Contar y volver a empezar

Cinco, cuatro, tres, dos, uno y volver a contar desde 60, el tiempo retrocede y avanzada a distintas velocidades en función del momento del día y mis circunstancias, y por fin, a lo lejos, el momento se acerca.

La mochila está hecha de nuevo y vuelve a colgar la lembrança da bahia que I. ató empleando dos nudos y dejando que yo hiciera el tercero. Hace una semana aprendí que los brasileños creen que al reventar el tercer nudo y al caerse la tira los deseos que pediste se cumplirán. Pero como yo no era consciente, y de ser cierta la superstición, desconozco que pensamiento va a ser complacido.

En mi quinto viaje a Europa del Este, esa Europa que mis padres no pudieron ir a mi edad porque el pasaporte regular les prohibía, cuyo origen eslavo, la superación de la cultura latina frente a los pueblos bárbaros durante unos siglos más, la ortodoxia, la dominación turca y más recientemente el socialismo, da a esta gente unos matices distintos a pesar de ser occidentales y vecinos de continente.

Superado el telón de acero, volvemos a ser hermanos, hijos del pensamiento griego que se expandió por las carreteras del imperio romano. Carreteras que hoy vuelvo a tomar, y esta vez, con la mejor de las compañías.

La ruta: dejarnos caer en el aeropuerto de Bupadest para pasar unos días en la ciudad, coger un tren temprano y pasar por el alargado lago de Veszprem hasta llegar a la frontera de Croacia y dormir en Zagreb. Ver el parque natural de Plitvice y las primeras islas del Adriático en Zadar, después hasta Split sin saber muy bien como, de allí saltar a Herzegobina: Mostar, Sarajevo y Medjugore y acabar en la famosisima Dubrovnik.

Pero como todo esto forma parte del futuro y solo tenemos derecho a vivir el presente, puede ser cambiado en función de la fortuna y lo que falta por conocer.

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