Hubo un tiempo sin guías de viaje ni fibras sintéticas, peregrinos desde Londres, Moscú, Praga, Atenas, Lisboa, Roma, Barcelona,... andaban por tiempos superiores a meses, encadenando varias estaciones meteorológicas, lenguas, guerras, enfermedades y nostalgias.
Entonces era una aventura y para nada los 30 días que yo dediqué se podían comparar. Ahora habían otras tentaciones: medicamentos que acallaban el dolor, gente para vencer la soledad, transporte público y paradores.
Sin darme cuenta estaba en el Monte de Gouzo, y Santiago a mis pies, los mismos que habían andado 715km y que se habían hinchado en la Meseta.
Había descubierto que lo que empezó como un reto deportivo me transformó para siempre. Y me sentía muy raro, debería andar otra vez para responder una nueva pregunta: "¿y ahora que?". Valdría la pena volver a perderse para volverse a encontrar?. Valdría la pena volver a sufrir para volverme a curar, si el método para hacerlo era recorrer por mi propio pie los caminos.
En el Monte empezó a caer una fina lluvia. Fue el momento de replegarnos, contar que estuviéramos "todos", reírnos del feo monumento del Monte y recorrer los últimos 5 km callados. Santiago era el último cartel municipal del Camino. Unas llamadas para recibir felicitaciones y unos interminables kilómetros donde de rodillas, un ejército de mendigos pedían mendrugos.
Los edificios de la ciudad dormitorio se transformaron en decimonónicos, los decimonónicos en neoclásicos y los neoclásicos en palacios de Piedra. La espalda de la catedral nos daba la bienvenida. Un arco, donde un gaitero se cubría de la lluvia, girar a la izquierda , coger un poco de ángulo y allí estaba... el final (por ahora), la catedral no era ni pequeña ni grande, ni decepcionaba ni sorprendía, lo había conseguido, todos los que estábamos allí lo habíamos conseguido, formamos parte de la lista de peregrinos que año a año se agranda y a la vez de las fotografías de amigos y turistas que por allí pasaban.
Algunos lloraban, otros estábamos aturdidos, F. se arrodillaba apoyado en el callado. De todos lados recibíamos felicitaciones. FUE DURO, FUE MUY DURO Y ESTABA ALLÍ. Un periodista vino a pedirnos unas palabras, con su "alcarchofa" preguntaba como nos sentíamos. Y no sabía que contestarle, en gran parte me sentía vacío, pero no tenía ni idea. Me jodió que ese hombre me estropeara el momento, no tenía ningún derecho a hacer lo que hacía, se merecía un buen gacho directo al maxilar superior.
Los asistentes a la misa nos dividíamos entre peregrinos sudorosos, "pijoperegrinos" (de cuellito alto) y gente engalanada. El obispo daba un salmo sobre a que clase de personas debíamos invitar a nuestra casa. Entonces lloré como no había llorado desde pequeño. Salimos de la catedral saltando de alegría directos a recibir el papel que acredita que hicimos el Camino y a comer por última vez todos juntos. Curiosamente no sentía pena, curiosamente aun pienso en ellos.
Igual que en Pamplona agarré una nueva piedra que arrojaría en el barco que cruzaba en el estrecho. Luego vendría la de la cima del Tubkal y la del Sacromonte, pero eso aun no lo sabía. La aventura seguía y estaba seguro que todo saldría como lo planeaba y a veces, incluso mejor.
En el Monte do Gouzo |
Última estación |
Periferia de Santiago |
No es un adeu per sempre només per uns instants |
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