Zarva Budapest

En el aeropuerto de Barcelona se percibe el incesante aumento de pasajeros rusos. Es muy pronto en la mañana y ajustamos los bultos de nuestra mochila para pasar el estricto control de RyanAir, mucho más estricto que el policial, por el cual conseguimos pasar jabones líquidos, comida enlatada, cubiertos, un mechero, agua y hasta una navaja suiza.

Mientras desfilan familias herederas del bolchevismo ataviadas con sombreros mejicanos, uno de los souvenirs más populares de la ciudad condal. Nos paseamos por los Duty Free y compruebo que la evasión del impuesto no se ve reflejada para nada en el precio, si no en una ligera perturbación en la recaudación para las arcas del estado.

Cenicero y prohibicación de fumar en una misma puerta
Se abren las puertas del embarque y unos representantes de una agencia de viaje nos insisten para que participemos en el concurso de un viaje a la Capadocia. Si seguimos la suerte que dos parejas de amigos míos tuvieron en sendos viajes independientes a Hungria, a nosotros, también nos va a tocar la maravillosa estancia de 7 días (ya ves tu, si el dinero ahora lo regalan!).

Los trabajadores de RyanAir caen como buitres sobre los portadores de maletas rígidas para ver cuales de ellas van a tener que ser facturadas a un precio altisimo, nuestros macutos pasan sin problemas. Ya en el avión tomamos conciencia de la pequeña distancia que separa mis rodillas del asiento delantero y miro a mi alrededor para buscar alguien que estuviera pasando un calvario aun mayor. Me encuentro al veterano waterpolista olímpico Iván Pérez y a la selección nacional, donde el más bajito debía medir como mínimo dos metros.

Existen dos alternativas contrapuestas en la respuesta del cuerpo frente tanto estancamiento: el nerviosismo o caer en un profundo sueño. Gracias a Diós fue la segunda y al levantarme juraría haber visto el Cap de Creus, pero ya se trataba de la costa Croata. Poco después empezamos a descender y se observaban cada vez mejor pueblos idílicos y aislados uno de otros, ríos caudalosos y bosques inmensos. El avión vuela por encima de la capital húngara y gira a la derecha sobre el río Danubio, entonces se observa la planicie de Pest, la isla Margarita y el parlamento, en una estampa de ensueño.

Ejemplo de uñas Calipo
El aeropuerto no exige mucha explicación. Se agarra el autobús 200E hasta la última parada de la línea azul de metro. El billete es algo curioso, se trata de pequeños papelitos de papel de un solo uso y en el caso de quererse comprar diez se te ofrecen diez de estos papelitos grapados. Aunque fuera extremadamente tentador entrar por la puerta de atrás aprovechando la marabunta de gente preferimos ser prudentes.

En el bus empezamos a conocer la población local y una de sus modas más extendidas, el de prolongarse las uñas, afilarselas, pintarselas con al menos 5 colores y añadir cualquier complemento que te puedas imaginar. Existen dos versiones: las uñas Calipo, siguiendo la forma de un helado o las uñas Sugus, cortadas en línea recta. Aunque sus uñas asusten la actitud de las personas es muy amigable y tratan de ayudarte.

El metro parece una zapatería de los años 70. Los asientos son aterciopelados y una luz roja te avisa que las puertas se van a cerrar. Aunque todo parezca viejo el mantenimiento y la limpieza son impecables, igual que la actitud cívica de la gente que nos mira de reojo a este par de españolitos chillones. Una vez llegamos a la estación nos sorprende lo profundo que viaja el metro en esta ciudad, puesto que las escaleras mecanicas parecen remontar la altura de un edificio de 10 plantas. Las estaciones son tan profundas que no se te da la oportunidad de subir o bajar a pie.

Al llegar al final de las escaleras nos encontramos a tres revisores. Más adelante supimos que todas las estaciones, a pesar de no tener barreras a la hora de cobrar el tíquet, disponían de dos o tres revisores en la salida. Nosotros habíamos perdido uno de nuestros tíquets y empezó el nervisismo. No estaba en ningún bolsillo o cremallera y aunque intentamos darle varías veces el mismo tíquet al revisor, el viaje no empezaba con buen pié. Pronto, un grupo de 5 japoneses igual de despistados atrajo la atención del revisor y nosotros escurrimos el bulto.

El hostel esta cerca de la estación Keleti en un barrio algo desprimente por el número de borrachos que duermen bajo la sombra de algún arbol. El hall del hostel da miedo, mucho miedo, las paredes están totalmente descorchadas y el techo parcialmente roto, pero el piso totalmente acogedor y limpio. Supongo que en las culturas frías se tiende a embellecer el espacio íntimo.

Empezamos la visita a Budapest comprando los billetes para Zagreb y curiosamente, el billete de ida y vuelta sale más barato que el sencillo. La estación de tren está restaurada por fuera y supone uno de los puntos turísticos de la ciudad. Andando se pueden conocer los barrios de principio de siglo que la rodean. No destacan por una belleza espectacular, sino por una cautivadora ciudad demacrada fuera de los circuitos turísticos que guarda la escencia de la cotidianidad.

A medida que uno se acerca al río va encontrandose cada vez con más turistas. Desde los "bares en ruinas", centros culturales y étilicos donde se exibe arte callejero y alternativo hasta la otra orilla del río dificilmente se vuelve a escuchar el húngaro.

Puerta del ruin bar
También se puede pagar ocho euros en el Café Nueva York, si el camarero no te hecha por pobre. El antiguo café guarda una elegancia ausente de restauración desde hace quizás 70 años que bien vale la pena ser disfrutada más allá de si el grano procede de Colombia o es pura chicoria. Pero dentro apenas se ve algo que no sean familias de turistas (sin gorro mejicano).

Mejicanos y otras tantas nacionalidades nos las encontramos remojando los pies en un pequeño "balneario" en la plaza de Dake. Entonces ya estamos en el centro y la monumentalidad de los edificios era extraordinaria, sobretodo la Catedral. Un edificio altísimo en forma basilical donde los turistas nos apilabamos tras un cartel de "Tourist Stop".

Cartel de Tourist Stop dentro de la catedral


Una pequeña incidencia nos hizo buscar una farmacia, pero aunque veíamos cruces verdes en todos lados y las luces de su interior encendidas ninguna de ellas estaba abierta. Zarva!!!! (Cerrado en húngaro). Las personas a las que pedimos ayuda eran turistas tan perdidos como nosotros o ciudadanos con tan poca idea de inglés o español como nosotros de húngaro. Finalmente dimos en el clavo y alguién nos pudo ayudar, de repente nos sorprendió su: "de que parte de España sois?¿" se trataba de una zaragozana muy agradable y residente en la ciudad desde hacía 5 años que nos llevó casi de la mano hasta la puerta de la farmacia de guardia. Pero el cartel de "zarva" volvía a colgar en la puerta.



Sillas flotando en los ruins bars

Julito te acompaña

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