Después de mencionar una serie de unidades del Sistema Internacional, definir el coseno hiperbólico y rememorar dolorosos recuerdos del cálculo infinitesimal mi amigo acabó por describir de forma cerrada todos los principios físicos que se producen al desplazarse en bicicleta y le paré los pies cuando después de coger aire se entregó a las reacciones químicas y anatómicas "en esto no tengo base para seguirte", entonces retomó su discernación en un punto mucho más primario y utilizando un léxico menos formal, "la verdad es que no tengo muchas ganas de escucharte".
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Hacia tiempo que no veía mi amigo tan callado. Le pregunté que le pasaba y antes que me respondiera pude leer en su rostro lo que tantas veces había visto en otros. "Me va a costar mucho volver a casa después de haber vivido aquí". Le contesté si era por haber visto cosas que no tenía prestablecidas antes de su viaje y me dijo que no quería hablar. Realmente no dijo nada, se tapó la cara para ocultar el llanto, igual que había visto antes en otras personas de paso, igual que me había sucedido a mi en Marrakech.
Había mejorado su español sorprendentemente desde nuestro último paseo, aunque se lo veía ofendido por mi renuncia a su transmisión de conocimientos. Solo se me ocurrió una forma de compensarle: enseñarle a montar. Pero quería preambular por las emociones que podían desencadenarse en ese proceso, algo tan difícil de comprender por su parte como el tratado de química orgánica al que estuve a punto de asistir.
Fuimos andando hasta la Plaça dels Àngels, donde existe una gran esplanada libre de coches y alquilamos una bicicleta. La plaza estaba llena de patinadores de monopatín quienes jugaban con las escalinatas del museo de arte contemporáneo. Le dije como este sitio era el punto de reunión de la comunidad (masculina) paquistaní del centro de Barcelona y se dedicaban a hacer algo tan sorprendente para mi como jugar al criket. Por alguna razón se desplazaron a la parte baja del Paralel y allí aún se les puede ver cualquier tarde entre abril y junio.
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Como no era de extrañar mi amigo aprendió a moverse y arrugaba las cejas para que le dejara de sujetarle. En línea recta atravesó los charcos que el servicio de limpieza habían olvidado. La emoción de realizar algo así por primera vez y los gritos de ánimos míos y de los patinadores lo llevó a un estado de ceguera que le hizo olvidar que todos los espacios físicos están acotadados. La caída y el posible dolor que sentía nos produjo una risa inconciente y macabra a la veintena de espectadores, quienes corrieron rápido a twittear lo ocurrido. Mientras cuatro de nosotros, ayudamos a incorporarlo compitiendo por quien soltaba la broma más sádica.
Cuando me desperté al medio día lo encontré en el comedor con una bolsa de guisantes atada al tobillo y con los ojos encendidos y sin darme los buenos días me preguntó cuando podía volverlo a intentar. El miercoles le invité a unirse al paseo de un grupo de ciclistas "urbanos" quienes les gustaba pedalear en pelotón. Mientras esperábamos a formar una masa crítica de ciclistas a la puerta de un comercio de reparaciones regentado y propiedad de un grupo de jovenes emprendedores.
Desde la plaza del mercado de la Barceloneta nos dirigimos por el litoral hacia el norte donde nos sorprendió una pareja haciendo el amor en la playa. Le dije que eso y en ese sitio había sido algo muy rutinario puesto que esa zona había sido un poblado chabolista conocido como el Somorrostro. Esto me recordó una conversación con uno de los últimos pescadores del barrio costero: "Barcelona es una de las únicas ciudades donde los ricos están en las montañas y los pobres viven al lado del mar". Este foco de distracción me evitó inventarme el arquitecto del nuevo edificio de Gas Natural y le huviese acabado por explicar la cesión que está empresa a hecho a H&M de su cede histórica de su edificio planificado por el prolífero Sagnier en el Portal de l'Àngel y como la empresa de "moda" lo había dotado de frialdad y mediocridad. Cerca de allí las dos torres que me robaron el mar en el verano del 92 traían recuerdos de los Juegos Olímpicos de mi niñez.
