Corría el tíbio diciembre de 2011 que había comenzado escribiendo postales en el Ferry que cruzaba el estrecho de Gibraltar y que acababa con una agridulce vuelta a casa.
En un tren de las afueras de Barcelona recogí un anuncio, uno de los tantos que colgaba de cada una de las ventanas del tren. En él se solicitaban gente entre 18 y 40 años, con nacionalidad española y con buena presencia para un proceso de selección. No hablaba ni del sueldo ni la temática del trabajo. Solo aparecía un número de teléfono y un apellido ficticio: sr.Sanz, como podría haber sido Jiménez, García o López.
Al llamar se me citó para la mañana siguiente en un pueblo costero del Baix Llobregat y se me recalcó que allí sería donde se me daría la información. Me trajeé por primera vez después de tantos días de calle y sudor y me dirigí al lugar. Un pequeño cartel anunciaba el nombre de la empresa. Abrí unas puertas blancas de aluminio y allí ya esperaban varias personas su turno.
Por supuesto las razones para atender a esa entrevista no eran solo laborales. Tenía amigos y conocidos quienes habían escuchado los cantos de sirenas de estas empresas de marketing, e incluso algunos habían trabajado gratuitamente para ellas. Así que acudí para conocer en primera persona estas mafias legales y sobretodo poder anunciarlo a los cuatro vientos.
En el recibidor varias personas andaban de un lado para el otro. Dos trabajadores veían vídeos por el youtube. Me puse a hablar con varios candidatos: unos eran jovenes quienes aun no habían podido trabajar nunca, otro era un arquitecto que llevaba 3 años sin trabajo. Al fondo, una puerta se abría y se veían varias personas de pie, como quien ensaya una obra de teatro y música house a todo volumen.
Me llamarón y entré. Había un gran salón y pequeñas oficinas a su alrededor. Un hombre con patillas me hizo entrar y me empezó a explicar de que iba el negocio. Se trataba de una empresa que fidelizaba clientes para una empresa de electricidad. Por cada cliente que conseguía fidelizar recibiria 30 euros. Solo se me pedía un mínimo de dos al día y que recibiría el ingreso cada quince días bajo la fiscalización de contrato mercantil. Empezó a repasar mi curriculum: "oh, veo que has estudiado piano", "cierto, sirve eso para ser vendedor?", "bueno, es el instrumento más completo", me quedé pillado,"allí pone que soy ingeniero, eso no le interesa", "no, da igual", me respondió. Seguimos hablando y tras varias respuestas del entrevistador empezó a descubrir que no era uno de los típicos desesperados."¿Como me puedo identificar?" pregunté, "se te va a dar una tarjeta de la empresa electrica X", "¿y cuanto tarda en hacerse?", la cagó bien cagada cuando dijo: "te la hacemos al momento", le respondí que en caso significaba que ellos estaban imprimiendo tarjetas identificandose como sus clientes en lugar de la empresa de marketing para la que trabajaría... su respuesta era una evaporación, una forma burda de enroquerse previa al jaque mate. "Primero te vamos a hacer una prueba de capacidades y mañana vas a venir con nosotros a la calle para enseñarte".
No se si nunca han visto grupos de jovenes trajeados, de unos 20 años, fingiendo motivación y en coros. Se los acostumbra a ver a las 10 de la mañana, más o menos, y se distribuyen la zona de trabajo. Esa son las pruebas, trabajadores gratuitos hipermotivados quienes van a conseguir decenas de clientes y nunca se les va a pagar: "eso era solo una prueba y al final hemos obtado por otro candidato, muchas gracias por su tiempo".
Pero volvamos a esa mañana de diciembre cuando el señor de patillas se despidió de mi: "te dejo en buenas manos" y me presentó a un chico de metro cincuenta, aliento a tabaco y cara de resaca. Este chico me explicó como se debía rellenar una hoja de fidelización, tal como debía entregar en las siguientes visitas a puerta fría. Su capacidad de comunicación era mínima y lo conseguí entender hechandole imaginación y leyendo las instruccione de la hoja. "Rellenalo con tus datos para que veas como se hace" me dijo, "no podrían darme alguno de ejemplo?, sabe, no acostumbro a firmar solicitudes de permanencia en entrevistas de trabajo", fue hacia el armario y me dió el de otra mujer. Tube un pequeño error copiando los datos y se hecho a reír como si fuese tonto: "donde aprendistes tu a ser comercial?" le pregunté, "en la calle me respondió". Cada vez iba perdiendo su capacidad de persuación, y se iba mojando el cartón piedra del palacio de feria, desplazandose poco a poco hacia el animal violento que era. El chico bajito era un residuo del fracaso escolar que no debía tener ni la ESO, un matón reconvertido en vendedor sin escrúpulos.
