Vigo: mucho más que la Citroen

Mi día en Vigo empezó muy temprano, hacía las 5. Quería quedarme en las sábanas, y llovía mucho fuera. ¿Pero cuando volvería a caer por Vigo con mi mochila y la libertad de gestionar mi tiempo como me diese la gana?

No hacía mucho frío y me dirigía a la lonja para ver algo que aun no sale en las guías de viaje (gracias de nuevo a mi 'host'). Allí vi peces que no había visto en mi vida, como tiburones muertos que aun asustaban y peces espadas, y sobretodo entendí el porque de la mala leche que tienen las pescaderas.

Supón que son las 6 de la mañana y llevas dos horas inspeccionando mercancía. Pongamos que hay tres cajas de bacalao, y el pescador va subastando en orden descendente el precio de la caja. Cuando algún comprador le interesa, se para la subasta y escoge la caja que quiere al precio acordado. Eso se hace muy rápido, entre sudamericanos llevando cajas de jureles, salmones, y otras vainas y sin el olor de pescado que debería haber allí. Luego paseé por el muelle bajo los primeros rayos de Sol y gaviotas comiendo restos.

De Vigo hay que ver el centro, pequeño y muy sinuoso, pero muy tradicional, más en cultura que en arquitectura. Por ejemplo, se pueden ver mujeres abriendo ostras o haciendo cestas de mimbre.

Hay unas salinas romanas, que sinceramente, no vale la pena visitar. Si que recomiendo un museo que antiguamente fue prisión y la visita al parque que hay detrás del ayuntamiento. Allí se puede visitar el castillo y contemplar las Islas Cies, igual que la recreación y ruinas de un poblado preromano.

Pero aquí va la verdadera recomendación. Puesto que por estar fuera de fechas era imposible correr con la lengua salida por las arenas de este paraiso, era mi deber buscar un plan B. Como no hay puente para cruzar hasta la otra orilla (Península del Morrazo) existen Ferrys de línea. Una vez allí, tomé como referencia la orilla para llegar tan lejos como pudiese, llegar hasta el final me costó tanto esfuerzo y fue tan bello que, amigos mío, no puedo ni quiero describir.

La noche fue excelente, nos juntamos unos cuantos a charlar y comer, para acabar en un bar donde para subir a la segunda planta se debían subir por unas escaleras que se estrechaban hasta el punto de tener que pasar de lado: un filtro para gordas, jejeje.

Habían muchisimos lugares para bailar y a precios populares, no como la masificada Barcelona.

De vuelta a casa con buena compañía, el despertador sonaba, había pasado 24 horas despierto en Vigo, y valía realmente la pena.






















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