A coruña (I)

Con unos jeans mojados tomé el tren para Coruña. Coreanos peregrinos volvían a casa vía Lisboa, Rabat, Paris, Roma,... y me invitaron a unirme a ellos, al menos hasta Oporto. Mi camino empezó a planearse sobre la marcha.

En el tren un hombre intentaba diagonalizar una aplicación lineal no endomórfica. Él me miraba cual quien esconde la alquimia al pueblo, o quien no quiero compartir las matemáticas con alguien porque lleva la misma ropa desde hace 3 días.

La ventana mostraba un cielo plomizo de finales de otoño atlántico, bosques donde no podían residir meigas se veían a ambos lados. La misma Galicia que penetré en el O Cebreiro se transformaba en otra totalmente diferente camino A Coruña, menos mágica pero más nostálgica, triste y pensativa.

Coruña tiene forma de "hongo". Una antigua isla alberga el casco histórico. Está unida a la Península por un istmo de un par de calles. Tierra adentro se distribuyen de forma radial todos los barrios en función de los estilos y las situaciones de las diferentes décadas del siglo XX.

Aquí fui acogido en la primera casa privada y la experiencia fue tan satisfactoria que use este método todas las veces que tuve la oportunidad. A ellos les agradezco todas las comodidades que me ofrecieron desinteresádamente, su conocimiento de la ciudad y una frase a la que un recurro: "hay que aprender a pedir ayuda".

Camino al tren con los pies mojados



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