Recuerdos en tazas


Tengo adicción al café desde que empecé a descubrir el mundo por el otro lado. Existe un placer inexplicable por sentir el calor de una taza en la palma de la mano mientras sorteas que dedo sacrificará su sensibilidad esa mañana.

El café con leche marcaba el yo que despertaba del mundo de los sueños para empezar a vivirlos.

El envoltorio del azucarillo llevaba el nombre de la ciudad donde despertaba. Otros detalles marcaban la diferencia: un vaso de cristal o una taza que imitaba la porcelana, un plato que la acompañase, chocolatinas, galletas o nada, el periódico: conservador o progresista, o simplemente deportivo, el ofrecimiento de incluir unas gotas de licor, la dulzura o la masculinidad de la camarera, el grado de iluminación de la estancia, la puerta entreabierta, las mesas de madera o de mármol y hierro forjado o plástico, la forma como se calentaba la habitación, la percepción de peligro o el grado de hospitalidad, el escudo del equipo de la ciudad, televisión o radio, espacio para poder estirar las piernas y sentarse mal… cada uno era único e irrepetible y fruto de la cultura de las gentes.

El café era industrial en todas partes, demasiada delicadez para los tiempos que corren. Chicoria a la que nos tienen acostumbrados primero desde la pérdida de las colonias y después por los años del hambre. Intentan envolverlo en colores vistosos, resaltar su origen geográfico, pero sigue siendo el mismo sucedáneo. Más de un siglo de sucedáneo. El derecho a un buen café se perdió en 1898.

Probablemente usted siente una sensación similar, casi mística, pero más concretamente, se basa en una adicción para estimular nuestra productividad. El polvo en ambas circunstancias es el mismo. Pero enfrente de la lonja de Vigo, a las 7 de la mañana, donde el Sol saldrá una hora más tarde que en Portlligat y fuera cae una lluvia fría y un periódico gallego enfrente, una mesa de mármol y unos pies estirados, descalzos, cuyos calcetines se calientan encima de un radiador, los colores del Celta de Vigo que no se destiñeron tras tantos años en segunda división. La puerta está entreabierta porque existe un porche delante, anterior a 1898, cuando los pescadores descargaban sus barcas allí mismo, donde el mar naturalmente limitaba. La radio dice que el paro sube y habla sobre las nuevas corrientes de migración. En si, el vaso que compartimos está igual de medio lleno de la misma sustancia que el medio vacío de las cafeterías de oficinas, talleres, lonjas y gasolineras.

Sin ir más lejos, una semana atrás aguardaba el calor frente la tramuntaneta que se había quedado en nada en el Cap de Creus. Una buena compañía, ahora sin techo, sin puerta, una hora después del amanecer, a la misma que lo hacía en Vigo, recorriendo una ruta con la vista entre el mar, sin sobre de azúcar ni plato, vasos de cristal, Portlligat, pescadores y embarcaciones clasistas de recreo.

Usted dirá como dedica el fruto de su trabajo, si en gasolina o en café. Y entiendan como esta adicción, mucho más extendida que probablemente el tabaco o el alcohol, cuya olor es agradable, su intoxicación más longeva, su abstinencia menos desagradable y su evasión más discutible. Lleva en cada gota un milagro de todas las mañanas y un acto que muchos compartimos, como el de abrir los ojos o el de poner los pies en el suelo.


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