modas más extendidas, el de prolongarse las uñas, afilarselas, pintarselas con al menos 5 colores y añadir cualquier complemento que te puedas imaginar. Existen dos versiones: las uñas Calipo, siguiendo la forma de un helado o las uñas Sugus, cortadas en línea recta. Aunque sus uñas asusten la actitud de las personas es muy amigable y tratan de ayudarte.

El metro parece una zapatería de los años 70. Los asientos son aterciopelados y una luz roja te avisa que las puertas se van a cerrar. Aunque todo parezca viejo el mantenimiento y la limpieza son impecables, igual que la actitud cívica de la gente que nos mira de reojo a este par de españolitos chillones. Una vez llegamos a la estación nos sorprende lo profundo que viaja el metro en esta ciudad, puesto que las escaleras mecanicas parecen remontar la altura de un edificio de 10 plantas. Las estaciones son tan profundas que no se te da la oportunidad de subir o bajar a pie.

Al llegar al final de las escaleras nos encontramos a tres revisores. Más adelante supimos que todas las estaciones, a pesar de no tener barreras a la hora de cobrar el tíquet, disponían de dos o tres revisores en la salida. Nosotros habíamos perdido uno de nuestros tíquets y empezó el nervisismo. No estaba en ningún bolsillo o cremallera y aunque intentamos darle varías veces el mismo tíquet al revisor, el viaje no empezaba con buen pié. Pronto, un grupo de 5 japoneses igual de despistados atrajo la atención del revisor y nosotros escurrimos el bulto.

El hostel esta cerca de la estación Keleti en un barrio algo desprimente por el número de borrachos que duermen bajo la sombra de algún arbol. El hall del hostel da miedo, mucho miedo, las paredes están totalmente descorchadas y el techo parcialmente roto, pero el piso totalmente acogedor y limpio. Supongo que en las culturas frías se tiende a embellecer el espacio íntimo.

Empezamos la visita a Budapest comprando los billetes para Zagreb y curiosamente, el billete de ida y vuelta sale más barato que el sencillo. La estación de tren está restaurada por fuera y supone uno de los puntos turísticos de la ciudad. Andando se pueden conocer los barrios de principio de siglo que la rodean. No destacan por una belleza espectacular, sino por una cautivadora ciudad demacrada fuera de los circuitos turísticos que guarda la escencia de la cotidianidad.

A medida que uno se acerca al río va encontrandose cada vez con más turistas. Desde los "bares en ruinas", centros culturales y étilicos donde se exibe arte callejero y alternativo hasta la otra orilla del río dificilmente se vuelve a escuchar el húngaro.

Puerta del ruin bar
También se puede pagar ocho euros en el Café Nueva York, si el camarero no te hecha por pobre. El antiguo café guarda una elegancia ausente de restauración desde hace quizás 70 años que bien vale la pena ser disfrutada más allá de si el grano procede de Colombia o es pura chicoria. Pero dentro apenas se ve algo que no sean familias de turistas (sin gorro mejicano).

Mejicanos y otras tantas nacionalidades nos las encontramos remojando los pies en un pequeño "balneario" en la plaza de Dake. Entonces ya estamos en el centro y la monumentalidad de los edificios era extraordinaria, sobretodo la Catedral. Un edificio altísimo en forma basilical donde los turistas nos apilabamos tras un cartel de "Tourist Stop".

Cartel de Tourist Stop dentro de la catedral


Una pequeña incidencia nos hizo buscar una farmacia, pero aunque veíamos cruces verdes en todos lados y las luces de su interior encendidas ninguna de ellas estaba abierta. Zarva!!!! (Cerrado en húngaro). Las personas a las que pedimos ayuda eran turistas tan perdidos como nosotros o ciudadanos con tan poca idea de inglés o español como nosotros de húngaro. Finalmente dimos en el clavo y alguién nos pudo ayudar, de repente nos sorprendió su: "de que parte de España sois?¿" se trataba de una zaragozana muy agradable y residente en la ciudad desde hacía 5 años que nos llevó casi de la mano hasta la puerta de la farmacia de guardia. Pero el cartel de "zarva" volvía a colgar en la puerta.



Sillas flotando en los ruins bars

Julito te acompaña

Contar y volver a empezar

Cinco, cuatro, tres, dos, uno y volver a contar desde 60, el tiempo retrocede y avanzada a distintas velocidades en función del momento del día y mis circunstancias, y por fin, a lo lejos, el momento se acerca.

La mochila está hecha de nuevo y vuelve a colgar la lembrança da bahia que I. ató empleando dos nudos y dejando que yo hiciera el tercero. Hace una semana aprendí que los brasileños creen que al reventar el tercer nudo y al caerse la tira los deseos que pediste se cumplirán. Pero como yo no era consciente, y de ser cierta la superstición, desconozco que pensamiento va a ser complacido.

En mi quinto viaje a Europa del Este, esa Europa que mis padres no pudieron ir a mi edad porque el pasaporte regular les prohibía, cuyo origen eslavo, la superación de la cultura latina frente a los pueblos bárbaros durante unos siglos más, la ortodoxia, la dominación turca y más recientemente el socialismo, da a esta gente unos matices distintos a pesar de ser occidentales y vecinos de continente.

Superado el telón de acero, volvemos a ser hermanos, hijos del pensamiento griego que se expandió por las carreteras del imperio romano. Carreteras que hoy vuelvo a tomar, y esta vez, con la mejor de las compañías.

La ruta: dejarnos caer en el aeropuerto de Bupadest para pasar unos días en la ciudad, coger un tren temprano y pasar por el alargado lago de Veszprem hasta llegar a la frontera de Croacia y dormir en Zagreb. Ver el parque natural de Plitvice y las primeras islas del Adriático en Zadar, después hasta Split sin saber muy bien como, de allí saltar a Herzegobina: Mostar, Sarajevo y Medjugore y acabar en la famosisima Dubrovnik.

Pero como todo esto forma parte del futuro y solo tenemos derecho a vivir el presente, puede ser cambiado en función de la fortuna y lo que falta por conocer.

Allá donde se cruzan los caminos



Es curioso lo útil que es entablar amistad cuando uno viaja y así es como pude ser acogido en Madrid por la peregrina radiofónica con la que llegué al Obradoiro. Además de ser mi guía gastronómica de la capital.

Camino a Madrid no lo veía muy claro
En esta ocasión aproveché mi viaje a Madrid para conocer los alrededores, y así fue como me desplacé hasta el Escorial para conocer el Real Sitio. El lugar se encuentra en un pueblo bien adinerado, donde se pueden ver cantidades indecentes de niños uniformados. El Monasterio merece ser visitado varias veces en la vida, y más si tus antepasados fueron súbditos de los reyes que reposan lujósamente en el panteón.
Tumba del hermano del Rey
En una sala hexagonal donde ataúdes de mármol en nínxos de 4 o 5 usuarios reposaban los restos de casi todos los Borbones. Sentí el absolutismo en su estado más efímero. La guerra de Cuba, la Inquisición, el descubrimiento de Cuba, la Semana Trágica, el bombardeo de Espartero, el levantamiento de Riego, las desamortizaciones, el mecenaje de Goya y Velázquez... se habían producido durante los reinados de los que allí yacían. Me llevé una sensación de decepción hacia los allí presentes y la injusta veneración hacía gobernantes bastante mediocres. Por cierto, en los panteones secundarios se pueden encontrar especímenes como el hermano disparado accidentalmente por el actual rey de España, y muchas tumbas vacías, asumiendo que la estirpe monárquica va a sobrevivir aun muchas generaciones.

El resto del edificio merece la pena ser visitado, aunque tampoco se encontrará la solemnidad de otros palacios como Versalles.

La hora del recreo en El Escorial
Mi segunda excursión fue a Alcalá de Henares donde se asienta una gran ciudad universitaria por su historia y por su presenté. Aquí estudió Quevedo y otros escritores del Siglo de Oro. También vio la luz el manco de Lepanto, Cervantes. Y otros personajes como el presidente Manuel Azaña. A veces, comarcas enteras viven sin la visita de las musas, y en otras tienen problemas para nombrar hijos predilectos.

La universidad se puede visitar, vale la pena. No solo por las anécdotas que se cuentan sobre la historia de la institución y sus estudiantes más ilustres. También es curioso como se puede llegar a hablar de un hombre como el cardenal Cisneros, inquisidor y no muy bien recordado por la historia, pero que como impulsor de la universidad es nombrado en los guiones de las visitas guiadas como una gran persona. Finalmente, también se visita la sala donde son entregados los premios Cervantes de literatura.

