De Burgos a Hornillos del Camino: los dos planos de la vida


Dos grados de calor marcaba el termómetro cuando abandonamos el albergue esa mañana. Pero no sentíamos el más mínimo frío. Quizás era un sensor sesgado más, igual que las noticias que informan del indice de delincuencia, inclemencias, terrorismo, enfermedades... y otros factores que atan a los cobardes a las sillas de sus cegueras.

Un sevillano se nos unió y pronto otra americana, junto a A. no sumábamos los cien años. Era la primera y última vez que anduve con gente de mi edad y todos mostrábamos una actitud con la vida desafiante, mordible y por supuesto accesible a todos nuestros sueños. Viendo a personas mayores y más acomodadas me ha hecho pensar que el miedo es un signo de madurez, o la madurez un signo del miedo.



El tramo que anduve fue una vez la primera etapa de un camino fallido hace dos años. En ese día se interpusieron recuerdos y presente. Recuerdos distorsionados y un presente el cual gozaba y que era, por aquel entonces, la única posesión que tenía.


Se sucedieron pueblos cada vez más desarrapados. Las primeras casas de adobo y piedra. Las tiendas ambulantes en camiones que anunciaban su llegada a bocinazos. Los viejos al Sol silbando a las muchachas. Carreteras donde apenas pasaban coches. Fuentes con agua deliciosa y fresca. Y una vista que alcanzaba el horizonte de esta gran planicie donde las nubes reflejaban clapas de tiniebla y luz doquier.

Esa noche dormí en Hornillos del Camino, pueblo creado antaño para cobijar a los peregrinos y que está formado por una calle llamada Camino Real, una única tienda y un riachuelo fenomenal para la siesta.

Una mujer paseaba con un cubo lleno de comida por la única calle del pueblo:
- Buenos tardes tenga usted... el albergue?
- Como que buenos tardes, ustedes ya han comido?
Los ojos se giraron hacia el cubo de comida mientras la barriga sonaba a tormenta.
- Pues no, estamos muertos de hambre.
- Aquí tenemos la costumbre de solo dar las buenas tardes después de comer- Mientras la mujer miraba a la australiana que no entendía ni una palabra, el sevillano y yo tomábamos conciencia que tampoco ella nos iba a dar comida.
La fulana le preguntó a A. si le entendía y nosotros le dijimos que no porque era Australiana.
- Mira usted, tantos años yo en el albergue y no he aprendido una palabra de FRANCÉS!!!

En ese momento me pareció muy gracioso que esa mujer no supiera que en Australia se hablara inglés. Pero pensándolo bien, esa mujer de 70 años reunía un conjunto de conocimientos por lo cuales yo me rendiría a sus pies en caso de necesidad: criar gallinas, hacer conservas, fecundar la tierra,... y yo solo sabía que en Australia se hablaba inglés mientras ella sabría subsistir si fuera el único ser vivo de la tierra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario