El día siguiente un coche vino a buscarnos a Salé, en ese pequeño C3 cuatro almas compartíamos el reducto con nuestras valijas y pronto se redujo aun más cuando una quinta se subió en Meknes.
Los viajes en Marruecos empiezan muy parecidos a Europa, asaltando la licorería. Aunque en Marruecos esto tiene algunos matices distintos. El Islam prohibe el alcohol (igual que culaquier otra cosa que dañe el cerebro) y a pesar de que el estado es confesional, y la práctica religiosa muy extendida, aquí se consume alcohol. Para adquirirlo fuimos a una gran supericie parecida a los InterMarche y en una pequeña tienda anexa compramos las botellas. Allí no hay mujeres y los hombres hacen el pedido rápido y sin hablar, igual que en la sección erótica de un videoclub.
Algo que recuerdo de la salida de Rabat fueron dos niños intentando abrir los camiones que se paraban en los semáforos y la poca luz de las carreteras principales.
Conducimos 7 horas a ritmo de Bob Dylan y una canción folklorica bereber hasta llegar a Errachidia. Incluso llamamos a la radio para decirles lo que estabamos haciendo. Al amanecer el paisaje había cambiado y ya no parecía estar en el Mabreg, sinó en pleno Sáhara en casa antiquísimas de barro que recordaban a Toukbuntú. Después llegamos a Merzouga, por una carretera llena de Jeeps y motos españolas y francesas. Por ese camino, viendo por primera vez las dunas del desierto más grande del mundo, sentí de nuevo encontrarme en una de las esquinas del mundo.
Llegamos al cámping África, y estaba vacío, dos motoristas vinieron rápido hacernos contraofertas, pero viendo que mis acompañantes eran marroquíes desistieron. No tenía ni idea de como había llegado allí ni como trascenderían los días. Pero ya sabía que esa experiencia iba a ser única y no había otra forma que ser valiente y seguir adelante. Al fin, había llegado al desierto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario