Cruzando el estrecho dejaba atrás
un viaje para quinceañeros, el país donde nací, con una lengua que conocía y
una cultura que a pesar de sorprenderme, conocía de sobras. Pero también tenía
un pasaporte y una red de comisarías y hospitales donde podía acudir y que
confortaba saberlo. También cruzaba un mar sabiendo que en el otro lado se
perdería la cobertura de mi teléfono móvil con conexión 3G y su infinidad de
soluciones para necesidades que antes no tenía.
Por si ustedes no lo sabían, desde África se ve Europa. No es solo desde el punto geográfico, sino espiritual con una doble cara entre admiración, inferioridad y ganas de revancha. Y como no era de esperar, solo pisar Marruecos me convertí en un Dollar ambulante.
Llegué a Tanger Med, una de las mejores pruebas de que el mundo no está en crisis. Tanger Med es un nuevo complejo portuario para el transporte de mercancías y pasajeros con el que este país puede exportar al primer mundo las mercancías producidas con salarios esclavistas, para poder llegar a ser un día un país más del club, y entonces, el show se habrá acabado y le tocará a Mauritania. Aun se puede llegar al corazón de Tánger, saliendo desde Tarifa, pero también existe una línea gratuita de autobús que une Tanger Med con la ciudad, donde me encontré a unos camioneros de Sevilla, pero antes de hablar de los camioneros voy a hablar de la recepción que el gobierno de Marruecos tenía para mi.
Con los vientos del estrecho me quedé dormido en la cubierta del buque, viendo como un continente se hacía cada vez más grande. Despertaba y hacía la cola para salir de una infraestructura sobre dimensionada diseñada para las aglomeraciones veraniegas. Pero el policía miraba mi pasaporte, una vez, otra y la última, era el último pasajero y no tenía ninguna estampa del policía aduanero, no podía dejarme entrar al país, y habían dos soluciones, la rápida, y la corta, ¿saben de que les hablo?, su sonrisa mellada me hacía entender que estaba perdido. Le decía al encargado del buque, llévatelo, y volvía al barco, vapuleado por el encargado, "Lo hemos dicho bien fuerte y muchas veces por megafonía".
Y ahora los camioneros de Sevilla, quienes tenían el camión bien aparcadito y se iban de fiesta a "La playa" el barrio costero y de perversión de la ciudad, porque si, Tánger es una ciudad de locura. "Mira chico, allí, al lado del puerto, puedes conseguir hoteles por 5 euros", "y nosotros vamos a cenar, y éste de putas". Nos reímos los 40km que quedaban.
El autobús me dejó en una rotonda llena de banderazas de Marruecos. Y allí me esperaba mi primer guía, un hombre quien me acompaño a mí y a dos occidentales hasta el hotel, se le veía un hombre bien culto, con un paraguas, sombrero de aventurero y un perfecto dominio del español y el inglés. Y mi compañera occidental decía, "no hables con él, solo quiere tu dinero, tomemos un taxi", y yo "que si el dice que el hotel está aquí al lado hay que confiar en él, AQUÍ LA GENTE ES ASÍ DE SOLIDARIA", a la vez me disculpaba por su actitud enfrente del hombre, "viene de Estados Unidos, allí nadie se ayuda". Llegamos al hotel, descargámos y en la puerta me esperaba él como quien espera la visita del médico: "¿puedo invitarle a cenar?", "Mire, yo ya he cenado, pero puedes comer bien aquí", me llevó a un mirador donde los niños jugaban a futbol, juraría que ya había visto esa misma escena en un reportaje sobre Palestina. Hacía arriba se veían los pisos superiores del Hafa Café y hacía abajo el antiguo puerto y los restaurantes y discotecas de "La Playa".
Entonces fue cuando me hizo la pirula y me pidió dinero, así que esa imagen idónea del marroquí generoso que tanto recordaba se me fue al carajo, "solo 150 dírhams, para el taxi y ya está". Cuando le pagué 50 me dijo: "voy un momento allí, tengo que mirar un barco", que cosa más curiosa, que coño hacía yendo a mirar un barco. Lo vi hablando con un chico en la sombra, de esos que no tienen buena pinta y yo desaparecí.
Había escuchado mil historias de Tánger, y aunque Marruecos habitara en mi corazón desde el verano de 2009 sentí un sentimiento que aun no había tenido en todo el viaje: MIEDO. No me acordaba como llegar hasta el hotel y cualquier persona parecía sospechosa, y no me atrevía a andar en las callejuelas de la Medina que estuvieran despobladas. Y por si era poco todo olía a Hachís y Kéfir.
Al llegar al hotel hablé con el propietario galés. "No te sientas mal, en Marruecos no hay Seguridad Social, ese hombre no tenía mala pinta, seguro que ese dinero se lo gastará bien". También me acuerdo muy bien de otra frase suya "la segunda vez que vine a Marruecos me compré una casa".
