Cuando desperté el mar seguía allí, bramando como lo hizo durante toda la noche.
El apetecible rumor de las olas se había filtrado poco a poco en un mundo de pesadillas submarinas hasta transformar mi primera noche en una situación poco agradable a la que me había de afrontar.
La última persona con la que había hablado era un fotógrafo aficionado quien buscaba el momento especial para disparar sobre las casas de madera. Él tenía el conocimiento y la técnica para que la luna, la espuma de mar y las rocas le mostraran una belleza aun más grande que la que se me mostraba a mi. Sin estar drogado lo sorprendí debajo de un pequeño túnel, iluminando sus paredes dentro de una fotografía de larga obturación. Jadeando cambiaba un filtro por otro y emocionado le presté mi linterna para colaborar con su obra y también con la obligación de apretar el botón del artefacto.
Para culminar el surrealismo, alguien había decidido arar la arena, haciendo el tendido de la tienda una quimera. Mi desilusión coincidió con el coíto de unos veinteañeros a escasos metros del mar y a otros tantos pocos de mi. El milagro se hizo presente al encontrar cerca de la pared de las vías del tren una pequeña superficie de arena que un predecesor mío había arreglado quizás la noche anterior. Varios meses después el mesonero de l'Arboç afirmaba que muy pocos caminantes pasaban por allí en travesía.
Al despertar todo había desaparecido, menos el mar y el miedo, la pareja apasionada, el fotógrafo y el reflejo de la luna en la mar. En su lugar, unos hombres en trajes de neopreno y arpón entraban y salían del agua. Uno de ellos se me acercó, "oye chico, no tendrás un cigarro? Has dormido allí?", "no, no tengo". Que un buceador salga del agua para pedirte un cigarro no es algo que pase todos los días. Pero el tío tenía ganas de contarme que era buceador. "Tío, vengo a pescar aquí pero es una mierda, mucha gente, mucha gente. Duermes aquí?". Era evidente que se trataba de uno de esos canis que en lugar de cerebro tienen una palomita enganchada con una cuerda a sus orejas dentro de la cavidad craneal. Pero después de cada pregunta sobre mi pernotación, en lugar de esperar mi respuesta recibía otra sentencia sobre su afición a la pesca. "Pareces un buen tipo, me guardas el arpón mientras voy a por maría al coche?, es caro, fumado me gusta más bucear".
Vale, todo el mundo tiene su forma de jugarse la vida, infartándose en una vida de mierda, muriéndose de sed en un macizo costero o manejando un arpón fumado. Y todas ellas son respetables y cuestionables. Debía parecerle un idiota para él, cruzando por nada y en soledad la montaña. Entre frase y frase sobre buceo me preguntó a que me dedicaba, preferí decirle que era un desempleado. "Desde hace cuando?", "Un año", le contesté, me miró a los ojos y se rió, "Yo solo medio, que pringao eres, venga, mucha suerte".
Playa del Garraf desde el Norte |
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