De Sarria a Santiago quedaba muy pocos días y la ansia por pisar el O Bradoiro empezaba a asfixiarme. Sentí que después de tantas anécdotas, esfuerzos y sufrimientos ya no podría sentir nada más, que las emociones fuertes se reservaban a la rampa final antes de entrar a la plaza. La visualización de verme a mi mismo, como protagonista de una película, entrando triunfal por el pórtico, se repetían más frecuentemente que nunca.
Desde aquí se entrega la compostelana
Ese mismo día, crucé el mojón que anunciaba los últimos 100 km. lo que significaban 620 km. y 27 días de entrega a la contemplación, el aprendizaje abstracto, la mimetización con la naturaleza y el continuo compartimiento de camas, comida y secretos.
Galicia, me mostró como de fuerte puede llegar a ser los hombres y sobretodo las mujeres. Aquí el campo aun ser fértil es duro. Las aldeas están unidas por pequeños senderos bordeados con muros de piedra negra. Y resisten desde antaño, siguiendo los trazos que los celtas sembraron.
En Puerto Marín un pantano casi desnudo mostraba los fundamentos de un pueblo fantasmal mientras en lo alto de la loma una iglesia fortificada respirada aliviada por la suerte que había corrido, me sorprendió que en los espacios públicos hubiesen manzanos tan dulces.
En Melide comí el tradicional pulpo. Y después de ello anduve toda la tarde por bosques de eucalipto. El eucalipto se empezó a sembrar para producir papel. El problema es que se ha extendido más de lo deseado, destruyendo el bosque de roble, hábitat de las meigas.
En si, el paisaje vuelve a ser monótono enseguida y la sensación de estar apunto de conseguir algo largamente deseado y costoso, asfixiante.
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