Sahagún: dos formas de entender la vida



Sahagún es un pueblo inapropiado por su localización. Es grande, tiene industria, incluso gente joven y algún "xalao" simpático. Y una broma de mal gusto al entrar a la villa, un rodeo absurdo para cruzar un arrollito por un puente romano de 2 o 3 metros.

Lavando un tenedor me encontré a un alemán con una pequeña mochila que había llegado a España hacía tres años a ritmo de "¿y porque no?". Fue en bicicleta hasta que se le rompió en Lyon, después autoestop y andando hasta los hoteles de la costa, cambió de profesión varias veces para poder recorrer el país como solo los pájaros saben hacer, estafado por empresarios avariciosos que no querían pagarle por su trabajo al cual no les guardaba ni el más mínimo rencor.
El bohemio de Sahagún, con su mochila y su 
rostro sin miedo

Iglesia en ruinas
 Otro hombre con una muleta en cada mano me paró "Buenos días peregrino" me dijo mirándome con su ojo catarático que hablaba 7 idiomas y que había estado en no se cuantos países compitiendo en deportes de montaña y algo más, y ahora tenía 80 años y era débil. Ese algo más era su colaboración en los servicios secretos franquistas, y todos los detalles que me dio me convenció de la certeza. Todo los transeúntes le saludaban medio en broma medio con cariño: "general" le chillaron desde una bicicleta... "comandante" mientras un hombre sonaba la bocina de un coche...

Ignorar una persona porque su apariencia es ruin nos priva de conocer a gente con una vida bien jugada, fuera de la rutina y los criterios aceptados del éxito. Y en general, los que más "normales" pretenden ser poco tienen que aportar. Los cementerios están llenos de gente que ya estuvo muerta en vida.

El rey Don Juan Carlos I estaba comiendo unos espárragos
a lo que alguien le preguntó "Están buenos?" y el rey les contestó 
"Buenos no, cojonudos"

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