El policía aduanero me deseaba un buen día. Otra vez en Europa, Algeciras era la parte norte de un puente intercontinental en la cual tenía de nuevo cobertura 3G en el móvil. Una vuelta por la ciudad natal de Paco de Lucía fue la cosa más interesante mientras esperaba el autobús que bordeaba la bahía hasta La Línea. Esta espera me hizo percatar la subida de precios respeto los ya adecuádamanete hinchados para mi en Marruecos, sin duda, volvía a ser pobre y debía repensar dos (o incluso tres veces) cualquier decisión económica. Esta sensación es muy amarga.
El macizo montañoso de Gibraltar era más espectacular de lo que se puede apreciar por televisión. Este pequeño reducto británico, fruto histórico de 1000 años de guerras ininterrumpidas en Europa, era una de esas Rara Avis que todo el mundo debe visitar una vez en la vida. En si, me sentía como en un pueblo más de Andalucía, pero como si se tratara del mundo al revés.
La frontera parecía unas casillas de peaje. En el lado español había un montón de propaganda sobre los establecimientos Tax Free del lado de Gibraltar y una estatua homenajeaba a los trabajadores españoles que se ganaban la vida para saciar los miles de puestos de trabajo del peñón.
En la frontera, decenas de ciclistas la cruzaban en ambos sentidos, todos ellos mostraban el DNI con una mano mientras un policía cabeceaba a todos los transeúntes en señal de paso. Yo, inexperto, le mostré el pasaporte, a lo que el policía me dijo que le siguiera para comprobar unos datos. Viendo, que aun no tenía precedentes penales me dejó pasar, sin antes recibir una tundra, por mi parte, de preguntas "inocentes" y exageradamente educadas en represalia por su comportamiento despectivo hacia un mochilero barbudo.
Por cierto, se puede entrar sin pasaporte en el país, pero aun así puedes pedir el sello para estampártelo. El sello, tiene un estilo pop británico total, con un Sol bien grande que es, seguramente, el factor que hace que los gibraltiños sean los súbditos de su majestad con mayor calidad de vida, pero a la vez también es un tópico.
Lo primero que se cruza es una pista de aterrizaje, cuya superficie fue robada al mar y a España durante la Guerra Civil. Una vez se cruza la pista se pasea por decenas de bloque dormitorio ya iterádamente vistos en decenas de ciudades porteñas. En un balcón de uno de esos bloques un niño, de como mucho cuatro años, me insultaba: "you are a fucking spaniar", este pequeño Houligan seguramente mamaba del pecho de su madre el odio entre países, que no es el mismo que entre naciones.
También resultaba curioso la cantidad de judíos que allí vivían. El casco antiguo vale la pena ser visitado, aunque es muy escarpado y se pueden usar pequeños pasajes de escaleras para atajar el camino.
Peñón arriba fui a buscar los primeros simios, uno de los iconos más representativos del país. Es bastante común ver en las paredes de la ciudad la imagen de un mono con la corona de la reina británica, lo que aun me pregunto si esto es una burla de algún español que reclama la soberanía o de algún británico que ama ser súbdito de los Windslords.
En una de las últimas barriadas le pedía información a una mujer que sacaba una bolsa enorme de basura. Ella, removía en forma de molinillo el saco y lo arrojaba en perfecto tiro parabólico hasta el contenedor, que se encontraba a unos 7 metros. Falló por poco, pero que el saco hubiese caído por el lado de fuera le daba realmente igual. Para acabar la escena sacó un inhalador y hizo un par de aspiraciones. "If you wanna see monkeys keep walking uphill", y así hice, cargando la mochila, hasta la puerta del parque natural donde un guarda me dijo que cerrarían. Por la carretera algunos niñatos derrapaban sus BMW en las curvas.
No vi ningún simio, pero si que vi una de las puestas de Sol más bonitas de todo el viaje, dos días más tarde el Puerto de Santamaría dejaría esa belleza a la altura del betún.
De vuelta a la Línea de la Concepción tocaba hacer tiempo para el autobús de Cádiz. Para esas alturas ya tenía una afición muy adictiva para estas ocasiones: hablar con desconocidos. No tardó ni dos minutos cuando un chico gordito que había viajado no se cuantos kilómetros para comprarse un par de juegos de segunda mano para la PlayStation cayó en mis redes. Con un acento andaluz muy cómico me explicó sobre la vida del feriante de atracciones y del millón de anécdotas que había recopilado en tres años de trabajo; le dije que escribiera un blog y que hablara de mi, que el ya se había ganado un puesto en el mío.
