De Oporto debía saltar a Lisboa, donde me hospedaría en casa de un nuevo couchsurfer. Pero un día antes recibí un mensaje de un "vagabundo" canario. "Pásate por Cuimbra, es muy bonito y por allí pasean mis antepasados" y hombre, ciudades bonitas tendría oportunidad de ver más adelante pero el arte de buscar los antepasados de un compañero de camino merecían un alto.
La ciudad saca el aliento. Cargando la mochila llegué hasta lo más alto, la Universidad de Cuimbra, cuyo aspecto en estado de deterioro y con paredes descorchadas contrastaba con las chicas portuguesas, quien en media dedican dos horas en arreglarse (según un estudio realizado por mi mismo).
Las vistas eran espectaculares y daba lástima tener que bajar. Unas calles adoquinadas hacía abajo, junto edificios medio en ruinas, cañerías de plomo rotas y propagandas en azulejos completaban una bella estampa difícil de olvidar.
Abajo, al lado del río, hay calles donde H&M y todo el abanico del grupo Inditex compiten por deteriorar edificios históricos espectaculares.
Me faltaba ver poco más de Cuimbra pero estaba oscureciendo y tenía la noche programada en Lisboa. Al llegar a la estación un hombre me pidió ayuda económica. El hombre parecía un Obelix después de una liposucción: alto, flaco, bigotes castaños, manos enormes y dedos como churros.
Si algo aprendí en el viaje es que los mendigos pueden resultar divertidos y educadores. Todos tienen una causa por la que se echaron a la carretera, aunque a veces cuesta un poco sacarle la verdad. El presente se trataba de un holandés que viajaba por el mundo trabajando gratis en instituciones que ayudaran a la sociedad, había tenido algunos problemas con su familia y estaba algo deprimido aunque me confesó que él era una persona muy feliz y que era capaz de hacer muy feliz a la gente. Pero que un día, no hace mucho, en el Algarve, había conocido una chica con la que compartieron unos vinos. Una vez se les había nublado la vista ella había accedido a pasar la noche. Él se quedó dormido y al despertar había perdido las cosas de valor a la vez que los 700 euros que llevaba consigo y la chica. Así rondaba por el mundo, mientas conseguía los 170 euros para volver a Holanda, antes de que llegase el frío.
Me supo mal no poder contribuir a su causa más que con una lata de atún y cuando el me dijo: "ves tranquilo al lavabo, yo te guardo la mochila" sentí mucha más lástima: no solo le habían robado con un método absurdo, sino que no tenía la gracia para llevarlo a cabo.
La ciudad saca el aliento. Cargando la mochila llegué hasta lo más alto, la Universidad de Cuimbra, cuyo aspecto en estado de deterioro y con paredes descorchadas contrastaba con las chicas portuguesas, quien en media dedican dos horas en arreglarse (según un estudio realizado por mi mismo).
Las vistas eran espectaculares y daba lástima tener que bajar. Unas calles adoquinadas hacía abajo, junto edificios medio en ruinas, cañerías de plomo rotas y propagandas en azulejos completaban una bella estampa difícil de olvidar.
Abajo, al lado del río, hay calles donde H&M y todo el abanico del grupo Inditex compiten por deteriorar edificios históricos espectaculares.
Me faltaba ver poco más de Cuimbra pero estaba oscureciendo y tenía la noche programada en Lisboa. Al llegar a la estación un hombre me pidió ayuda económica. El hombre parecía un Obelix después de una liposucción: alto, flaco, bigotes castaños, manos enormes y dedos como churros.
Si algo aprendí en el viaje es que los mendigos pueden resultar divertidos y educadores. Todos tienen una causa por la que se echaron a la carretera, aunque a veces cuesta un poco sacarle la verdad. El presente se trataba de un holandés que viajaba por el mundo trabajando gratis en instituciones que ayudaran a la sociedad, había tenido algunos problemas con su familia y estaba algo deprimido aunque me confesó que él era una persona muy feliz y que era capaz de hacer muy feliz a la gente. Pero que un día, no hace mucho, en el Algarve, había conocido una chica con la que compartieron unos vinos. Una vez se les había nublado la vista ella había accedido a pasar la noche. Él se quedó dormido y al despertar había perdido las cosas de valor a la vez que los 700 euros que llevaba consigo y la chica. Así rondaba por el mundo, mientas conseguía los 170 euros para volver a Holanda, antes de que llegase el frío.
Me supo mal no poder contribuir a su causa más que con una lata de atún y cuando el me dijo: "ves tranquilo al lavabo, yo te guardo la mochila" sentí mucha más lástima: no solo le habían robado con un método absurdo, sino que no tenía la gracia para llevarlo a cabo.
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