Una dosis de dunas

Porque fui al desierto? La primera razón es porque tuve la oportunidad; dificilmente huviera ido sin I. y sus amigos, porque la experiencia se huviera vuelto casi imposible o artificial. Días después aprendí que "el maestro" daba clases al otro lado de las dunas, pero de este personaje y amigo ya se hablará en su debido momento. Las demás razones las encontré cuando llegué allí.

Los camellos y el guía no son muy caros de conseguir. Los guías son gente que va a pie, cargando lo que los camellos no han podido cargar y tirando de las cuerdas a través de las lomas de las dunas nómadas hasta su comunidad en el oasis.

Un camello no se sienta y se levanta tan fácilmente, como vemos en las películas; una cuerda anuda su mandíbula inferior y a la orden de su dueño es apretada hasta que el anímal quiera doblegarse. Entonces es cuando otro animal, (es decir, yo), deja sus pertenencias en las alforjas y se monta. Después se levanta y empieza a andar por donde su dueño le indica.

Así la cadena social del desierto queda repartida de la siguiente manera: abajo de todo el camello, domesticado y comercializado, después el bereber que lo domestica y lo comercializa, y al final yo, que he pagado 10 euros por tenerlo dos días conmigo paseando por donde a mi me de la gana. Con estos 10 euros el bereber hace lo que le da la gana con lo que le ha sobrado de la manuntención del camello.

En las dunas uno tiene muchas razones para conocerse a si mismo, más que nada, porque pronto el paisaje se vuelve estático y los sentidos se relajan porque son capaces de percibirlo todo. Uno piensa que el mundo tarde o temprano será como ese montón de arena y que en algún tiempo ese lugar fue fértil y prospero y los camellos libres y los habitantes se entregaban a una vida más plena.

Entonces asoma otra clase de turista, va montado en un Jeep, también lo ha alquilado, es otra clase de camello y su cadena social va así. Abajo de todo está el chino, tailandés o indio que ha hecho las piezas, después el bereber que lo adquirido por un precio mucho más alto que el camello, luego el turista que lo alquilado por un par de horas. El turista ha pagado una cantidad más grande al propietario, quien no tiene que andar por las dunas y mientras tanto puede deciarse a otras cosas, como a generar más riqueza y adquirir más coches para que más chinos, tailandéses o indios puedan trabajar más horas.
Merzouga
 Entonces el turista del Jeep cree que cinco camellos y dos berebers guiándolos al atardecer es una escena bucólica que merece ser fotografiada. Pero no se da cuenta que es una mancha, tanto en el desierto como en el sistema, y que por supuesto han hecho que mis sentidos vuelvan a percibir ruido y colores y hasta la peste de su tubo de escape. Se dan la vuelta y suben a toda velocidad la duna más alta.

Hasta al cabo de una hora no volvemos a ver un ser viviente, son una pareja joven, provablemente polacos o canadienses recién casados, se les ve muy felices, totalmente integrados. Hasta al cabo de dos días no volvería a ver a nadie más.


Merzouga
 Llegamos a un oasis aparcelado y nuestra haima ja está montada. Mientras nos hacen la comida nos dedicamos a correr por las dunas, y sobretodo a subir la más alta de unos 120 metros, donde a cada paso tenemos que vencer unos pies que se unden hasta la altura de las rodillas. Una vez arriba el paisaje quita el sueño: se ven las palmeras del río seco que separa Marruecos de Argelia. Curiosamente, no podemos ver Merzouga porque está tapada por la cima de la montaña. Entonces, quizás por primera vez en mi vida, soy capaz de mirar a todos los puntos cardinales y ver la maravilla de un paisaje donde el hombre no ha podido intervenir: ni una carretera, ni una fábrica, ni una industria, LA LIBERTAD, LA NATURALEZA.

Entonces, se me olvida que en el mundo hay guerras, hambre y abusos sociales. Se me olvida que mi país está inmenso en una crisis laboral, se me olvida que tengo familiares preocupados por donde estaré y por lo que estaré haciendo, se me olvidan los ultimos 45 días de mi vida, el asma, la prótesis, me olvido que tengo una realidad dura que afrontar una vez vuelva a mi casa. Y entro en un estado narcótico probocado por la perfecta antropía.
Merzouga. En la cima de la vida

Nos empezamos a tirar por las laderas secundarias con un trineo que habíamos subido y cuando ya me canso decido empezar a volar. Corriendo ladera abajo, y una vez cogida la velocidad adecuada se podía saltar y mis pies no volvían a tocar la arena suave de la duna hasta al cabo de 4 o 5 segundos después. Durante ese tiempo me sentía ingrábido, un pájaro primitivo, un Ícaro a punto de tocar el Sol, o un ser en el vientre de su madre.
Merzouga. Llegando a la comunidad del oasis

Comer con amigos recién conocidos cuya lengua es totalmente incomprensible alrededor de una madera que parece nunca acabar de arder, y que una vez lo hace me permite contemplar algo que no había visto desde finales de los 90, una noche de verano en los olivares de Jaén: era la Vía Láctea, apuntandando hacia el este.

Después de una noche soportando frío, viento y recibiendo sueños de dioses, dijins y otros seres mitológicos del desierto era la hora de despertar y empezar el camino de vuelta a la civilización. No fue nada fácil volver a ver personas. La vuelta a la civilización, en pleno día, fue mucho más espectacular de lo esperado, en Errachidia paramos a comprar dátiles y me tocó guardar el coche en un párquing donde a la vez se estaba realizando un miting: fue una lástima no ver los kalasnilkov que los medios de comunicación se empeñan en hacernos creer que abundan en estos lugares. Muchos hombres si, y un tipo de trileros que hacían juegos con cuerdas y nudos. Cuando alguien se daba cuenta que era un occidental tocaba esconderse entre la multitud.

Errachidia. Miting político
Cuando emprendimos otra vez la marcha no paramos hasta las gargantas de Tinguir, allí el coche nos dejó, y solo quedamos I. y yo, una tienda de campaña, una muda seca y una sombra cada vez más pronuncida, fruto de la hora y de unos acantilados mucho más eternos que cualquier rascacielos.







En la entrada de las gargantas




Merzouga.


Con el camello y sus aceitunas

Nuestros nombres en el capó con la arena del desierto




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