Luego tomé el autobús y al llegar me enamoré para siempre de Cádiz.
El macizo montañoso de Gibraltar era más espectacular de lo que se puede apreciar por televisión. Este pequeño reducto británico, fruto histórico de 1000 años de guerras ininterrumpidas en Europa, era una de esas Rara Avis que todo el mundo debe visitar una vez en la vida. En si, me sentía como en un pueblo más de Andalucía, pero como si se tratara del mundo al revés.
La frontera parecía unas casillas de peaje. En el lado español había un montón de propaganda sobre los establecimientos Tax Free del lado de Gibraltar y una estatua homenajeaba a los trabajadores españoles que se ganaban la vida para saciar los miles de puestos de trabajo del peñón.
En la frontera, decenas de ciclistas la cruzaban en ambos sentidos, todos ellos mostraban el DNI con una mano mientras un policía cabeceaba a todos los transeúntes en señal de paso. Yo, inexperto, le mostré el pasaporte, a lo que el policía me dijo que le siguiera para comprobar unos datos. Viendo, que aun no tenía precedentes penales me dejó pasar, sin antes recibir una tundra, por mi parte, de preguntas "inocentes" y exageradamente educadas en represalia por su comportamiento despectivo hacia un mochilero barbudo.
Por cierto, se puede entrar sin pasaporte en el país, pero aun así puedes pedir el sello para estampártelo. El sello, tiene un estilo pop británico total, con un Sol bien grande que es, seguramente, el factor que hace que los gibraltiños sean los súbditos de su majestad con mayor calidad de vida, pero a la vez también es un tópico.
Lo primero que se cruza es una pista de aterrizaje, cuya superficie fue robada al mar y a España durante la Guerra Civil. Una vez se cruza la pista se pasea por decenas de bloque dormitorio ya iterádamente vistos en decenas de ciudades porteñas. En un balcón de uno de esos bloques un niño, de como mucho cuatro años, me insultaba: "you are a fucking spaniar", este pequeño Houligan seguramente mamaba del pecho de su madre el odio entre países, que no es el mismo que entre naciones.
También resultaba curioso la cantidad de judíos que allí vivían. El casco antiguo vale la pena ser visitado, aunque es muy escarpado y se pueden usar pequeños pasajes de escaleras para atajar el camino.
Peñón arriba fui a buscar los primeros simios, uno de los iconos más representativos del país. Es bastante común ver en las paredes de la ciudad la imagen de un mono con la corona de la reina británica, lo que aun me pregunto si esto es una burla de algún español que reclama la soberanía o de algún británico que ama ser súbdito de los Windslords.
En una de las últimas barriadas le pedía información a una mujer que sacaba una bolsa enorme de basura. Ella, removía en forma de molinillo el saco y lo arrojaba en perfecto tiro parabólico hasta el contenedor, que se encontraba a unos 7 metros. Falló por poco, pero que el saco hubiese caído por el lado de fuera le daba realmente igual. Para acabar la escena sacó un inhalador y hizo un par de aspiraciones. "If you wanna see monkeys keep walking uphill", y así hice, cargando la mochila, hasta la puerta del parque natural donde un guarda me dijo que cerrarían. Por la carretera algunos niñatos derrapaban sus BMW en las curvas.
No vi ningún simio, pero si que vi una de las puestas de Sol más bonitas de todo el viaje, dos días más tarde el Puerto de Santamaría dejaría esa belleza a la altura del betún.
De vuelta a la Línea de la Concepción tocaba hacer tiempo para el autobús de Cádiz. Para esas alturas ya tenía una afición muy adictiva para estas ocasiones: hablar con desconocidos. No tardó ni dos minutos cuando un chico gordito que había viajado no se cuantos kilómetros para comprarse un par de juegos de segunda mano para la PlayStation cayó en mis redes. Con un acento andaluz muy cómico me explicó sobre la vida del feriante de atracciones y del millón de anécdotas que había recopilado en tres años de trabajo; le dije que escribiera un blog y que hablara de mi, que el ya se había ganado un puesto en el mío.
Luego tomé el autobús y al llegar me enamoré para siempre de Cádiz.
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