Marrakech, mi Marrakech de todos.

Ya los filósofos presocráticos decían que un río nunca puede ser igual porque el agua que lleva nunca vuelve a ser la misma.

La plaza de Jemma el Fna, patrimonio de la humanidad por las ricas muestras de cultura local se descubría entre el humo de las carnes de cordero cociéndose. Músicos, cuentacuentos, acróbatas, hechiceras, tatuadores de jena, encantadores de serpientes, restauranes callejeros, limpiabotas, mendigos,... y tiendas de zumo por cuatro dirhams el vaso.

Estas pequeñas tiendas exigen un pequeño estudio de marqueting. Son unas 20, y todas venden el mismo producto y al mismo precio. La competencia es tan alta y sorprende que nadie se desvíe ofreciendo lo mismo por unos céntimos menos. Entonces, cual es la razón inconsciente que te hace pararte enfrente de uno o otro tenderete?¿ En 2009 encontramos el mismo frutero que salía en las fotos de Lonely Planet, nos dejó subir a su carroza, y desde allí conseguimos clientela chillando "Zumo sin diarrea, el único zumo sin diarrea".
De nuevo en la carroza

Esta vez, como ya hice antaño, me dirigí hacia el Equity Point Hostet y me sorprendía que poco habían cambiado los souks (bazares): los hombres rezando en las mezquitas, las vacas colgando, los niños guiando a turistas por las tiendas en busca de la comisión, mientras renunciaban a otro futuro.

Resultaba que este hostel estaba lleno pero aun así reservé para el día siguiente. Me moví un par de calles hasta el "Claro de Luna", en un callejón muy andaluz, y me encantó la sencillez, la familiaridad y la bohemia de los inquilinos. Aquí tuve muy buenas charlas y encontré a muy buenos viajeros.

De Marrakech puedo contar mil cosas, pero pasaré por alto varias de ellas porque tengo unas ganas terribles de acabar de escribir el blog, y para no volver a decir como de bonito era algún lugar, y así, el favor es mutuo.

De lo primero que quiero hablaros es de un camino desde Jemma hacía la escuela a la que vine a trabajar en 2009. E igual que la última noche tras hacer ese trayecto camino al colegio, me puse a llorar y llegué a una pesada conclusión: "lo que hiciste nunca te hará feliz, solo lo que haces, ni tan solo que harás", la misma que en la cima del Toubkal. Después del desierto, las gargantas y los montes Atlas, volver a Marrakech superaba cualquier emoción antes sentida. Porque allí tenía la misión de encontrar cual había sido la causa de mi felicidad.

Me perdí en las últimas callejuelas antes de llegar a la escuela. Por entonces comprobé como las olores que tanto habían asustado a las croatas del campo de trabajo eran propios del verano y aquí, igual que en Europa, la gente estaba más apagada cuando el cielo era plomizo y el aire algo frío.

El suelo era muy barroso y me puse a seguir a los niños con mochilas sin caer en cuenta, (ya muy tarde) que se dirigían a sus casas, muy contentos, por cierto. Un niño muy mayor, de unos 35 años, escondía su bolsa con pegamento para guiarme "amistosamente" hasta donde quisiera, y para preguntarme, como otros tantos, "tu fumas marihuana?¿","-No, no, yo no", "Muy bien, mejor para ti, la marihuana es mala".


En el cielo de Marrakech se puede andar
En la puerta del colegio un hombre flirteaba con dos muchachas, "Mire, yo vine a trabajar a esta escuela gratuitamente hace dos años, saqué las malas hierbas y las quemé bajó un Sol de casi 50 grados, moví la tierra para hacerla fértil, la regué, planté semillas y brotes de plantas, podé las ramas de los árboles para que crecieran fuertes, y ahora, quisiera ver como cundió el trabajo", las chicas me miraron sorprendidas, anonadadas, "He venido desde muy lejos solo para ver esto", el vigilante, ofendido de como las chicas habían desplazado el centro de su atención se negó en redondo. Las entendí cuando hablaban en francés "Por favor, déjalo entrar". Pero no hubo manera, "shukram sajbi bislama" y me iba ofendido dándole las gracias a un paisano que se había extralimitado en sus funciones.

Entonces me desplacé hacia la escuela donde dormíamos, allí no tenía ninguna esperanza de entrar ya que se trataba de un dormitorio de una escuela femenina. Una pequeña puerta de hierro se abría ocasionalmente, para ver como entraban las chicas y el guardián se sorprendía de que un occidental estuviera mirando la puerta por más de media hora.

Me encontraba en un suburbio, de los que no salen en las guías de viajes, de los que solo llegan turistas cuando se pierden o son desviados conscientemente por un guía poco ético. Pero para nada se esperaba mi presencia, un espectro del pasado, sorprendido de que los zapatos colgaran en las cuerdas del tendido eléctrico, que los niños jugaran a futbol con una pelota desguazada y que cerrara de una vez por todas la puerta de la nostalgia, para no estar atrapado en el pasado, para poder vivir el presente, y algún día volver a saber que quiero en el futuro. 

En la zona cero de mis recuerdos. Marrakech y la farola de la despedida

No hay comentarios:

Publicar un comentario