Seguimos adelante por la costa en dirección a otro antiguo poblado chabolista, el Camp de la Bota, el lugar eligido durante y después de la Guerra Civil para "ajusticiar" a los perdedores. Entre medio grandes infraestructuras de principios del 2000 hijas de la especulación y de la abertura del último barrio industrial de Barcelona, Poble Nou. Cruzamos muy cerca y se sorprendió de unos bloques que se encuentran en el sector de Icaria, al final de la Rambla, cerca del cementerio, le explique que la genialidad de algún arquitecto racionalista le hizo ganar hace años el premio de la ciudad y por tanto se había ganado el indulto frente la especulación, un título otorgado también a la casa Lleó-Morera, el modernista Palau de la Música o el noucentista colegio de la Salle en la calle Sant Pere Més Alt.
"Así que la crisis llegó justo en el momento que se iba a engullir este barrio?", "si, si, y justo consiguió un equilibrio que pocos años más va a durar". Antiguas fábricas convertidas en lofs, otras casas con programas pilotos en domótica, mobiliario urbano para el Urban Lab, el Hub de la Moda, el 22@, dos campus universitarios, uno de los cuales tiene una biblioteca en un antiguo depósito de aguas, las antiguas casas baratas para los obreros de las fábricas, la França Xica, una Rambla con su Casino que no ha perdido el sabor de los últimos cien años y la tristeza de las canciones tristes de Loquillo. A pocos barrios le sienta tan bien el otoño como a este.
Tomamos por Rambla Prim, allí donde se junta el edificio que Telefónica se ha costeado a costa de contratos confusos y protocolos inentendibles de reclamación. A la derecha se tiene el barrio de la Mina, un esfuerzo a medio camino por dignificar una de las partes más marginadas de la ciudad. A la izquierda queda el barrio de la Verneda y ambas bandas pintadas y símbolos socialistas, coperativas y asociaciones vecinales y culturales que bien vale la pena tener en cuenta.
Cruzamos el nuevo puente de trabajo para entrar a Sant Andreu y sentí volver a mi Barcelona. Otro barrio, parecido al Clot, Poble Nou, Gracia o Sants, pero mucho más acojedor contrastada con los antiguos edificios con 'luminosis' de la Mina. Subimos por la Avenida Once de Setembre hasta la ancha Meridiana y de allí por el Heron City (que daño hicieron los años de crecimiento para la arquitectura!) hasta los pies del barrio de Roquetas, allí nos esperaba una gran sorpresa.
Entramos a un Banco de Alimentos donde una pareja de jubilados nos explico los pormenores de su labor. "Aquí somos jubilados, trabajadores, informáticos,... y lo hacemos a cambio de nada", si Caritas o los servicios sociales consideraban que una familia necesitaba, entonces se le daban una serie de puntos en función de los miembros de la familia y se le asignaba un día y hora para realizar la compra y además se debía hacer acompañado por uno de los voluntarios del centro. Decían que si habían conseguido dignificar la caridad, a diferencia de los sistemas anteriores que consistían en que el necesitado recibiera una bolsa con lo que las organizaciones hubieran recogido, sin tener ningún derecho a decisión. Me sorprendió la gran cantidad de huevos Kinder habían conseguido. Esta entindad recogía comida tanto de grandes superficies como de la colaboración ciutadana, incluye un centro de yoga. Se basaban en un sistema de éxito probado en la ciudad de Salt (Girona) y que también les estaba resultando bueno aquí.
Alguien les preguntó cual era el producto menos popular y bajaron los ojos. La gente chillaba.... algo verde,.... lentejas,.... pero se dirigia hacia la zona de congelados y sacó un paquete mirandolo con algo de respeto. "Nosotros le decimos tenemos pescado, con vegetales, no hay que cocinarlos, está muy bueno,..., y nos dicen que se lo lleban, pero es que lo ven y cambian de idea".
Cuando salimos de allí nos dirigimos hacia una plaza de la Sagrera que me sorprendio y que prometo nombrar una vez consiga la información. Comimos y bebimos un poco y de allí nos dirigimos de nuevo hasta la Barceloneta no sin antes sorprenderme por los transexuales que se prostituyen cerca dels Encants Vells y del campus de la Pompeu Fabra.
La Sagrera |
A veces nos enamoramos de las piedras y de las historias que allí suceden, por magia o por ser concebidas en esos momentos de la vida que no somos concientes de la libertad que albergamos.