Una riad de verdad

El paisaje de un país se muestra más verdadero sobre las vías de un tren que sobre el asfalto. El tren se mueve por encima de un paisaje y cuando lo cruza el paisaje vuelve a ser el que era, en cambio, los intervalos entre coches pueden durar segundo y nunca deja descansar el paisaje, degradándolo.

En Bélgica, país pequeño pero con una red ejemplar, es la excepción que confirma la regla que los trenes, y en general, los medios de transporte son capaces de unir al país. Recuerdo que la mayoría de ciudadanos flamencos nunca habían visitado las ciudades valonas, y viceversa.

Aquí el colonialismo dotó a la región de dos líneas de tren, una desde el Mediterraneo, luego paralelo al Atlántico y por el interior hasta Marrakech. De Casablanca también sale la que va para Meknes y Fez. Una vez abandonado el cosmopolitanismo de Tánger se abrían unas grandes planicies, con pastores de rebaños, muchos de ellos muy niños, y otros muy viejos. Algunas estaciones están en medio de la nada y la gente baja y sube sin ningún andén. Los niños corren detrás de las ventas y saludan a los pasajeros, y se ríen mucho. Las estaciones que están en las afueras de la ciudad están llenas de basura y de hombres con pocas cosas que hacer. El paisaje no es para nada aburrido, y asombra la gran cantidad de kilómetros donde la playa aun está sin edificar. Luego se llega a Rabat y finalmente Salem, donde ya me estaban esperando.

Y voy a hablarles de quien me estaba esperando. Primero debo decir que en este viaje se han producido unos cuantos milagros, y uno de ellos fue conocer a I., un amigo de un amigo que me abrió las puertas de su casa, me presentó a sus amigos, su familia, su trabajo, su ciudad, y se cogió vacaciones para acompañarme hasta el desierto, y luego hasta Ouarzazate, subimos el Tubkal y nos despedimos en Marrakech, para volvernos a ver un par de días más tarde para despedirnos.

Un turista común se sentará estafado, engañado y sentirá desconfianza hacia la gente de este país, pero en verdad esta percepción se debe a todos los taxistas, guías, mendigos, vendedores, policías, hoteleros,... que se mueven alrededor de los turistas y que para nada representa la mayoría de esta población, que es hospitalaria y generosa.

En la casa de un marroquí se debe ir descalzo, para no pasar frío se anda encima de alfombras y para nada se debe de pisarlas con los zapatos de la calle. Normalmente son casas unifamiliares, estrechas pero de varias plantas, mucho más lujosas en el interior que en el exterior. Toda la familia come junta una cantidad de comida brutal, sobretodo en presencia de un invitado, quien puede comer hasta artarse y el eructo  como todos sabemos, está aceptado, pero no es para nada una muestra de agradecimiento por la comida recibida sino que se debe hacer solo si tienes gases. A media tarde se meriendan muchos dulces y se bebe el te, los dulces están hechos de almendra, pistacho y miel, también se comen aceitunas. La cena está compuesta por la harira, una sopa muy densa, luego va el taijine o cuscus, y la gente joven come bastante kefta, que es como un kebab, pero se compra la carne en una carniceria y enfrente hay un señor que te la cocina. Tengo que dedicar algún artículo a hablar de la gastronomía marroquí. El te a la menta es más propio del verano, cuando se puede recogerla, y si estás harto de te puedes pedir luisa, que en árabe también se llama así.

Algo que se puede hacer en una barriada de las afueras de una capital es ir a que te afeiten, y solo te costará 70 centimos de euro. Puedes jugar en un Arcade de los de antes, con PackMan, billares, dardos y música reagge. También puedes coger un gran taxi, que son esos Mercedes grandotes de los 80, donde la gente sube y baja en cualquier momento y se situan cuatro detrás y dos delante (más el conductor), para cogerlo solo tienes que situarte cerca del carril derecho y cuando pase un taxi tienes que señalar para arriba si quieres viajar hasta Rabat o hacia abajo si quieres quedarte en Salem. El taxista parará si le da la gana.

Camino a Rabat pasamos por la zona costera de Salem, donde mucha gente parece que sobrevive en la playa. Aunque el país parece que está saliendo adelante, con una juventud que pertenece a la primera generación que no quiere emigrar, aun queda una bolsa de población menguante dedica a la sobrevivencia cotidiana, a diferencia de la española, que crece.

La llegada a Rabat es digna de una capital, grandes avenidas llenas de palacios, teterías, y banderas del país. Me emocioné recordando la primera vez que llegué a esa ciudad 2 años atrás coincidiendo con el décimo aniversario de su rey toda engalanda con banderas rojas.

Entonces vi vestigios de la primavera árabe cuando unos trescientos jóvenes pedían a gritos un cambio en el sistema. Uno de ellos me dijo: "amigo, en ese café estuvo el Che". Algunas semillas son capaces de germinar aunque el árbol lleve muerto medio siglo.

Entonces conocí a los amigos de I., gente muy erudita y con un conocimiento del exterior espectacular. En la tetería ponían los Gipsy Kings, supongo que para ganarse alguna admiración. Enfrente, había un edificio blanco; era la catedral de Rabat, si amigos, una catedral en el centro de una capital árabe, y no habían pintadas, ni protestas, ni partidos apollardados pidiendo que la cerraran, !que lección señor Anglada!".

Volvimos a casa a pie y vi los nuevos tramvías, la nueva autopista, el nuevo puente. Fue un descanso depués de tanta crisis, y entonces fue cuando I. mirando un edificio nuevo en el puerto me miró y sonriendo dijo: "yo diseñé parte de eso". Caminamos por la Medina de Sale buscando palabras españolas de origen árabe.

La crisis no es un fenómeno global, se produce en esos países históricamente desarrollados que decidieron irse a producir en lugares donde las condiciones laborales no eran éticas. Entonces los antiguos trabajadores perdieron sus trabajos y dejaron de consumir mientras los nuevos pudieron ir ganando en calidad de vida y generando riqueza. Quizás, al fin y al cabo, la crisis sea más bien una restructuración de las riquezas y una forma de que todos volvamos a empezar de cero con las mismas oportunidades.




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