Dulce introducción al caos (*)

Cuando paseamos en un lugar nuevo o descubrimos una nueva ciudad, o justo todo lo contrario, en los trayectos más habituales y cotidianos, sucede que pasamos por alto un sin fin de detalles para ignorar o categorizar según nuestras experiencias. En la infancia todos tenemos y perdemos la curiosidad, pero en una adultez sana y sin prejuicios vamos acumulando los valores, la experiencia e incluso el dinero para el empeño del arte de interpretar, sentir, comer, escuchar y mirar. Entonces, el trazado de una antigua ciudad puede romper nuestros esquemas.

En Plasencia* y Extremadura en general hubieron dos hechos, producidos ambos en un mismo reinado, que marcaron el trascurso de la historia. De esta tierra sin mar, salieron los conquistadores europeos que poblaron y saquearon en su primera oleada América Latina, por eso no es de extrañar que algunos lugares del continente andino, sean un puro injerto extremeño. El segundo, la expulsión o conversión forzosa de los judíos impuso un nuevo orden social. Esta entrada en Avagabundear explica estos hechos y otros debidos a esa costumbre lejana y tan nuestra de dejar las cosas a media y de hacernos la puñeta. Plasencia no son piedras, es un museo al aire libre de un micro-todo.

Todo empieza cuando el rey Alfonso VIII se crea una ciudad para su propiedad en un sitio donde no había nada y le da un lema bien relajado: "Ut placeat Deo et Hominibus" que en español del XXI significa para que plazca Dios y el hombre. Le place tanto al obispo de la ciudad de Coria, que cierra la sucursal y mueve el obispado a Plasencia. A los de Coria les gusta tanto la idea, que en el palacio obispal cuelgan el cartel, "se vende cuadra porque se nos ha marchado el burro".

El obispo llega y dice que la iglesia románica no le gusta así que empieza la reconstrucción y durante el periodo de transición, periodo que aun dura hoy en día, irán construyendo de a poquito en poquito un tramo de unos 5 metros de la nueva catedral gótica. Y a medio hacer, paran, lo que da la sensación que un edificio se esté comiendo a otro de tal forma, que el obispo que tiene su casa a los pies de la portada románica tiene miedo que la pared se caiga encima suyo y manda construir un puntal. Puntal que aun dura 5 siglos después. Es tan cinematográfico lo que sucede aquí, que se han rodado varías series, aunque no tengan nada que ver. La Catedral del Mar se grabó aquí, y no en el Born, igual que la serie Isabel, que se hizo aquí en lugar de Sant Jeroni de la Muga en Badalona.

Pero por otro lado, Plasencia y toda Extremadura se fue llenando con los dividendos de las expediciones maya e inca, así que las familias pudientes adornaron sus casas con el componente arquitectónico que estaba de moda: el balcón cantonero, con un gran escudo familiar encima de él. Este tipo de balcón indica que la familia controla dos calles, por lo tanto es un signo de poder, y que ha podido pagar la construcción a un buen arquitecto, por lo tanto, que tiene dinero. Y dos de estas familias, podrían ser perfectamente la versión placentina de los Capuletos y los Montescos, los Zúñiga y los Guzmán. Tenían tanto odio entre ellos que levantaron una iglesia entre sus dos palacios para no tenerse que ver. Hoy en día, delante de los dos palacios y la iglesia, se encuentra la sucursal de la delegación de Hacienda. Para hacer el tema más morboso, diremos que uno de los palacios pertenece hoy en día al SAREB (el banco malo), pero solo su mitad.

De aquí, fueron expulsado los judíos, de un día para otro, igual que en toda Castilla y Catalunya (donde les habían pegado una paliza culpándolas de la Peste Negra). Los Sefardíes, que ya habían estado aquí en los tiempos de los romanos, pierden sus propiedades y la Península pierde sus oficios. Aun así, algunos se quedan e incluso copan estamentos altos en la Iglesia y la Inquisición. Es el caso de uno de los obispos de Plasencia, y era tan salao, que como procedía, igual que la Virgen María, de la tribu israelí de los Levi, rezaba en las misas. "Virgen María purísima, madre de Dios, y pariente mío".

No fue ni el primero ni el último que cambió de chaqueta. De allí el origen gastronómico de "la Patatera", un embutido que emplea el pimentón de la Vera (pimentón traído de América en el primer o segundo viaje), hecho originalmente con patata y que tiene la apariencia de un chorizo.

Ya hemos hablado de la catedral, un poco, porque da para ríos de tinta, como los insultos explícitos que hay hacia algunas ordenes religiosas en el interior de la iglesia, como frailes montando orgías o teniendo relaciones con perros, todo labrado en fina madera en los sillares del coro. Resalta la tumba de un obispo carlista tan lejos de Navarra, donde Isabel II lo mandó a morir por poner tierra de por medio. La misma Isabel que un día vio que un tallo de mujer andaba desnudo por la catedral y le dio uno de los vestidos que llevaba en la maleta. Fuera de la catedral, en una de las torres, la leyenda dice que una gitana estropeó uno de los relojes. Maldición gitana o no, lleva ya algún siglo y nadie ha subido a cambiarle la pila.

Y finalmente, la joya de la corona, un autómata al estilo Gepeto que da martillazos a las campanas de la casa consistorial. El Abuelo Mayorga, que funcionaba perfectamente, lo restauraron un poquito y se rompió, y allí sigue, quietecito a los cuartos y a las horas en punto.

(*) El título del artículo es un reconocimiento al grupo Extremoduro, nacido en esta ciudad, y cuyo tema, "Dulce Introducción al caos" escuche al entrar, al salir y en otros momentos del viaje y la vida.


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