Bajamos unas escaleras y me tendió un papel; era un guión, tal y como debía hablarle a las viejecitas que me abrieran la puerta. No podía ser original. No podía ser cómico. No podía ser yo mismo. Debía ser ese papel, ni una línea más, ni una menos, ni una versión ni un desvío. No podía ser ni siquiera educado y correspondido. En esa sala se escuchaba música house a todo volumen y varias parejas ensayaban el papel como si se tratara de la audición en la Scala de Milán. Le dije al bajito que ya estaba listo y empezamos el guión.
El era el cliente a persuadir y yo el comercial. "Buenos días" decía y yo empezaba una persuación al más puro estilo argentino mochilero buscando comida o cama. Al chico se le quedó cara de apio "allí no dice eso, aprendeteló y lo volvemos a practicar". Al cabo de cinco minutos volvió y empezamos el recital. Le dijé que allí no había ni pizca de educación, que yo no era quien para dirigirme así a un desconocido. "Pero que dices, otros comerciales son educados, pero nosotros directos, por eso somos los mejores de España", me lo dijo nervioso y a gritos, para acobardarme, pero esos gritos me animaron a aceptar el pulso. Renuncié a tanta caspa e idiocracia y dije que no quería ser com ÉL, que me iba y se hizo una bolita. El señor de las patillas se encontraba en el recibidor preparado para convencerme: "que no ves que te estamos dando una oportunidad para aprender", era lo que faltaba por escuchar.
Un adiós, y una sacudida de manos. Antes de cerrar la puerta vi como el hombre de las patillas abroncaba al del aliento de tabaco. Había renunciado al dorado respandor del camino fácil y había descubierto como estas redes engañan a tantos desesperados cada día. Era el 8 día a mi vuelta y el blog solo contaba con tres artículos, pero una fina sonrisa se encontraba en mi rostro, era el primer resultado positivo de haber salido a vagabundear.
En un tren de las afueras de Barcelona recogí un anuncio, uno de los tantos que colgaba de cada una de las ventanas del tren. En él se solicitaban gente entre 18 y 40 años, con nacionalidad española y con buena presencia para un proceso de selección. No hablaba ni del sueldo ni la temática del trabajo. Solo aparecía un número de teléfono y un apellido ficticio: sr.Sanz, como podría haber sido Jiménez, García o López.
Al llamar se me citó para la mañana siguiente en un pueblo costero del Baix Llobregat y se me recalcó que allí sería donde se me daría la información. Me trajeé por primera vez después de tantos días de calle y sudor y me dirigí al lugar. Un pequeño cartel anunciaba el nombre de la empresa. Abrí unas puertas blancas de aluminio y allí ya esperaban varias personas su turno.
Por supuesto las razones para atender a esa entrevista no eran solo laborales. Tenía amigos y conocidos quienes habían escuchado los cantos de sirenas de estas empresas de marketing, e incluso algunos habían trabajado gratuitamente para ellas. Así que acudí para conocer en primera persona estas mafias legales y sobretodo poder anunciarlo a los cuatro vientos.
En el recibidor varias personas andaban de un lado para el otro. Dos trabajadores veían vídeos por el youtube. Me puse a hablar con varios candidatos: unos eran jovenes quienes aun no habían podido trabajar nunca, otro era un arquitecto que llevaba 3 años sin trabajo. Al fondo, una puerta se abría y se veían varias personas de pie, como quien ensaya una obra de teatro y música house a todo volumen.