Al día siguiente, a la luz del día todo era muy diferente, mucho más seguro y occidental. Un taxi me llevó hasta la estación y el tren hasta Salem, donde ya me estaban esperando.
Por si ustedes no lo sabían, desde África se ve Europa. No es solo desde el punto geográfico, sino espiritual con una doble cara entre admiración, inferioridad y ganas de revancha. Y como no era de esperar, solo pisar Marruecos me convertí en un Dollar ambulante.
Llegué a Tanger Med, una de las mejores pruebas de que el mundo no está en crisis. Tanger Med es un nuevo complejo portuario para el transporte de mercancías y pasajeros con el que este país puede exportar al primer mundo las mercancías producidas con salarios esclavistas, para poder llegar a ser un día un país más del club, y entonces, el show se habrá acabado y le tocará a Mauritania. Aun se puede llegar al corazón de Tánger, saliendo desde Tarifa, pero también existe una línea gratuita de autobús que une Tanger Med con la ciudad, donde me encontré a unos camioneros de Sevilla, pero antes de hablar de los camioneros voy a hablar de la recepción que el gobierno de Marruecos tenía para mi.
Con los vientos del estrecho me quedé dormido en la cubierta del buque, viendo como un continente se hacía cada vez más grande. Despertaba y hacía la cola para salir de una infraestructura sobre dimensionada diseñada para las aglomeraciones veraniegas. Pero el policía miraba mi pasaporte, una vez, otra y la última, era el último pasajero y no tenía ninguna estampa del policía aduanero, no podía dejarme entrar al país, y habían dos soluciones, la rápida, y la corta, ¿saben de que les hablo?, su sonrisa mellada me hacía entender que estaba perdido. Le decía al encargado del buque, llévatelo, y volvía al barco, vapuleado por el encargado, "Lo hemos dicho bien fuerte y muchas veces por megafonía".
Y ahora los camioneros de Sevilla, quienes tenían el camión bien aparcadito y se iban de fiesta a "La playa" el barrio costero y de perversión de la ciudad, porque si, Tánger es una ciudad de locura. "Mira chico, allí, al lado del puerto, puedes conseguir hoteles por 5 euros", "y nosotros vamos a cenar, y éste de putas". Nos reímos los 40km que quedaban.
El autobús me dejó en una rotonda llena de banderazas de Marruecos. Y allí me esperaba mi primer guía, un hombre quien me acompaño a mí y a dos occidentales hasta el hotel, se le veía un hombre bien culto, con un paraguas, sombrero de aventurero y un perfecto dominio del español y el inglés. Y mi compañera occidental decía, "no hables con él, solo quiere tu dinero, tomemos un taxi", y yo "que si el dice que el hotel está aquí al lado hay que confiar en él, AQUÍ LA GENTE ES ASÍ DE SOLIDARIA", a la vez me disculpaba por su actitud enfrente del hombre, "viene de Estados Unidos, allí nadie se ayuda". Llegamos al hotel, descargámos y en la puerta me esperaba él como quien espera la visita del médico: "¿puedo invitarle a cenar?", "Mire, yo ya he cenado, pero puedes comer bien aquí", me llevó a un mirador donde los niños jugaban a futbol, juraría que ya había visto esa misma escena en un reportaje sobre Palestina. Hacía arriba se veían los pisos superiores del Hafa Café y hacía abajo el antiguo puerto y los restaurantes y discotecas de "La Playa".
Entonces fue cuando me hizo la pirula y me pidió dinero, así que esa imagen idónea del marroquí generoso que tanto recordaba se me fue al carajo, "solo 150 dírhams, para el taxi y ya está". Cuando le pagué 50 me dijo: "voy un momento allí, tengo que mirar un barco", que cosa más curiosa, que coño hacía yendo a mirar un barco. Lo vi hablando con un chico en la sombra, de esos que no tienen buena pinta y yo desaparecí.
Había escuchado mil historias de Tánger, y aunque Marruecos habitara en mi corazón desde el verano de 2009 sentí un sentimiento que aun no había tenido en todo el viaje: MIEDO. No me acordaba como llegar hasta el hotel y cualquier persona parecía sospechosa, y no me atrevía a andar en las callejuelas de la Medina que estuvieran despobladas. Y por si era poco todo olía a Hachís y Kéfir.
Al llegar al hotel hablé con el propietario galés. "No te sientas mal, en Marruecos no hay Seguridad Social, ese hombre no tenía mala pinta, seguro que ese dinero se lo gastará bien". También me acuerdo muy bien de otra frase suya "la segunda vez que vine a Marruecos me compré una casa".
Al día siguiente, a la luz del día todo era muy diferente, mucho más seguro y occidental. Un taxi me llevó hasta la estación y el tren hasta Salem, donde ya me estaban esperando.
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