Estambul (II)

Detrás del cenit me esperaba G., a la hora en que el calor se guarda en el cajón, y los locales salen a la calle con lo mejor de su sangre occidental, oriental, moderna o arcaica. Ella, con sus rasgos del Mar Negro, hija de una tiempo, mucho más global, lista para violar los prejuicios de generaciones y generaciones manchadas con la sangre de sus hermanos. Ella, con el privilegio de ser del grupo de las más bellas y alegres en el país de las mujeres bellas y alegres formaba la primera pieza de mi harén y yo me limitaba a acariciar las aceras con mi mano durante la tarde entera.

Desde la estación de Tunel recorrimos los rieles de un antiguo tranvía viendo los niños agarrarse y entrando por las ventas entreabiertas por puro entretenimiento. Quien diría que unas horas antes todos estos fieles ayunaban. Ahora se abrazaban efusivamente al ver un familiar, vecino o amigo. Unos chicos sacaron un tambor de un portal y empezaron a tocarlo. Pronto muchos jóvenes juntaron sus manos y bailaban pegados. "Es un música del Mar Negro", y G. se llenaba de orgullo al contarmelo. 20 días después comía el Lokum en Safranbolú rodeado de calma y genuidad y entendí el origen de su orgullo.

Cruzamos delante del colegió francés y después de algunos zumos y algún lokum de cortesía llegaba a Taksim. Era la misma plaza que conocí dos años atrás y era la misma plaza de 24 horas antes. Pero junto a ella era otra cosa, señalaba los furgones policiales sin miedo, con palabras de desafío. El material de las obras, el mínimo agujero que los operarios hicieran antes que los estudiantes tomaran el parque igual que otros elo hicieran en Sol, Tel-Aviv, Wall Street o Kiev.

Un vendedor de té nos invitaba a sentarnos en su alfombra y antes que nada ya nos servía la bebida, a más riesgo de hervirse la mano. Delante nuestro, una familia de algodoneros de Louisinia, o algo parecido lloraban con su banjo los tiempos de la Confederación.

El té, la sombra, el lugar. Si hubiese llegado a esa ciudad 100 años antes hubiese visto visires yendo de un lado para otro intentando trazar alianzas para volverse a repartir los territorios perdidos a oriente y a occidente con prusianos, alemanes e italianos. Pero solo estaba ella y su gesticulación otomana; de otomana recién licenciada de un Erasmus.

El té si que fue una autentica decepción. Quizás esperaba que Turquia fuese una replica mejorada del Magreb que conocí unos años atrás, pero no era nada de eso y el té era amargo, no sabía a menta, no olía a menta, no se saturaba el azúcar en él.

Nos encontrábamos delante de la estatua que recuerda el "glorioso" nacimiento de esta nación turca. Al día siguiente un joven parsi me contó que la estatua del hombre a la derecha era ni más ni menos que el fundador del estado moderno iraní. Dos proyectos que empezaron en los aós 20 con el fin de modernizar los dos países y acabar con las estructuras feudales.

Los americanos acabaron poniendo un gobierno títere en Irán miestras que Turquia avançaba hacía la igualdad, quizás al sostener las más avanzadas bases de la OTAN. Raíz de esa hermandad posterior a la gran guerra se girmaron tratados bilaterales, Irán Turquía, como el de la libre circulación de personas durante 100 años. "Un milión de Iranies viven en Turquia. El gobierno turco tiene ganas que se acaben los 100 años, solo les damos problemas". El chico había venido hasta Turquia para descargarse la música que no podía escuchar en su país. Al Iraní le pregunté como hacían para ligar en su país sin discotecas. "Es imposible" se reía, " hay que ir a los restaurantes o las cafeterías, hablar con ellas varias veces, pero raramente ves chicas en estos sitios". Finalmente, acabé preguntando por el programa nuclear. Me contestó que casi todo el mundo estaba convencido que existía, en cambio, nadie estendía porque el páis quería la bomba. Acabo con un rotundo: "no te creas nada de lo que dicen de Irán por la tele, has de venir".

Disculpen el inciso de nuevo, pronto volveré a Taksim, però justo en el momento que estoy escribiendo este cuaderno, veo dos cuerpos muertos tendidos en la carretera tras un accidente de coche camino a Dikili. Salimos de la autopista por una carretera horriblemente asfaltada. Damos botes hasta dar con la cabeza en el portaequipajes y entramos en un poblado que hace reír a la palabra subdesarrollo. Debería estar temiendo la muerte ahora mismo, igual que los demás pasajeros, pero esa una sensación que no vale la pena escuchar. Por más que ahora en adelante, será muy difícil seguir mi camino a dedo.

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