Me llamarón y entré. Había un gran salón y pequeñas oficinas a su alrededor. Un hombre con patillas me hizo entrar y me empezó a explicar de que iba el negocio. Se trataba de una empresa que fidelizaba clientes para una empresa de electricidad. Por cada cliente que conseguía fidelizar recibiria 30 euros. Solo se me pedía un mínimo de dos al día y que recibiría el ingreso cada quince días bajo la fiscalización de contrato mercantil. Empezó a repasar mi curriculum: "oh, veo que has estudiado piano", "cierto, sirve eso para ser vendedor?", "bueno, es el instrumento más completo", me quedé pillado,"allí pone que soy ingeniero, eso no le interesa", "no, da igual", me respondió. Seguimos hablando y tras varias respuestas del entrevistador empezó a descubrir que no era uno de los típicos desesperados."¿Como me puedo identificar?" pregunté, "se te va a dar una tarjeta de la empresa electrica X", "¿y cuanto tarda en hacerse?", la cagó bien cagada cuando dijo: "te la hacemos al momento", le respondí que en caso significaba que ellos estaban imprimiendo tarjetas identificandose como sus clientes en lugar de la empresa de marketing para la que trabajaría... su respuesta era una evaporación, una forma burda de enroquerse previa al jaque mate. "Primero te vamos a hacer una prueba de capacidades y mañana vas a venir con nosotros a la calle para enseñarte".
No se si nunca han visto grupos de jovenes trajeados, de unos 20 años, fingiendo motivación y en coros. Se los acostumbra a ver a las 10 de la mañana, más o menos, y se distribuyen la zona de trabajo. Esa son las pruebas, trabajadores gratuitos hipermotivados quienes van a conseguir decenas de clientes y nunca se les va a pagar: "eso era solo una prueba y al final hemos obtado por otro candidato, muchas gracias por su tiempo".
Pero volvamos a esa mañana de diciembre cuando el señor de patillas se despidió de mi: "te dejo en buenas manos" y me presentó a un chico de metro cincuenta, aliento a tabaco y cara de resaca. Este chico me explicó como se debía rellenar una hoja de fidelización, tal como debía entregar en las siguientes visitas a puerta fría. Su capacidad de comunicación era mínima y lo conseguí entender hechandole imaginación y leyendo las instruccione de la hoja. "Rellenalo con tus datos para que veas como se hace" me dijo, "no podrían darme alguno de ejemplo?, sabe, no acostumbro a firmar solicitudes de permanencia en entrevistas de trabajo", fue hacia el armario y me dió el de otra mujer. Tube un pequeño error copiando los datos y se hecho a reír como si fuese tonto: "donde aprendistes tu a ser comercial?" le pregunté, "en la calle me respondió". Cada vez iba perdiendo su capacidad de persuación, y se iba mojando el cartón piedra del palacio de feria, desplazandose poco a poco hacia el animal violento que era. El chico bajito era un residuo del fracaso escolar que no debía tener ni la ESO, un matón reconvertido en vendedor sin escrúpulos.
Bajamos unas escaleras y me tendió un papel; era un guión, tal y como debía hablarle a las viejecitas que me abrieran la puerta. No podía ser original. No podía ser cómico. No podía ser yo mismo. Debía ser ese papel, ni una línea más, ni una menos, ni una versión ni un desvío. No podía ser ni siquiera educado y correspondido. En esa sala se escuchaba música house a todo volumen y varias parejas ensayaban el papel como si se tratara de la audición en la Scala de Milán. Le dije al bajito que ya estaba listo y empezamos el guión.
El era el cliente a persuadir y yo el comercial. "Buenos días" decía y yo empezaba una persuación al más puro estilo argentino mochilero buscando comida o cama. Al chico se le quedó cara de apio "allí no dice eso, aprendeteló y lo volvemos a practicar". Al cabo de cinco minutos volvió y empezamos el recital. Le dijé que allí no había ni pizca de educación, que yo no era quien para dirigirme así a un desconocido. "Pero que dices, otros comerciales son educados, pero nosotros directos, por eso somos los mejores de España", me lo dijo nervioso y a gritos, para acobardarme, pero esos gritos me animaron a aceptar el pulso. Renuncié a tanta caspa e idiocracia y dije que no quería ser com ÉL, que me iba y se hizo una bolita. El señor de las patillas se encontraba en el recibidor preparado para convencerme: "que no ves que te estamos dando una oportunidad para aprender", era lo que faltaba por escuchar.
Un adiós, y una sacudida de manos. Antes de cerrar la puerta vi como el hombre de las patillas abroncaba al del aliento de tabaco. Había renunciado al dorado respandor del camino fácil y había descubierto como estas redes engañan a tantos desesperados cada día. Era el 8 día a mi vuelta y el blog solo contaba con tres artículos, pero una fina sonrisa se encontraba en mi rostro, era el primer resultado positivo de haber salido a vagabundear.
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