De nuevo en Madrid aconsejo la visita del museo del Prado, del museo Reina Sofia, puesto que unas horas antes del cierre ambos son gratuito y también el Museo del Jamón, que es un restaurante "fast food" a la Madrileña, bastante curioso donde por un euro te puedes tomar un bocadillo de jamón de garrafón. Así como la Biblioteca Nacional y las cercanas oficinas de Intereconomía, donde se les puede agradecer su cruzada por el bien de España o esputarles, en función del sentimiento que usted tenga. La megabandera de la Plaza de Colón se encuentra a unos pasos de allí.

Con mis colegas Quijote y Sancho
En mi última noche de viaje, con la piel de gallina, después de contemplar por 20 minutos el Guernika de Picasso mi anfitriona soltó una frase que aun resuena en mi cabeza. "A que hora acaba el futbol?¿"... dije que aun quedaría una hora o así, y nos dirigimos a unos estudios de radio donde pude estrecharle la mano a Jorge Hevia y ver que en ese estudio de radio se ven 4 teles a la vez. La emisora en concreto se llama COPE y pertenece a la conferencia episcopal, y bueno, como mi deber es decir lo que vi y romper tópicos, en esos estudios no vi ni cruzifijos, ni fotos del papa, pero si algunas camisetas de grupos de música antisistema entre los espectadores y algunos pijillos de los que usan polos de cuellito alto.


¿Naufragio de un sueño?
Siempre nos quedará Madrid
Esta vez tampoco me cruzé con Joaquín Sabina por Callao. Con toda seguridad, en el momento menos pensado de mi vida me lo encontraré, porque todo sale como lo esperamos y a veces incluso mejor, porque ahora ya se lo importante que es saber pedir ayuda, porque ahora se que mi cuerpo es una máquina mucho más perfecte de lo que creía, porque ahora se que es compartir una lata de atún y un pan duro con un mendigo, porque ahora se que es dormir en casa de desconocidos o en habitaciones con más de 40 pies, porque ahora se que se anda mejor bajo la lluvia y que las canciones cantaron mis padres y que sirvieron para tumbar al régimen que mis abuelos vieron nacer ahora servían para evaporar mis miedos a la hora de seguir adelante. Ahora se quien no quiero ser, ahora creo en mi y en una humanidad invencible capaz de sobrepornos a los desinios de quien nos gobierna y en la cual las generaciones venideras seguirán teniendo sed de juventud en ese momento de la vida en que se quiere conocer por partes iguales las raíces y lo desconocido. Pero de lo no sucedido voy a callar. De lo que quiso que fuera lo voy a dejar para la proxima vez, porque seguro que habrá, porque en el fondo de un armario dormida una mochila espera volver a afortunar a su portador. Y al volver a casa encontré lo que salí a buscar y dejó que los últimos 79 días se destilaran uno a uno hasta que llegara la siguiente primavera.


En el autobús una familia de mejicanos mediovagabundos y una argentina viajera escuchaban e intercambian consejos, experiencias y admiración. Eran mis últimas 8 horas y no las quería pasar durmiendo. Dos adolescentes escuchaban como se preparaba el te en el magreb y el olor de la piel de camello secándose al Sol mientras un hambre de aventuras empezaba a apoderarse de su hipotálamo.


La mano del papa mejicano se estrecho con fuerza sobre la mía, miré al cielo y tenía el color lila que solo  existe en Barcelona, el olor indescutible de la tierra húmeda del patio de mi recreo, de un niño que emparte debía dejar de ser y que se tomaba un último festín decidido a no cerrar este capítulo de su vida sin hacer el meritorio recorrido hasta  donde mercaderes de todos los siglos iban a pedir el augorio de su Dios o a dar las gracias por haber vuelto a su casa inmensamente ricos de bienes o de experiencias. "Roda el món i torna al Born", delante de Santa María del Mar, a pocos metros del "fosar" donde reposan los combatientes que murieron por mi Barcelona, no era consciente de que una nueva historia de mi vida estaba levantando la persiana a un par de manzanas de allí.


Cuando algo acaba todo empieza si nunca se sacían las razones por las que vivimos. 


GRACIAS A TODOS POR ESTE SUEÑO!!!!!!
Y ahora, por  más que no quiera, todo acabará en el siguiente punto.