De Pamplona a Puente la Reina


Necesité un día para cubrir esa distancia y tuve unas condiciones meteorológicas excelentes, incluso calor al medio día.

Dejar Pamplona es como dejar cualquier otra capital: andar por calles asfaltadas, donde es tan fácil perderse como reengancharse gracias a la ayuda de los amables ciudadanos. Se ven muchos monumentos relativos al camino que antaño estaban a las afueras de la ciudad y que se ha tragado el aumento demográfico. Me llamó la atención, casi al llegar a Cizur Menor, la Universidad de Pamplona, cuyos manuales me enseñaron Java hace ya 5 años y que ahora tenía delante mío.

Luego subí al alto del perdón, el primer puerto, donde me esperaba un monumento bidimensional y un senegalés repartiendo propaganda de un albergue privado (El senegalés había subido en coche), a parte de rachas y rachas de viento. Sentí un poco de vergüenza al ser superado continuamente por jubilados de la capital que andaban mucho más rápido que yo. Este punto divide el camino de las Estrellas con el camino del Viento.

Una vez arriba empiezan los pueblos pequeños y a inflarse los precios de los menús, comidas u otras cosas que el local no necesitara pero el peregrino sí. Me sorprendió el número de inmigrantes que atienden en tiendas de pueblos remotamente perdidos. También me sorprendió lo divertidas que son las personas aquí; me paré a hablar sobre calabazas con un hombre que paseaba la suya alegremente con una carreta:

 - Allí en las montañas, hay un vasco que cultivó una de 400kg
 - ¿En serio?- contesté yo
 - Y después se la comió - me contestó riendo mientras se metía hacia dentro de su casa.

Primeros paisajes rurales de Navarra

En el camino de bajada abundan las piedras, y es arriesgado bajarlo "a la torera". No me topé con el suelo pero si con el primer apocalíptico del camino. Los apocalípticos son esa clase de gente que se ven en la misión de recorrer el camino informando de una revelación que tuvieron y la verdad: hay más de los que pensaba. Este en concreto era un peruano residente en España que me paró, y mirando el suelo, como quien comparte un chivatazo, me dijo "Papito [Diós], está a punto de llegar". Como apocalíptico no fue de los más particulares, pero fue el primero, para Hercolabus aún faltarían días, igual que para el templario de Manjarín.

Yo posando delante de un pueblo abandonado

Hora de pasear las ovejas

Ya a punto de llegar a Puente de la Reina me puse a contemplar un caserío impresionante. Agarré al primer transeúnte (una abuela con su nieto saliendo del colegio) y le pregunté que sabía de la casa. Solo me dijo que pertenecía a una familia que vive en Pamplona, propietaria de tierras y que solo se vienen al pueblo para la cosecha. España, sigue siendo un país de caciques.

Pronto después llegaría al final de mi primera etapa, Puente de la Reina, punto de unión del Camino Francés con el Aragonés y sustentadora de iglesias y un casco histórico antiguo y entrañable. Y lo más sorprendente, un puente larguísimo, que según la tradición, debe ser cruzado descalzo.

En este pueblo tomé el primer contacto visual con las personas que después fueron mis compañeros más entrañables y que con más amor recuerdo.

Por otro lado, en este pueblo conocí los efectos místicos de este camino en boca de otra persona, una americana que hace tres meses y después de tener una visión, compró un billete para Francia y empezó el camino, que ahora ya estaba haciendo de vuelta. También conocí a un sueco que se parecía a Alexander Supertram de la película Into The Wild y que lo hacía con su perro al más puro estilo aventurero, durmiendo al ras todos los días. La Sra.I, la Sra.R y el Sr.J también fueron vistos aquí por primera vez.

De aquí en adelante tampoco me olvidaré del olor de los pimientos asados y de las ristas desecandose en los balcones.

Puente de la Reina

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