Al viento de Cadaqués

Es evidente que las musas habitan en algún sitio, sino como razonar que hayan tierras fértiles en sueños. Tan cerquita del mar, debe oler especial, deben ser las rocas o el viento del norte, que las agrieta y las hace sangrar, para poder expulsar la piedra filosofal que se filtra en el aire y que anelan los que allí fueron a buscar, la inspiración.

Pero si tu destino te llevó a nacer acá, tan cerquita del mar, tan lejos de la ciudad, un mundo entre dos riveras y con sabor a sal. Que nunca ha sido tan claro que para uno eres del norte y para otros serás del sur, y en realidad eres del mar, y de ellas, las musas.

Pero es cierto, que inviertendo en el trayecto el esfuerzo de tu tiempo para acompañar a la agónica sierra que va a morir allá. Puedes pedir prestado el fruto de su sacrificio a los hombres que se balancean en su cascarón. Aprendiendo a amar la mar, como una mujer.

Se reunieron el rey y la corté, el plebeyo y el burgués, sus secuaces, el obrero y el pagés, para hablar de que era la vida, como se podía cruzar, por el sendero rocoso hasta la frontera encontrar. En que taberna se esconden ellas, para explicar paso a paso el proceso de plasmar el sueño en el lienzo o la alquimia del cuaderno, arrugado, tachado y cansado de viajar.

Que esta tierra es paso obligatorio e infatigable de extractos de todas las generaciones que buscan el sentido de sus días antes del fin de su existencia, por más inamobible que sea, ellas van a perdurar, junto al mar.


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