Banana Split

La parada de bus de la estación de Zadar no puede esconder la melancólica estacionedad de sus paradas. No es muy grande, está casi vacía y no hay comercios cerca. Un comercio útil hubiese sido un dispensador de Biodraminas, porque amigos míos, se acercan curvas.

La primera hora se pasa bien, haciendo "ohhh!!!" cada vez que nos acercamos a una bahía, o se ve un pequeño archielago a lo lejos o una pequeña isla con alguna iglesia centenaria. Pero el autobús empieza a iterar en la entrada y salida de pueblos calcados, masificados y feos. Es cuando nos acercamos a Split y paramos 1 minuto en Trogir, cuando se huele la arquitectura y la cultura como un perro huele una pollería desde el otro lado del cristal.

Split se desnuda a una hora para el amenecer en el momento en que ciudad empieza a latir. Una intermediaria argentina nos quiere alquilar una habitación:  "yo vine aquí por un buen caballo, y valió la pena, pero el caballo se fué y me dejó sola". No parece para nada de fiar. "Vuestro hostel está en el quinoto". Me alejo de ella con ganas de averiguar si en Croacia es legal pegarle un guantazo a un argentino con tal que se calle.

Mi primer contacto con la fachada marítima del palacio diocleciano fue orgásmico. Generaciones habían aprovechado la estructura de esta excentricidad imperial para construir casas, iglesias y más actualmente restaurantes pijos. Seguimos andando por calles antiguas hasta que se acabó el suelo de los cascos históricos. Entonces una luz se abrió al pasar por un portal, habíamos llegado al hostel y una tortuga nos dió la bienvenida.

En el "Split Guesthouse Hostel" me sentí el viajero que no soy. Solo un trabajador, un propietario enamorado de su trabajo y miedo loco quien colecciona por las paredes dedicatorias de sus clientes y en la cocina ingredientes de primera para sus inquilinos. Dedica 20 minutos en explicarte cómicamente como es la ciudad, tiene fotos, mapas y chistes, se sabe la alineación del Barça desde los tiempos de Romario y canciones de los Gipsy Kings (tío, que son franceses, a ver si hos enterais ya!!), así como frases aprendidas en telenovelas mejicanas. De él aprendo la felicidad que proporciona ser el propietario de un trabajo que amas. Y también la felicidad de que te traiga unos donnuts para desayunar gratis por toda la cara.

La primera visita que hicimos fue la de subir hasta el mirador del Setalste Luke Botica. Desde allí se veían los barcos regulares hacia las islas y la costa italiana, así como los cruceros y otros barcos más elitistas. En lugar de la prima de riesgo vimos la grandez del palacio diocleciano, el cual, a pesar de haber transcurrido casi 2000 años seguía impresionando. Como debía ser para un granjero del siglo V encontrarse tal monstruosidad de piedra? 

Por unas escalinatas llegamos al restaurante Fife y que se encuentra al final del paseo marítimo. Muy pocas veces pondré el nombre de un restaurante, puesto que no quiero promocionar las iniciativas privadas con ánimo de lucro, pero ese lugar es el mejor de todos los que puedes encontrar en Split si quieres las tres B's (Bueno, Bonito y Barato). Es tan bueno que deberás compartir mesa con desconocidos, en nuestro caso tres turcos que salían del Exit Festival de Novi Sad. No lo sabía, pero la bolsa con los restos de la cena se le llama "Doggy Bag".

Ese jueves por la noche nos regaló el festival de Salsa de la ciudad, donde diferentes parejas de profesionales de los Balcanes humillaban a todos los que creían moverse bien. También presentaron a un grupo de bailarinas chulitas, pero que bailaban fatal, para nada sincronizadas, y vestíadas como chonis, creo que más de uno se dió cuenta de eso.

Dentro del palacio Diocleciano un par de guitarristas deban un concierto: Simon & Garfunkel, Eric Clapton, y por supuesta "ay si eu te pego". Me fijé en un camarero puesto que a pesar de ser casi las tres de la mañana al día siguiente, a la hora de desayunar seguía allí. A la noche siguiente, el mismo escenario era aprovechado para representar una ópera. Para este acto si que se tenía que pagar, pero silenciosamente nos colamos por el "backstage", que confiadamente habían dejado abierto.

Para poder acabar de exprimir esta ciudad tomamos un barco hasta Supratar, de allí llegamos hasta la playa de Bog, una ciudad veraniega que casi no vale la pena visitar ya que Supratar es capaz de darte todo. El taxi era un cachondo: "my name is Pedro Gonzalez", en su tarjeta ponía Petrus Gonsavic" o algo así. En la playa de Boc todo es carísimo, tan caro que legitimamos "coger" algo de pan, o mearse a escondidas en la montaña (esto último no se hizo, pero también está justificado).

Volver por la tarde y ver como Split se incendiaba bajo el amanecer fue una de las cosas más maravillosas que me han pasado en la vida. Daba lástima irse de esa ciudad también viva y bella, pero todo se trata en irse, hasta que un día te vas para siempre, como todos tenemos la costumbre de hacer e intentar prolongar. En la parada del bus un cura italiano estaba superexcitado porque iría a ver la virgen de Medjougore. Yo empezaba a marearme como en esas excursiones a la montaña que uno hace a los 7 años puesto que habían curvas y faltaba el aire acondicionado.

Crucé la frontera con miedo de que me hicieran bajar del autobús, pero no pasó nada, solo un resumen de lo mejor y de lo peor que había escuchado de este país pasaba por mi cabeza. Una vez se estás en Bosnia se sigue el río Nereva, donde domingueros comen asado de cordero y ignoran los huecos de la metralla en sus casas. Más arriba, nos hacen bajar del autobús y nos subimos a otro, con aire acondicionado. Me doy cuenta que he perdido mi tiquet y el nuevo revisor me perdona mi descuido ya que ni él se esforzaba en hacerse entender ni yo en hablar otra lengua que no fuera el catalán. El nuevo autobús tenía aire acondicionado y los asientos eran más anchos. Cuesta reconocerlo, y más admitirlo, pero en estas condiciones de confort todo parece menos penoso y tercermundista.

En estas condiciones entré en Mostar. Al principio no parecía nada del otro mundo, pero cuando tomamos la calle aun, casi 20 años después, derruida, que iba hacia el centro, empecé a sentirme mal. Pero el peor momento fue cuando cruzamos un gran cementerio musulmán cuyas lápidas marcaban el mismo año y con solo unos pocos meses de diferencia 1993, para aquel entonces yo no me preocupaba más que por jugar mientras que aquí asesinaban a civiles. Los siguientes 5 minutos fueron horribles y me sentía estúpido por volver a superar por estúpido el límite de lo que podía tolerar. Cuando bajé del autobús me recibieron 42 grados, y solo pensaba en escapar, pero otra vez, los acontecimientos volverían a darme una lección.




Supratar desde el mar


Iglesia en Supratar


Split GuestHouse & Hostel.

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