Blanco Zadar

Creía que el Mediterráneo era un mar menor, es decir, que debido a su pequeña envergadura todas las orillas compartían un carácter común, a pesar de los matices religiosos y nacionales. Pero descubrí que el Adriático aun ejemplificaba mejor las dimensiones, hasta el punto de no saber si estaba en Italia o en Croacia. Dalmacia y sus archipiélagos se forzaron a raíz de independencias y vasallajes durante siglos, entre los diferentes reinos italianos y las tribus eslavas que se repartían el botín de un imperio estocado por los otomanos y ahora sometida al turista común italiano.

Por la ventana del autobús los intermediarios de habitaciones se peleaban para ser los más cercanos a la puerta. Eran mujeres que se fijaban en los rasgos faciales para adivinar de que nacionalidad éramos: "Españoles, ole, fútbol, Barça, viva, viva, tengo españoles en mi casa!!" evidentemente esas mujeres habían desarrollado las mejores técnicas para conseguir atraer a turistas de todas las nacionalidades, evidente no decía: "Españoles, Gescartera, siesta, rescate, crisis, corrupción, padre Apeles!!!!" al 99% por ciento de los españoles y probablemente italianos también adorarían conocer a más gente de su país fuera de su país para no extrañar nuestras perfectas y orgullosa forma de ser, y de esta forma la intermediaria se llevaría al 99% de los españoles hasta su casa, pero a mi se me quedó la misma cara que cuando tenía 14 años y viajé a Verona para que un vendedor de gas de sol de imitación me dijese que me parecía a Bustamante.

Un taxista nos hacía una oferta: 40 kunas (7euros), por llevarnos al centro. Le pregunté a un chico que allí estaba si esa cantidad era justa: "Si os esperáis cinco minutos os llevo yo gratis", "pero vas hacia allá?", "no, que va, solo os quiero ayudar". Y así fue, con música en la radio y las ventanas bajadas como llegamos al centro de Zadar. El chico nos contó que no quería estudiar en la universidad porque no servía para nada y que aquí trabajan 2 meses y que con eso podían dormir el resto del año. La verdad que era un cachondo y se sabía de memoria la alineación del Barça, quizás desde la época de Romario. También se quejó de la corrupción en su país y nos habló de como varios expolíticos se encontraban en tribunales.

El centro de Zadar es precioso, muy pequeño pero con carácter, todo lo contrario que Dubrovnick, que es grande pero la gente te habla como si se le acabara de morir la madre. Hay unas calles con edificios nuevos imitando el estilo antiguo, que son bastantes deprimentes, probablemente la especulación turística les llevó a reparar los agujeros de la guerra con ladrillo, en lugar de la piedra blanca, limpia y gastada que cubre las calles.

El hostel se esconde al final de un pasillo escondido, muy fácil de pasar por alto, se suben unas escaleras sobreacogedoras y somos tratados con una gran amabilidad. Pero el momento especial es cuando abrimos la ventana y vemos este amanecer




El aire se podía comer, el olor a frito era encantador. Costó un poco encontrar un lugar donde pudiéramos comer la cantidad merecida a un precio razonable. Pero valió la pena.

Por aquellos días la ciudad celebraba algo parecido a un hermanamiento con el pueblo israelí y había actividades por el casco viejo. La ciudad parece otra de noche y es entretenido pillar el puntillo bebiéndose todos los chupitos gratuitos que te ofrecían de Maraska, un licor del país.

Hay dos cosas que te regala la noche. La primera descubrir que al final de la isla se habían instalado una especie de silbatos que funcionaban con las olas del mar. También se flipa con las luces del suelo, en el mundo he visto nada igual.

Por lo demás poco que contar. Hay una iglesia convertida en tienda de suvenir, vale la pena pagar por subir a la torre en la plaza del Foro y el museo de arqueología tiene la segunda planta cerrada y no hay ni un cartel que te lo avise. Por todo lo demás poco que contar o ya lo he olvidado. Hasta pronto.

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